La pobreza es el resultado del desarrollo del capitalismo y del atraso ocasionado por la explotación imperialista, que se traduce en subdesarrollo. Estos mecanismos de subordinación social generan exclusiones, desigualdades, miseria y pobreza inauditas en lo social, económico y ético; pues conviven con la acumulación de escandalosas fortunas en manos de grandes corporaciones.
De tal manera que, la lucha contra la pobreza es parte de la lucha de clases en dos dimensiones fundamentales: en contra de la lógica del capitalismo y en contra de la explotación imperialista.
Una estrategia exitosa en contra de la pobreza tiene que estar acompañada de una línea de acción política anticapitalista, que garantice la distribución justa de la riqueza en el país; así como de una política antiimperialista que impida la extracción de nuestros recursos por parte las transnacionales, que garantice su inversión en el país en función del desarrollo integral de la nación; bajo los principios socialistas de justicia social.
La reducción y erradicación de la pobreza exige una estrategia multidimensional en virtud de su carácter multifactorial. Las causas son de naturaleza social, económica, ética, política, cultural, institucional, geopolítica, etc.; lo cual exige estrategias de amplísimo espectro.
Por una parte, se requieren condiciones materiales mínimas para lograr el bienestar de la población. Esto incluye: empleo, ingreso, educación, salud, acceso a servicios de electricidad, agua y telecomunicaciones, vivienda y protección social en general. El ingreso para atender estos requerimientos y, en general, que ese objeto de una distribución justa y creciente de la riqueza, tiene que ser producido previamente. Estos recursos estarán destinados al crecimiento económico, a la inversión en infraestructura productiva, social y en servicios; al tema social. Esto significa, que cualquier estrategia de desarrollo social tiene como premisa el desarrollo sustentable, armónico e integral de la economía.
Sin embargo, más allá del ingreso, debe existir una férrea voluntad política. Esta se desprende de la filosofía política dominante en el gobierno, del programa histórico de las fuerzas que dirigen la nación y a la sociedad en su conjunto. Un programa socialista o de orientación socialista tiene el bienestar del pueblo en el centro de atención de todas sus decisiones, atienden a los intereses del pueblo trabajador y sus reivindicaciones sociales y materiales. Cualquier política en sintonía con esos objetivos, requiere del ejercicio del poder en función de los principios de igualdad, justicia, protagonismo popular…
Una herramienta poderosísima es el Estado y toda su institucionalidad. El Estado, en manos de fuerzas revolucionarias, asume el rol rector del desarrollo nacional. El desafío es enorme, pues se requieren sólidas instituciones, libres de burocratismo, que actúen eficientemente, que estén en contacto directo con la pobreza, que se coloquen al servicio del pueblo trabajador, que no derrochen los recursos, ni se los traguen a través de la corrupción.
Asimismo, se requiere un gran esfuerzo de organización popular. La pobreza tiene profundas raíces sociales y se sustenta en estructuras organizativas determinadas por la subordinación al capital y la dispersión social. Esto es parte de un mecanismo de alienación que permite las mayores injusticias sin que se produzcan serias perturbaciones sociales y políticas. Esto no solo impide la organización para luchar contra el sistema de explotación, sino que también traba cualquier esfuerzo para enfrentar esos flagelos del capitalismo. El pueblo organizado se convierte en un poder capaz de impulsar las trasformaciones de todo tipo, que sepulten la pobreza y sus causas, genera las condiciones para avanzar en el desarrollo de las iniciativas para la educación, trabajo, eficiencia de las políticas sociales, etc. La organización popular es el poder que propulsa estos cambios. No hay avance posible en la lucha contra la pobreza sin la organización del pueblo.
En esta tarea, el partido revolucionario de vanguardia juega un papel crucial. Es el factor político dominante e imprime su visión socialista al gobierno y a la sociedad, pero también acompaña al pueblo en su batalla contra la pobreza. Es portador de las políticas del gobierno que apuntan a resolver las dificultades cotidianas del pueblo y los problemas estructurales de la nación.
Sólo el partido revolucionario de vanguardia, con su estructura y su alcance, con su profundo arraigo popular, su sólida visión y su ineludible compromiso social; puede garantizar el éxito de las políticas del gobierno para reducir y erradicar la pobreza, velando por el eficiente uso de los recursos, articulando y garantizando el cumplimiento de las políticas, acompañando las políticas de bienestar con la creación de una inconmovible consciencia socialista, y fomentando la participación del pueblo. Toda política está fundamentada en un motor que le imprime ritmo a su desarrollo. En este caso, este motor es sin duda el partido revolucionario.
Finalmente, tres puntos relevantes que en parte han sido mencionados tangencialmente; pero son determinantes en la lucha contra la pobreza. En primer lugar, tenemos el tema de los conocimientos, principios y educación. La pobreza en una sociedad capitalista, de elites, donde se impone la creciente concentración de la riqueza y ésta se traduce en odiosos privilegios, afecta el desarrollo educativo e, incluso, ético de la población. No solo hay enormes exclusiones e inequidades educativas a partir de las desigualdades socioeconómicas, sino también una frustración generalizada. El sistema estimula una tendencia al conformismo con sus miserias, que tiene como propósito minar las aspiraciones de superación y de lucha de la población. En contrapeso, la lucha conduce a una elevada moral y la educación al conocimiento, que promueven el progreso.
Por otra parte, el financiamiento de proyectos productivos familiares y colectivos sobre la base de una estrategia rigurosamente planificada en su desarrollo es clave para el acceso a mejores condiciones materiales de vida. El soporte de este esfuerzo financiero no pude ser otro que la consolidación de un nuevo modelo productivo, diversificado, moderno, eficiente.
La estabilidad política es vital para alcanzar avances significativos en este esfuerzo. Las permanentes agresiones del imperialismo, las arremetidas de las oligarquías locales golpean implacablemente los esfuerzos realizados por los gobiernos revolucionarios en el campo social. El propósito es evidente: propiciar estallidos sociales, robarle a los gobiernos revolucionarios la oportunidad de realizar sus programas de reivindicaciones históricas para las masas populares, impedir la consolidación del piso social y político de la revolución. Eso significa que la estabilidad política es una condición de extraordinaria importancia para el crecimiento económico, la generación de ingresos, para concentrar las fuerzas plenamente en las mejoras en las condiciones de vida del pueblo.