Y la miseria política norteamericana
Se veía venir la crisis institucional en Estados Unidos. Lo señalamos hace unos meses, cuando hordas trumpistas arrollaban personas y objetos en el Capitolio, allá en el país de las libertades, en el “crisol y ejemplo de las democracias universales”.
Cuando Donald Trump el grandilocuente expresidente, que no era parte del establishment, se peleó con parte de las estructuras que mueven la sociedad norteamericana.
Cuando manifestó que el sistema electoral de su país, que pretende darle lecciones al mundo, que pretende pontificar sobre transparencia; es ineficiente. Lógico, allí las elecciones son de segundo grado.
Eso lo sabemos, se ha denunciado por décadas, gran parte del mundo lo tiene claro. El problema es que sus pobladores, casi unánimemente, se han creído el discurso contado por décadas.
Ellos creyeron ciegamente en sus instituciones, hasta que vino Trump, que no es revolucionario, ni pretende cambiar el injusto orden de las cosas. Movió a un sector importante de la sociedad a reaccionar instintivamente, sobre todo a los termocéfalos, los supremacistas, que sienten como les roban “su país”.
La carga simbólica de ese asalto a la sede de su poder legislativo, lo sabíamos, tendría consecuencias. Sobre todo en un país que hace de la simbología, de la iconografía, un modo de control social.
Trump con sus discursos, con su accionar, erosionó eso.
Hoy, cuando se procede judicialmente en su contra, deslegitima el sistema judicial de su país. No sólo eso, solicitó a los congresistas de su partido que reduzcan los fondos que destinan al FBI y al Departamento de Justicia.
«Los republicanos en el Congreso deben dejar de financiar al DOJ (Departamento de Justicia) y al FBI hasta que entren en razón. Los demócratas han armado completamente a las fuerzas de la ley en nuestro país y están utilizando perversamente este abuso de poder para interferir en nuestras elecciones, ya bajo asedio», manifestó.
Según Trump, su país “se está yendo al infierno”, haciendo alusión a que en 245 años nunca se había visto que procedan penalmente contra un ex presidente.
En otro momento de sus declaraciones, señaló que «casi todos los analistas legales y políticos han dicho que la acusación, injusta y moralmente repugnante presentada contra mí ayer, no tiene mérito legal; y ni siquiera es un caso. No hubo delito y, de todos modos, el Estatuto de Limitaciones ha sido violado durante muchos años».
Acusa a los demócratas de armar un sistema de leyes «como nunca antes había visto Estados Unidos… Pero el pueblo, sin embargo, ve lo que está pasando y no permitirá que continúe algo así».
Algunos analistas sostienen que el caso contra Trump lo han montado los demócratas para cortar sus aspiraciones presidenciales. Esto los coloca al nivel de “repúblicas bananeras”. De republiquetas del tercer mundo. Así lo han hecho saber líderes de diversos países.
Uno de ellos fue Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, quien expresó no estar de acuerdo con la imputación del expresidente, acotando que está motivada por propósitos políticos y electorales.
«Mantengo mi postura de que no debe utilizarse lo jurídico, los asuntos supuestamente legales, con propósitos políticos, electorales. Por eso no estoy de acuerdo con lo que le están haciendo al expresidente Trump», dijo.
En su opinión, lo que está ocurriendo en Estados Unidos es «una degradación de la seriedad que deben tener las leyes».
“Imaginen si esto hubiera pasado en cualquier otro país, donde un Gobierno arresta al principal candidato de la oposición. La habilidad de EEUU para usar la ‘democracia’ como política exterior se ha ido», dijo Nayib Bukele, presidente de El Salvador.
Pero el tema Trump, como señalamos anteriormente, debemos verlo en el contexto de esta guerra civil híbrida que vive Estados Unidos. Es una manifestación de lo descompuesta que está esa sociedad. De que ya no pueden tapar sus falencias, su injusto ordenamiento jurídico.
De que la escandalosa desigualdad social ya no aguanta más. No olvidemos como crecen los movimientos separatistas en California, en Texas. Que los supremacistas atacan con mayor beligerancia a latinos afroamericanos, asiáticos; y que estos ya no están dispuestos a poner la otra mejilla.
Todo esto es un coctel explosivo. No olvidemos que el consumo de drogas y las armas circulando libremente es muy elevado, hay más armas que ciudadanos, y pueden detonar en cualquier momento enfrentamientos que agraven la guerra civil híbrida a la que hemos hecho alusión.
El hecho de que Trump sea una figura importante en el país, es otro elemento más que alimenta lo señalado. Él llama a sus seguidores para que defiendan el país rebelándose contra quienes, a su juicio, roban el espíritu de los Estados Unidos. Suele apelar a discursos nacionalistas, estridentes. A despertar sentimientos, instintos primarios, entre sus seguidores. Por eso lo del Capitolio. Ahora, lo del Capitolio podría ser un preámbulo de sucesos más dramáticos. Sobre todo cuando la situación internacional no les favorece.
Por el contrario. Su hegemonía se extingue. Su influencia disminuye. Sus aliados lo miran con desconfianza y se acercan a su principal contendiente.
Hasta un político de pocas luces, de segundo orden, Marcos Rubio, senador republicano por Florida, se da cuenta de eso. El personaje, ligado a temas de narcotráfico, enemigo jurado de todos los progresistas del hemisferio, señaló hace días que, «Brasil, el Estado más grande del hemisferio occidental al sur de nosotros, firmó un acuerdo comercial con China por el que decidieron comerciar en monedas nacionales. Eludiendo el dólar. Estos países están creando una economía paralela completamente independiente de Estados Unidos».
Rubio se lamentaba, en Fox News, que «en solo cinco años no podremos dictarle nada a nadie con sanciones, para entonces habrá tantos países comerciando con su dinero en lugar del dólar que simplemente no podremos sancionarlos a todos».
En ese sentido, Global Times, influyente periódico, reflexionaba en como las sanciones estadounidenses contra Rusia, por ejemplo, reforzaba el deseo de otros países para reducir la dependencia del dólar. Reforzaba la necesidad de reemplazar el Swift para eludir “la coerción monetaria” de Washington.
No sólo eso, hace unos días Washington manifestó, una vez más, su disconformidad con decisiones autónomas de un grupo de países. ¿Por qué? Porque el Ministerio de Energía de Arabia Saudita hizo pública su decisión de reducir «voluntariamente» su producción de crudo en 500.000 barriles diarios. A Riad se le sumaron miembros prominentes de la OPEP+. La medida estará vigente desde mayo hasta finales del año. Junto a Arabia Saudita se sitúa Emiratos Árabes Unidos con un recorte de 144.000 barriles al día.
Igualmente, Omán con 40.000 barriles, Kuwait con 128.000 barriles, Irak con 211.000 barriles, Argelia con 48.000 barriles, Rusia con 500.000 barriles, mientras que Kazajstán se sumará con un recorte de 78.000 barriles.
Desde la Casa Blanca, el portavoz de Seguridad Nacional, John Kirby, expresó que la medida adoptada por la OPEP+ no es conveniente dada la incertidumbre que existe en el mercado.
Respondió Alexánder Novak, vice primer ministro de Rusia, señalando que «actualmente el mercado petrolero mundial atraviesa por un periodo de alta volatilidad e imprevisibilidad, debido a la crisis bancaria en EEUU y Europa, la incertidumbre económica global y las impredecibles y poco perspicaces decisiones de política energética».
Es así, hay incertidumbre. La errática política externa norteamericana crea inestabilidad. Sus provocaciones causan un rechazo generalizado.
Así lo tomó la República Popular de China cuando el presidente de la Cámara de Representantes del Congreso estadounidense, Kevin McCarthy, recibió en el estado de California a la mandataria de Taiwán, Tsai Ing-wen, pese a reiteradas advertencias de que no lo hiciera.
Pekín reaccionó señalando que van a «tomar medidas enérgicas y eficaces para asegurar la soberanía nacional e integridad territorial…Se ha violado gravemente el principio de una sola China y ha infringido seriamente la soberanía e integridad territorial de China».
Mientras eso ocurría en Estados Unidos, en China, Emmanuel Macron, presidente francés, en una rueda de prensa con su par Xi Jinping, señalaba que «China y Francia, como miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y potencias nucleares, dada su historia de amor y compromiso con la independencia, deben trabajar juntas para mantener un orden internacional que pueda enfrentar los desafíos actuales».
En momentos de tensión geopolítica global, de realineamientos, Xi JInping dijo estar seguro que «esta visita también dará un nuevo impulso al desarrollo de las relaciones entre China y la UE».
Más allá de lo dicho públicamente. En Europa se comenta que la visita del mandatario francés con la señora Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, podría ir reconfigurando un viraje en su posición geopolítica mundial.
Tiene que ver, también, con la forma en que Washington está maltratando a sus aliados de la UE con medidas proteccionistas, con incentivos a las empresas europeas para que abandonen el Viejo Continente y reculen al otro lado del Atlántico.
Por eso Xi Jinping recalcó a su par galo que los dos países trabajarán para garantizar un clima empresarial justo y sin discriminación para las empresas.
Es decir, donde Washington atropella, Pekín ofrece negociación justa.
Respecto al conflicto en Ucrania, el mandatario asiático mencionó: «China está dispuesta a cooperar con Francia para llamar a la comunidad internacional a la racionalidad y la contención en la cuestión ucraniana, así como a evitar acciones que agraven la crisis o la saquen fuera de control».
Los países europeos ven con buenos ojos, –ya lo dijo Francia– la iniciativa China de 12 puntos para resolver el tema en Ucrania. Como se ha dicho ya, la oposición está en Washington, que tiene sus propios cálculos e intereses.
Paralelamente el canciller ruso, Serguei Lavrov, visitaba Turquía, país clave en la región, miembro de la OTAN; que mantiene buenas relaciones con Rusia y China.
En suma, los países buscan acercamientos, en mejores condiciones, mientras Estados Unidos pelea, se aisla. Internamente enfrenta una crisis que puede agravarse.
Y, lo sostenemos, los problemas internos en Estados Unidos significan riesgo de conflictos militares externos.
Días antes de que se emitiera una orden de detención en su contra, Donald Trump reconoció que había encargado a sus asesores que le brindaran herramientas «legales» para intervenir los carteles mexicanos de narcotráfico.
De acuerdo a la revista Rolling Stone, “los lugartenientes de Trump le han informado sobre varias opciones que incluyen ataques militares unilaterales y emplazamientos de tropas de su socio y vecino soberano de Estados Unidos».
Según la misma fuente, una de esas propuestas la hizo, en octubre del año pasado, Center for Renewing America, un grupo de expertos cada vez más influyente, integrado en gran parte por expertos trumpistas, leales a MAGA (Make America Great Again) y veteranos de su administración.
¿Si Trump quedara fuera de la carrera política, la iniciativa sería descartada? No creemos.
Más bien, América Latina, los países del sur global, ya deberían ir forjando alguna respuesta sobre esa iniciativa que cada vez cobra más fuerza dentro de la clase política norteamericana, y que tiene un respaldo importante entre la población de ese país.