Por: Federico Ruiz Tirado
Una periodista argentina que ya examina sin lentes de teórica de la comunicación, y bastante aburrida de los dogmas con los que sus colegas bonaerenses «estudian», sin darse un respiro para capitular, el llamado discurso (en toda su extensa y variada orquestación política, sexual y/o estética y religiosa), me interroga con algo de asombro si los venezolanos nos hemos percatado del parentesco verbal o expresivo, algo estrafalario, de María Corina Machado con Javier Milei.
Cuando la señora Machado resalta muchas veces, repetidas veces, casi sin voz, afónica; como una chenchena medio pataruca) la palabra libertad, libertad, libertad, libertad, libertad. Me pregunta, ¿no les suena como el eco de la sanguinaria frase de Milei: viva la libertad carajo?
No supe qué decir en el momento, porque de mi escapó sin saber cómo ese reojo que observando a Milei me desviaba la mirada hacia el bigote empegostado en su nariz huesuda, en la imagen con la que aparecía Videla en los periódicos de antes, o los oscuros lentes desubicando los ojos de Pinochet de su propio rostro, como si los ojos ni el rostro fueran del mismo hijodeputa que yo vi en una revista del MIR en el 73.
Y se lo dije, sin mucha más paja. Ella lo entendió tal como es, o tal como yo me lo imaginé contándoselo. Así: Milei montando la Base Militar en la Patagonia con la Generala tomando mate amargo, pero desde una vista ferroviaria, tipo cuento de Cortázar, esa que capta siluetas de mujeres caminando descalzas huyendo de la bomba atómica, animales desplomados en las colinas, niños desfigurados por el llanto, casas cayendo como un alud de nieve rocosa, ríos de sangre y uno viendo todo desde la ventanilla de un tren hecho a retazos tratando de mantener invicta una estampa del pasado lejano.
Pero alcancé a decirle, por fin, algo que la impulsó a explicarme con argumentos imbatibles el apocalipsis argentino: hace poco, oyendo a Jorge Rodríguez hablar sobre el tema electoral venezolano y exigiéndole al rey de España que devuelva al asesino de Orlando Figuera ─le dije apenas se me ocurrió pensar en algo─ que habría de servirnos para construir una postal del Guernica venezolano que, en realidad, constituiría la verdad de todo, si María Corina, con Edmundo detrás de ella, con Leopoldo López detrás de ella, con el Comando Sur detrás de ellos, se apoderaran del territorio nuestro: lo que vendría para Venezuela sería una película en blanco y negro copiada al molde de lo de Milei en Argentina. Macacro.
Y habría que destacar ─agrega ella─ todo el entusiasmo que Milei despertó en las masas populares y la clase media argentinas, que hoy luchan llorando a causa de la sangre, el sudor y las lágrimas que las políticas de ese Ángel, el Exterminador, las han hecho derramar
Los despidos, la carestía, la subida del dólar, y además de la confrontación, vendrían por nosotros: la venganza es su ansiedad, su odio de clase. Regarían al país de sangre.
Creo, le dije, que hay que insistir en esa probabilidad, construir el discurso de esa realidad que la gente ha imaginado porque, en cierto modo, lo han hecho.
Fin de la historia.
«Dios mío, me fulminó, vos sos un maldito amigo».