El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, le da permiso a su Secretario de Estado, Antony Blinken, para que viaje, nada más y nada menos que a Beijing, capital de la República Popular China. Objetivo urgente: tratar de bajar las tensiones existentes entre las dos potencias.
Tal tirantez que tiene su origen en las diferentes medidas coercitivas unilaterales en contra del país asiático dictadas por la Casa Blanca y en la descarada estrategia intervencionista de Washington en contra de la política de “una sola China”. Con las sanciones se busca bloquear el desarrollo científico, industrial, comercial de la nación asiática, en una especie de intento desesperado de hacer que el mundo gire en dirección opuesta.
Y con el apoyo diplomático, político y militar a Taiwan; tal vez se quiere calcar el papel de tonto útil asignado a Ucrania por parte de la Organización de Tratado del Atlántico Norte por allá lejos de nuestros lares. No sabemos si está en los cálculos del imperio en decadencia, que una guerra de desgaste en el extremo oriente se convierta en un salvavidas temporal para su supervivencia.
Pues bien. Blinken fue a Beijing a tratar de hacer su trabajo. Fue recibido por el presidente Xi Jinping y se reunió también con el ministro de Relaciones Exteriores de China, Qin Gang. Y tras cinco horas y media de trabajo, acordaron comprometerse a mantener la comunicación y fortalecer los intercambios personales, “lo que incluye abordar algunos desafíos y percepciones erróneas y evitar errores de cálculo».
Pero como dice el Chavo del Ocho: “¡Zas!”, vino Biden y puso la torta apenas horas después, al llamar dictador al jefe de Estado chino en medio de un acto proselitista preelectoral.
Estados Unidos tiene una política exterior errática, quizás producto del clima de incertidumbre que debe reinar en el Pentágono al ver como se desmorona la posición del otrora hegemón del planeta. Cómo será la magnitud de esa crisis existencial al ver que hasta ayer silenciosos aliados-cómplices-subsidiarios-capataces como Arabia Saudita e Israel, comienzan a tratar de desmarcársele.
Y ese clima de desasosiego seguro se debe profundizar al tener que lidiar (los aparatos burocráticos civil y militar) con un presidente que literalmente se pierde en los jardines de la Casa Blanca, que olvida dónde dejó documentos estratégicos supersecretos y que confunde el himno nacional de la India con el de su propio país.
Espero que, como sucedió con Donald Trump, nunca le dejen el control del maletín que tiene las claves del arsenal nuclear.