No me resulta aún fácil asimilar lo que quedó al descubierto en la importadora Kreisel, luego de la operación desarrollada el viernes 09 de diciembre por el Gobierno nacional, que develó la podredumbre capitalista que afectaba a la población demandante de juguetería.
Para quienes dudaban de la existencia de la guerra económica contra el pueblo (tanto chavista y como no chavista), el caso Kreisel se erige cual ícono tristemente didáctico. Quien tenga ojos, pues, ya sabe lo que debe hacer. Si se niega a ver, entonces que engulla sus quejas y disfrute de los orgasmos que le produce el atraco del que fue, es y será víctima por parte de quienes están decididos a aumentar su fortuna sin transitar la senda legal.
Que la especulación de esta compañía ascienda hasta al mil por ciento, en algunos casos, amerita la aplicación de la ley en su máxima expresión. Debe determinarse –igualmente- si constituye delito la existencia de distribuidoras que eran propiedad de los mismos importadores, por cuanto allí era donde se encubría el fraude detectado.
No tenemos duda sobre la satisfacción que produce en el grueso del colectivo social el golpe asestado a esta mafia, pero confesamos que nos sorprende la inmediatez mediática que desde el mismo viernes tuvo la capacidad para convencer a algunos compatriotas de que era la acción oficial estatal la que incurría en alguna irregularidad. Diversas expresiones que de manera absurda salieron en defensa de la firma, pudieron leerse a través de diferentes redes sociales. Disociación plena.
Reiteramos que lo sucedido confirma la existencia de un ataque planificado y permanente contra la economía nacional, alimentado con claros tintes políticos de desestabilización cuyo objetivo es el derrocamiento de la Revolución Bolivariana.
A quienes se pregunten cuantos casis similares existen sin que sean del conocimiento de las autoridades, les decimos que también nos asalta la misma angustia aunque confiamos plenamente en que -más temprano que tarde- serán nuestros mecanismos de control los que terminarán imponiéndose.
Ildegar Gil/ Redacción Web