Crónica de la Contienda
«Desaparece un mundo del silencio donde la queja no existe» Pompilio Santeliz
Por: Beatriz Rondón
El fascismo actual nace como una especie de fenómeno normado. La desforestación de la amazonía, fuente generadora de agua de vida, es un ejemplo claro de cómo las acciones individuales y colectivas pueden tener consecuencias devastadoras.
La destrucción de este pulmón natural no sólo afecta al ambiente del planeta, sino que también tiene implicaciones sociales y económicas impredecibles. La deforestación, impulsada por intereses económicos y políticos, se ha convertido en una práctica normalizada debido a la mutación que ha venido promoviendo el capitalismo en afán de perpetuarse a pesar -o por ella- de la crisis que sufre.
La relación entre la deforestación y el fascismo puede parecer distante, pero tienen conexión. Ambos fenómenos se caracterizan por una falta de respeto por la vida, la diversidad y el futuro. La deforestación, al igual que el fascismo, es impulsada por una visión a corto plazo que ignora -con o sin estrategias- las consecuencias. Además, se basan en la construcción de una narrativa que justifica la explotación de los recursos naturales y la opresión de los más débiles.
El fascismo promueve la normalización de la destrucción del medio ambiente con fines y lógicas inherentes al capital que lo sostiene.
La desforestación y el fascismo son la caras de una crisis planetaria que amenaza nuestra supervivencia. Al comprender las conexiones entre estos fenómenos, podemos comenzar a construir nuevas formas de lucha por un futuro más sostenible.
El Semiárido Larense
En el estado Lara, el semiárido larense se revela como un ecosistema único y frágil. Bosques xerófilos, y una biodiversidad adaptada a condiciones extremas, conforman un cuadro de belleza agreste. Esta armonía ancestral se ve perturbada por una actividad que promete riquezas a corto plazo, pero que deja una huella imborrable: la minería del carbón.
El subsuelo larense contiene vastas reservas de carbón, un mineral codiciado por su alto valor energético. La promesa de ganancias rápidas ha atraído el interés por explotar este recurso, sin importar el costo ambiental, desencadenando una vorágine de deforestación, contaminación y destrucción de hábitats.
El semiárido larense es un ecosistema sumamente sensible. La extracción de carbón implica la remoción de capas vegetales, lo que expone el suelo a la erosión y reduce su capacidad de retención de agua. Además, los desechos mineros contaminan los ríos y acuíferos, poniendo en peligro la vida de numerosas especies.
La fauna y flora autóctonas, adaptadas a vivir en condiciones extremas, se ven desplazadas o extinguidas. Los bosques xerófilos, refugios de una gran variedad de aves y reptiles, son talados sin piedad.
Una parte significativa de este ecosistema está protegido por la ley, formando parte del Parque Nacional Cerro Saroche y de otras áreas amparadas por la legislación ambiental. Sin embargo, las presiones económicas y la falta de control han permitido que la minería ilegal se expanda por éste territorio.
Es necesario encontrar un equilibrio que permita aprovechar los recursos naturales sin comprometer la biodiversidad.