La coalición de izquierda Nuevo Frente Popular (NFP) vence, sorprendentemente, a la extrema derecha de Marine Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones legislativas
La bandera de la Venezuela Bolivariana ondea en París, en la Plaza de la Bastilla, junto a la de Palestina, símbolo de las luchas que han llenado las calles en los últimos meses, desafiando la represión. Los líderes del Nuevo Frente Popular (NFP), la coalición que sorprendentemente ganó la segunda vuelta de las elecciones legislativas, habla en el escenario improvisado. “Una victoria histórica”, dice Jean-Luc Mélenchon, que dirige Francia insumisa, y ahora se trata de aplicar el programa expresado por el voto popular: derogar la reforma de pensiones impuesta por el gobierno actual y fijar el límite de edad de jubilación en sesenta años; cambiar la política migratoria represiva creando una agencia de rescate para inmigrantes indocumentados y facilitando las solicitudes de visa; aumentar el salario mínimo; poner límites a los precios de los productos básicos para combatir la crisis del costo de vida.
Un programa que los representantes del capitalismo y de las finanzas, que se han posicionado en contra de la presencia del Nuevo Frente Popular en un posible gobierno, se apresuraron a declarar «impracticable», dando por sentado que los costes para cuadrar las cuentas (las suyas) deben ser pagados por quienes producen la riqueza y no por quienes la explotan. Para los tecnócratas europeos (felices de hacer negocios con la guerra imperialista y alimentar la bulimia bélica de Zelensky y Netanyahu), las políticas propuestas en materia de bienestar y trabajo aumentarían el gasto social en un contexto económico “preocupante”. Poner un techo al precio de los bienes «esenciales», como la energía o los alimentos, costaría 24.000 millones de euros al año, y un coste elevado también sería hacer retroceder la edad de jubilación de los 64 años actuales a los 60.
Una posición que, en Europa, también dan por sentada los partidos llamados de «centro izquierda», los que, durante décadas, han considerado impracticable la superación del modelo capitalista e inevitables los planes de ajuste estructural impuestos por las instituciones europeas; hasta el punto de desaparecer sus programas, incluso el horizonte de un pálido keynesianismo en defensa de la cuestión social. Y por ello, Mélenchon, ─que no se presentó a estas elecciones─ apareció como la bestia negra, también para aquellas fuerzas de la izquierda moderada que forman parte de su coalición, y que lo tildan de chavista, antieuropeista o de “antisemita”.
Además de la Francia Insumisa, el NFP está integrado, entre otros, por el Partido Socialista, los Ecologistas, el Partido Comunista Francés y los Anticapitalistas. Una alianza que se formó en poco tiempo luego de que el presidente francés, Emmanuel Macron, convocara elecciones parlamentarias anticipadas, tras la victoria de la extrema derecha en las elecciones europeas, el 9 de junio.
A pesar de sus marcadas diferencias en el interior, en la alianza prevaleció la necesidad de derrotar a la extrema derecha de Marine Le Pen, aún más peligrosa después la primera vuelta del 30 de junio, cuando el Rassemblement National (RN) obtuvo el 33,15% y alrededor de 10 millones de votos, logrando elegir a 39 diputados. Un triunfo, que parecía presagiar el logro de una mayoría absoluta en la segunda vuelta (al menos 289 escaños). Pero, por el contrario, inmediatamente después del cierre de las votaciones, las proyecciones definitivas indicaron que el partido de Le Pen y Jordan Bardella (un joven de 28 años) está camino de asegurar, como máximo, 145 escaños en la asamblea; por detrás del NFP (177-192 escaños) y de Ensemble, el partido del presidente Macron (entre 152 y158 escaños). Mélenchon decidió retirar a sus candidatos que ocupaban el tercer lugar en las 297 circunscripciones donde un candidato de extrema derecha ocupaba el primer lugar; para favorecer al candidato progresista y obtener la victoria antifascista. Pero no todos los de Macron hicieron lo mismo.
Francia es una república semipresidencial, que tiene un presidente, elegido directamente por la ciudadanía, que es el jefe del Estado; y un primer ministro designado por el presidente de la República. Como en todos los sistemas parlamentarios, el primer ministro puede ser el líder del partido o coalición que haya obtenido más diputados, o ser una personalidad autorizada similar a ellos, pero no siempre es miembro del Parlamento. En cualquier caso, si el presidente quiere obtener el apoyo de la Asamblea Nacional para el nombramiento del primer ministro, debe nombrar uno que esté de acuerdo con la mayoría parlamentaria. En el sistema bicameral francés, la Asamblea Nacional (Cámara Baja) es la cámara más importante, en la que el gobierno necesita una mayoría, y está compuesta por 577 diputados (555 en Francia metropolitana y 22 en los Territorios de Ultramar), elegidos por 5 años. Considerando que ninguna obtuvo la mayoría absoluta, se abre un período de inestabilidad política.
El primer ministro Gabriel Attal presentó su dimisión. Jean-Luc Mélenchon, en cuanto líder de Francia Insumisa, el más importante partido del principal bloque parlamentario, sostiene que Macron debe nombrar un primer ministro del Nuevo Frente Popular, pero también dice que no está dispuesto a desviarse del programa en un gobierno que quiera cancelarlo. Raphaël Glucksmann, que encabezó la lista del PS en las elecciones europeas, pidió en cambio un «comportamiento adulto» para encontrar una salida a la crisis, respaldado por el hecho de que el partido socialista ha más que duplicado sus escaños. El presidente no podrá disolver las cámaras durante doce meses, pero eso no significa que no se pueda volver a las urnas dentro de un año en caso de que ─muy probablemente─ no se llegue a un acuerdo.
El 30 de junio hubo una participación récord. Votó el 66,71% de los electores habilitados (más de 49 millones), un 19% más que hace dos años. Una tendencia ya observada en Francia para las elecciones europeas, y que contrasta con otros países como Italia, donde la apatía también se confirmó en las últimas elecciones europeas: sólo votó el 49,69% de quienes tienen derecho a voto, es la participación más baja jamás registrada en la historia de Italia; y ya en las elecciones políticas de 2022, la extrema derecha de Giorgia Meloni había ganado frente a una abstención de casi el 40%.
El 7 de julio votó el 67% de los franceses, la mayor participación desde 1981, cuando el socialista François Mitterrand fue elegido en segunda vuelta. Y mientras todas las fuerzas políticas se preparan para 2027, cuando expira el mandato presidencial de Macron (siempre que no dimita antes), las organizaciones populares se organizan para la batalla, poniendo una vez más en el centro un programa de reformas estructurales, para mostrarle al resto de Europa que, sí, se puede hacer.