Por: Federico Ruiz Tirado
Hay un chavismo que, en algunos ámbitos del país, se ha venido desarrollado casi silentemente como constructo ideológico del ejercicio de la “realpolitik”; ese principio que sustenta el modelo que propuso Hugo Chávez basado en la democracia participativa y protagónica, y cuyo sujeto es el pueblo organizado, o una instancia en permanente movimiento que traza la ruta del poder popular gobernando, inventando siempre desde el error o el acierto.
Pensar lo contrario sería un exabrupto que no tendría justificación alguna, ni siquiera admitiendo, —a riesgo de ser imprudente— errores, desatinos, incongruencias o aspectos que han contrariado, o en algunos casos desdibujado, la cultura del chavismo primitivo nacida con el sólido liderazgo y la psicología política o la personalidad del presidente Chávez; su recuerdo, su forma y estilo venezolanos que tan hondo quedaron en los sentimientos nacionales y de otras civilizaciones.
Bajar y subir el telón
Sí, la corriente chavista debe luchar para no ser desplazada del poder político por factores híbridos, producto de ciertos giros inesperados o, de algún modo, basado en una acomodaticia convivencia «democrática», como ha sido tradición en las culturas políticas europeas.
Pero es necesario revisar a fondo, subir y bajar el telón de estos últimos años de historia, acercarse al monstruo que comenzó a aparecer sobre todo en los años subsiguientes a la muerte física de Chávez y a la histórica debacle del 2015 en la AN; para buscar en la profundidad de su legado múltiple, asentado en las diversas comunidades excluidas y empobrecidas, aquellas que principalmente se sublevaron en 1989, huérfanas de vanguardia política y por crudas necesidades de clase; las claves para comprender que la arteria de ese modelo está en la creación del estado comunal, de tan escasa difusión entre las bases hoy día, aturdida por la voltereta que ha dado la fibra nacional, el ser venezolano; que sin darse cuenta cómo, pasó de los años de Chávez en el poder a la absurda y sin sentido industria del marketing en pleno bloqueo imperial y reacomodos y maquillajes de la oposición golpista a la oposición «moderada», simpática y conciliadora.
Guerra total
Esa corriente originaria no puede ser estática toda la vida, ni debe ser patrimonio de nadie, aunque pareciera opacada por los efectos de la Guerra Total contra Venezuela, la imposición desmoralizante de la dolarización y el alza de los precios de los alimentos, entre otras expresiones amargas; la progresiva y a veces culposa pero inevitable desafiliación al fervor y la calidad moral que Chávez le imprimió a la transformación colectiva que venía sonora y casi indetenible en su objetivo; en pugna constante contra el imperialismo y sus nexos que nos hacía dependientes, pero audaces en el afianzamiento de la soberanía nacional y la lucha protagonizada por las clases subyugadas: los campesinos sin tierra, los pobres desbordados en los suburbios de las ciudades, los pescadores, las mujeres maltratadas y humilladas, la gente huérfana de sistemas que garanticen su calidad de vida, los niños de la calle, las etnias indígenas a merced de las injusticias y abandono, la vejez desamparada y otros parias.
A veces creo que esa no es una simple cuadratura de conciliábulos entre propios y extraños, sino que debe ser una constante diversificación de vías aún inexploradas, esfuerzos y debates ideológicos entre las posiciones de poder con la izquierda histórica, centrando la atención especialmente en las instituciones contraloras y los ministerios de mayor impacto social y operativo donde es abrumadora la corrupción; para convertirlos en los regimientos de la profunda y necesaria Contraloría Social que cumplan el compromiso real con los planes de desarrollo nacional y el crecimiento cualitativo de la clase obrera; fuerza motriz de las más profundas transformaciones capaces de luchar y producir para independizarnos del capital extranjero.
Los contrastes
El liderazgo nacional requiere refrescamiento de caras, y en el insondable mundo del chavismo originario hay que propiciar escenarios de autenticidad en los debates sobre los liderazgos que han escogido la penumbra de sus hogares para reflexionar, casi a ciegas, sin modos, carentes de métodos, perdidos en un país un tanto desarticulado, paradójico y desconcertado ante los inauditos contrastes que se evidencian en conductas opulentas, ostentosas; como si una varita mágica las hubiera encantado de abundancia en dinero, alimentos exóticos y vestimentas cada vez más estrafalarias y propias de una sociedad capitalista que pareciera nacer diariamente con un atuendo nuevo para su exhibición; frente a un país de moral física y psicológicamente perturbada.
Sería muy importante que apareciera nuevamente en la escena ese chavismo casi en extinción; y se colocara, batuta en mano, a ordenar la orquesta. Ese «volver a Chávez» del que tanto se ha hablado, es posible encontrarlo si se decide erradicar el bochinche y tomar el pulso de la delicada enfermedad que nos puede ocasionar una tragedia sin precedentes.
Este es un mensaje, con añejo aliento navideño, a Clodovaldo Hernández y a un extraordinario análisis de meses atrás. Agregando sus propias palabras, afirma como un hecho “que 2022 haya sido un año perdido para la oposición (especialmente para su ala pirómana) no significa que haya sido victorioso para el gobierno. Al menos no en términos de perspectiva electoral«.
Su artículo traza las rutas y sus atajos: «…la recuperación es innegable en el campo de las grandes cifras económicas, pero ha tenido un marcado acento de inequidad, típico del capitalismo salvaje y, por tanto, radicalmente contrario al de una sociedad en vías al socialismo«.
Con este entrecomillado párrafo, clave a mi entender, agrego sin sutiles eufemismos un dato que Hernández no coloca en el tablero donde arma el lego de los dos años por venir: la violencia; sí, sus tentáculos abarcantes, tan similares a los (re)brotes fascistas que rondan a la Europa o al imperio.
En Venezuela, no es un secreto, el paramilitarismo y el sicariato continúan la trocha que han abierto. No hay razón para pensar que antes del 24, se enmascaren de bufones para hacernos gracia.
—Fuente del artículo de Clodovaldo: La Iguana—.