No fue un cliché o un discurso vacío cuando el Comandante Hugo Chávez exclamó que en la Cumbre de las Américas en Mar del Plata, Argentina, por allá en 2005, los pueblos habíamos llevado una pala de enterrador para demoler un Área de Libre Comercio para las Américas ALCA que era el verdadero propósito de este tipo de eventos.
Dispuesto e impuesto bajo los auspicios del llamado fin de la historia y la victoria definitiva de la democracia liberal frente a cualquier proyecto alternativo, el ALCA se dejó ver como la neoliberalización fundamentalista, extrema y absoluta de América Latina, frente a un hegemón que recién, a inicios de la década de los años 90 del siglo XX, se presentaba victorioso ante el derrumbe de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín.
Era la época donde el unilateralismo salvaje hacía fiesta en el planeta y se consolidaba la visión de la élite estadounidense, aún vigente, de un continente geopolítico considerado «patio trasero» y de un mundo en perspectiva expandido con una doctrina Monroe aplicada a Europa, Asia y Oriente Medio.
De esos polvos vienen estos lodos. La Cumbre de las Américas no es ningún espacio de construcción democrática, de igual a igual, entre los gobiernos de esta porción del hemisferio occidental, sino que fue utilizado como dispositivo de imposición de un esquema de dominación que fue derrotado políticamente, con aquella pala de enterrador, en Mar del Plata, y que de cuando en cuando pretende revivir como una especie de cadáver insepulto para tratar de imponerse con nuevas fórmulas más o menos hábiles.
En ello se inscribe, y no es para nada sorpresivo, la locura de querer excluir a las Repúblicas de Cuba, Nicaragua y Bolivariana de Venezuela, ya que resultan el pivote de resistencia latinoamericana ante el doble propósito de objetivos estadounidenses para con este escenario: a. Reavivar un área de libre comercio con América Latina que, bajo el barniz de la inclusión, el desarrollo y demás subterfugios, permita el control definitivo del continente en medio de un pugna mundial creciente por la irrupción de nuevos hegemones con una visión multilateral de los temas de la agenda internacional; b. crear un frente abiertamente antiruso en América Latina que puedan engranar con sus aliados europeos, presentándolo como una gran victoria de la diplomacia estadounidense.
Resulta que en muy mala hora para su estrategia, y fruto sin dudas de esa arrogancia supremacista y petulante con la que ve a nuestra América Latina, el gobierno de Joe Biden decidió dar el paso y excluir a los países mencionados de la Cumbre que se llevará a cabo eventualmente entre los días 6 al 10 de junio en Los Ángeles, esperando que todo el mundo bajara la cabeza y dijera: yes sir.
Pues muy poco duró la pretensión. La digna, democrática y latinoamericana postura del Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, del Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Luis Arce Catacora. y de la Presidenta de Honduras, Xiomara Castro, dieron los primeros punta pies a semejante decisión de excluir unilateralmente a Estados de nuestro continente, en medio de una agenda regional llena de desafíos y con la necesidad de hacer confluir los intereses comunes y no dejarnos imponer aquellos de beneficio exclusivo de la élite de Washington.
A ese rechazo creciente se han unido varios Estados del Caribe, quienes casi en unanimidad han manifestado la no aceptación de pretender excluir a cualquier Estado de la Cumbre en junio, colocando en problemas a un anfitrión muy mal acostumbrado a ejercer su unilateral arrogancia sin entender no sólo lo nocivo de esa actitud sino el carácter históricamente desafiante y anticolonial de nuestras naciones.
Tal cuestión también coloca nuevas piedras a unos regímenes internacionales regionales que, como esta Cumbre, están socavados por no corresponder al momento histórico actual, por supuesto al margen de los análisis que expresan que tal socavamiento responde a una estrategia de erosión del contexto jurídico e instancias pos segunda guerra mundial, ejecutada desde el propio EE. UU. ante la pérdida recurrente de hegemonía.
Vale la pena estimar la relevancia o no de éstos espacios, es decir la utilidad de las Cumbres de las Américas de continuar este propósito de imponer posturas previas y unilaterales a todo el continente.
Como bien reflexionó por allá en 2012 el propio Comandante Hugo Chávez: “Yo, incluso creo compatriotas que la Cumbre de las Américas, hoy en día ya no tiene sentido, porque esa cumbre nació, recordémoslo, por allá por 1994. Nosotros recién salíamos de prisión y recuerdo clarito que estaba yo en Cuba, invitado por el gobierno cubano en mi primer viaje, a aquella isla hermana y estaba conociendo a Fidel, era diciembre de 1994 y al mismo tiempo en Miami, se estaba desarrollando la llamada Cumbre de las Américas, por supuesto sin Cuba. Fue cuando el presidente de los Estados Unidos, en aquél entonces el señor Clinton lanzó aquella frase, todo un irrespeto a la historia de estos pueblos y a la lucha de estos pueblos por su liberación, todo un irrespeto a nuestros mártires de 500 años, todo un irrespeto a nuestro padre Bolívar cuando Clinton dijo que ahora sí, nos estábamos acercando a la realización del sueño de Bolívar, imagínate tú”.
Diez años después de esta reflexión vale la pena considerar que por un lado es necesario consolidar espacios de debate más profundos y democráticos como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños CELAC, que en 2021 tuvo una Cumbre donde todos participaron y se dieron debates interesantes en torno a temas políticos, sociales, económicos en un mundo en pandemia y pos pandemia.
Por el otro, y aunque el escepticismo sea la regla, resulta vital seguir presionando para que la élite estadounidense tenga muy claro lo inviable de sostener una política arrogante hacia el continente, que básicamente poco o nada ha dejado en resultados de bienestar para nuestros pueblos.
Es la realidad del contexto de una Cumbre que viene perdiendo relevancia por su inutilidad concreta, más allá de pretender satisfacer los intereses estadounidenses, que ya no es la preocupación de los pueblos latinoamericanos en este siglo XXI.
Por: Walter Ortiz