El fascismo se incuba en el odio y en la ignorancia, se va cultivando de manera consciente o no en almas y corazones de quienes detestan la diversidad propia de la humanidad, y no toleran aquello con lo que no están de acuerdo, al punto de procurar aniquilarlo para imponer por la fuerza —más que por el convencimiento de las mayorías— su visión del mundo y de la sociedad en la que viven. Según Franz Leopold Neuman, el fascismo es “la complicidad absoluta ente el gran capital y el Estado” y cuando no tienen el control del Estado, buscan alcanzarlo como sea.
El fascismo se alimenta del miedo, los grandes medios y las redes sociales en majestuosas operaciones de información posicionan mensajes que abonan el camino para el avance del odio, le dicen a la clase media que va a empobrecerse y a la pequeña burguesía que perderá privilegios, les invitan a la identificación del “enemigo” en el cual personalizan su “calamidad” y se inocula el racismo, la misoginia, la homofobia, la xenofobia y la aporofobia; pues sólo una élite, junto a un sector minoritario de la población que ha sido ungido por Dios con las características fenotípicas y las condiciones económicas privilegiadas, debe ocupar y dirigir el país donde habitan. Todo lo demás y todas las demás personas son desechables o deben ser servidumbre.
En la mayoría de los países de América del Sur no existe tradición de lucha contra el fascismo, en las últimas décadas del siglo pasado las dictaduras instaladas en el cono Sur dejaron hondas huellas de dolor y desapariciones en dichos pueblos y luego de largos años de lucha observamos como en los años 80 se levantó una ola de candidatos “antipartido” que triunfó en casi todo el continente y nos llevó a recibir el siglo 21 en medio de profundos debates y contradicciones que luego dieron paso a gobiernos progresistas, revolucionarios que acompañaron —y acompañan— las luchas populares; sin embargo el fascismo seguía (y sigue) allí, latente y enmascarado en diversas organizaciones financiadas por grandes capitales que procuran alzar banderas de altruismo para convocar a hombres y mujeres que desde la fe religiosa o la práctica de la solidaridad consideran que esa es la vía para transformar la realidad. Despreciando la lucha de clases y la construcción del Socialismo como una opción.
Hoy observamos el levantamiento una nueva ola de candidaturas “Anti Estado” expresada con absoluta claridad en el triunfo de Milei en Argentina, que ya venía despuntando desde el 2021 cuando resultó electo diputado con el 17% de los votos y teniendo como suplente a una defensora de los derechos de la dictadura militar, avanzó con una actitud excéntrica y un discurso abiertamente neoliberal en los sectores populares que parecen estar hartos de lo vivido más que de acuerdo con lo propuesto por este candidato. Anteriormente, observamos cómo en Chile las protestas populares contra el gobierno de Piñera dieron paso a una candidatura “esperanzadora”; que al asumir la presidencia de ese país mostró su verdadero rostro; y en ese mismo sentido, recientemente, pudimos ver en Ecuador un proceso electoral teñido por las máximas expresiones de violencia. Allí está el fascismo.
Ante ello, nuestra respuesta ha de seguir siendo la movilización permanente, la construcción consciente de la unidad, el amor y el Socialismo como bandera.
¡Seguimos venciendo, palabra de mujer!