El domingo 30 de octubre, culminó en Brasil la campaña electoral más larga de su historia. Decimos esto porque, en realidad, el triunfo de Lula tiene un retraso de cuatro años. En el año 2018, de mala manera, lo sacaron del juego; usando triquiñuelas judiciales que lo llevaron a prisión.
Todo se manejó de una manera burda, no se respetaron los procedimientos mínimos, elementales. De hecho, el juez que manejó el linchamiento judicial contra Lula fue designado ministro de Justicia; lo que muestra el talante judicial en el Brasil de Bolsonaro.
Pero no había duda, Lula seguía siendo un poder político en el gigante amazónico, estuvo presente en la escena política todo ese tiempo, estaba en proceso de recuperar su silla, su lugar en el palacio presidencial.
El día llegó, pero llegó de manera turbia, con un Bolsonaro utilizando elementos militares para amedrentar, para evitar que votasen sectores plenamente identificados con Lula.
Y, ojo, no fue solo el 30 de octubre, la hostilidad se vivió, se incrementó apenas se conoció que Lula y Bolsonaro disputarían la segunda vuelta. Es el fascismo, el fascismo peligroso que tiene, desafortunadamente, una considerable aceptación dentro del país amazónico.
Lula gano, es cierto, pero por lo menos hasta que estamos cerrando la presente edición del semanario, Bolsonaro no ha salido a reconocer su derrota.
No ha salido, aunque sea para cumplir con un mínimo de protocolo, a felicitar a su contendiente. Es preocupante. Preocupa porque ya algunos sectores del bolsonarismo, en las llamadas redes sociales, están hablando de desconocer el resultado, hablan de fraude, aunque fueran simpatizantes de Bolsonaro quienes impidieron votar a sus adversarios, quienes agredieran y amenazaran.
Afortunadamente, algunos aliados de Bolsonaro sí han reconocido el triunfo. Esto llevaría al todavía presidente a que acepte su derrota, más aún, cuando los observadores internacionales reconocieron la pulcritud del proceso, independientemente de los incidentes antes mencionados.
El ex militar podría aceptar su derrota, pero podría jugar la carta que usó la extrema derecha en Perú con Pedro Castillo, es decir, aceptar que perdieron; pero el mismo día también iniciaron un permanente trabajo de demolición que ha impedido al mandatario incaico, más allá de sus errores, gobernar con cierta tranquilidad.
No va a ser fácil lo que le espera a Lula. No va a ser fácil para que devuelva a Brasil los niveles de desarrollo con equidad que alcanzara en sus gestiones anteriores, no por falta de voluntad, ni de sapiencia, que ya la demostró anteriormente, el problema es que está oposición de hoy, con unas bases bolsonaristas muy radicalizadas en su conservadurismo, en sus «convicciones» fascistas, racistas, supremacistas, aferradas a sus privilegios; intentarán boicotear las iniciativas inclusivas.
Varios aliados de Bolsonaro son gobernadores en estados importantes, mandos militares se han pronunciado abiertamente contra Lula, hay una crisis alimentaria que deberá ser atendida rápidamente.
En lo que Lula asuma la conducción del país es de esperar una oposición beligerante. Tratarán de frustrar las esperanzas de sus electores, que son gente sedienta de justicia, pero también millones de personas en inseguridad alimentaria.
Pero a esas necesidades materiales, entre los que deben contarse una mejora en los ingresos económicos de las familias más vulnerables, hay la demanda para retomar programas inclusivos en educación, equidad de género, en programas para combatir la violencia en todas sus manifestaciones.
Afortunadamente Lula tiene experiencia, además, hay millones de brasileños dispuestos a secundarlo en su anhelo de retomar la senda que el bolsonarismo abandonó.
El contexto internacional le favorece. Países importantes como China, Rusia, India, Turquía, han manifestado su interés de trabajar con el dirigente del PT. No olvidemos que Lula fue uno de los artífices en la consolidación de los BRICS.
Lula sabe perfectamente lo beneficioso que es conectar su país a las economías emergentes, pero también consolidar alianzas con los países vecinos; ya lo dijo durante la campaña, hay que fortalecer la CELAC, UNASUR, MERCOSUR; en fin, todos los mecanismos que reactiven el comercio regional en condiciones ventajosas para todos.
En eso coincide con el líder de México, Andrés Manuel López Obrador.
De hecho, Lula viene planteando, retomando una idea de Hugo Chávez en la primera década del presente siglo, de crear una moneda regional común.
Por cierto, para muchos analistas, la suerte de Muamar el Gadafi fue sellada cuando anunció su pretensión de consolidar una moneda común para los países africanos. Confiemos en que esta vez la moneda común se concrete y que su impulsor corra con mejor suerte.
Lula goza de buen prestigio en todo el mundo y con el peso de su economía, de la influencia geopolítica que Brasil debe retomar, puede ser un factor importante en la resolución de conflictos regionales y globales.
De todas maneras, sin caer en un fácil maniqueísmo, podemos decir que, en Brasil, la propuesta de la vida, de la alegría; se impuso a la violenta, la racista, la supremacista, la de la muerte.