Guiados por el principio ético de que los hombres vinimos a este mundo a entreayudarnos y no a entredestruirnos
“En estas circunstancias, para decirlo en palabras de Simón Rodríguez: El que no ve lo que le toca está ciego. El que no lo siente está muerto”
Por José Gregorio Linares
No sé si Francisco de Miranda y Simón Rodríguez se conocieron personalmente. Miranda nació en Caracas en 1750 y se marchó de Venezuela en enero de 1771 cuando tenía veinte años. Rodríguez nació en esta ciudad en 1769; de modo que cuando Miranda salió del país, éste era apenas un niño de un año. Ahora bien, pudieron haber coincidido en Europa donde Rodríguez ya con el nombre de Samuel Robinson vivió veintitrés años (1800-1823) exiliado a raíz de su activa participación en el movimiento insurreccional liderizado por Gual y España; y donde Miranda vivía, cambiando constantemente de identidad para así burlar las acechanzas del espionaje español que lo perseguía por todo el viejo continente. Así que no sé si compartieron un té en Inglaterra, un vino en Francia o un vodka en Rusia, donde ambos vivieron. No sé si conversaron acerca de la “”Carta a los Españoles Americanos” de Juan Pablo Viscardo y Guzmán traducida al castellano por Miranda, o discutieron la novela “Atala” escrita por Chateaubriand y traducida por Rodríguez, o si intercambiaron pareceres sobre «La Gran Reunión Americana», logia masónica internacional a la que, al parecer, los dos pertenecieron. No sé.
Lo cierto es que a ambos los unía su pasión por la independencia suramericana, su espíritu de justicia social, su énfasis en la necesidad de la unión de América, su profundo amor por el saber y la ciencia, sus inclinaciones artísticas. Pero mientras Miranda es recibido por reyes y gobernantes, se incorpora de lleno en los avatares políticos europeos y alcanza la gloria militar; Rodríguez pasa casi inadvertido, se dedica al ejercicio de la ciencia aplicada, a conocer de cerca las principales experiencias educativas y socioproductivas europeas, y se afilia a los movimientos socialistas.
Hago toda esta reflexión porque el Frente Francisco de Miranda está promoviendo el estudio y aplicación creadora de la doctrina rodrigueana y reimpulsando la Escuela Nacional Robinsoniana. Ha diseñado un programa integral de formación cuyo eje central lo constituye el proyecto político-económico de Rodríguez, quien se proponía la creación de una “República verdaderamente Popular”, entendiendo por ello un sistema de gobierno donde son suprimidos los privilegios oligárquicos, porque “el país no es, ni será jamás, propiedad de una persona, de una familia, ni de una jerarquía, ante familias y jerarquías que se creen dueñas no solo del suelo sino de sus habitantes”. Esta República Popular se guía por el principio ético de que los “hombres vinimos a este mundo a entreayudarnos y no a entredestruirnos”. El fundamento material de dicha República es la “Economía Social”, que establece que la producción y la distribución de bienes y servicios debe estar en manos del pueblo y destinarse a “ejercicios útiles”, es decir, orientarse principalmente a satisfacer las necesidades fundamentales de la población. Para ello es indispensable impulsar “una revolución económica” basada en la voluntad de “asociarse para emprender”. La condición fundamental para construir esta Nueva Sociedad es el cultivo de la sensibilidad social, es decir, el interés y la preocupación por los problemas y necesidades de los otros; por consiguiente hay que “convertir el mal ajeno en propio”.
Este Nuevo Estado está asentado en las “toparquías” (“topos” significa lugar; y “arquía”, poder) antecedente de las comunas, ya que “si el que manda no ve el alto gobierno en el bajo, yerra creyendo acertar”. La base social que impulsa el movimiento que le da vida a este proyecto está conformada por los más pobres, porque se debe gobernar “para dar de comer al hambriento, para dar de vestir al desnudo, para dar posada al peregrino, para dar remedio al enfermo y para distraer de sus penas al triste”. De este modo se da una relación dialéctica entre el pueblo y su gobierno; donde “la misión del Gobierno es cuidar de todos, sin excepción para que cuiden de sí mismos después, y cuiden de su gobierno”. Desde cada toparquía debe impulsarse la Educación Popular, que aborda cuatro componentes:1) La conciencia de clase y la identidad nacional, 2) el fortalecimiento de la salud , 3) la capacitación tecnológica socioproductiva, y 4) la producción y socialización de ciencia y saberes. El propósito es que en cada comunidad “haga quien sepa, y que haya quien haga”.
Como les vengo diciendo, no sé si Rodríguez y Miranda se conocieron; pero lo que sí sé es que con el encuentro de ambos, que se expresa en el impulso que el Frente Francisco de Miranda le está dando al ideario de Rodríguez, la Revolución se hará más raizal y vigorosa. Con el plan formativo de la Escuela Nacional Robinsoniana convertiremos cada espacio de vida en toparquía autosustentable, en bastión para la Defensa Integral de la Patria, en embrión del Poder Popular. Cada uno ha de asumir su responsabilidad en momentos cuando el destino de la Patria está en juego. En estas circunstancias, para decirlo en palabras de Simón Rodríguez: “El que no ve lo que le toca está ciego. El que no lo siente está muerto”. Debemos prepararnos, por tanto, para enfrentar a la potencia que amenaza con bloquearnos e invadirnos. Y a los cipayos criollos que traicionan a nuestro pueblo. Con Miranda y Rodríguez ¡Venceremos!