En algún momento, alguien se sentará a recopilar todo el largo rosario de fracasos de la oposición venezolana, en sus intentos por retomar el poder político y los privilegios perdidos desde el 6 de diciembre de 1998, cuando el comandante Hugo Chávez Frías les pasó por encima en los comicios presidenciales.
El 2 de febrero de 2024, cuando se cumpla el primer cuarto de siglo de la llegada de la Revolución Bolivariana a Miraflores, sería una ocasión más que propicia para publicar un libro destinado a tal recuento, al cual se sumarán más episodios desde ahora hasta entonces, seguramente.
Quien asuma tal iniciativa tendrá al menos un par de imágenes emblemáticas para ilustrar la portada: la del guacal de plátanos abandonado en el Distribuidor Altamira como mudo testigo del fracaso del intento de golpe de Estado del 30 de abril de 2019 y la del pescador todavía en pantuflas, revólver en mano, deteniendo en la población de Chuao, estado Aragua, a un grupo de mercenarios en la fallida invasión del 3 de mayo del año pasado, la muy rimbombante “Operación Gedeón”, planificada en Colombia y con la cual, bajo las directrices del ex boína verde Jordan Goudreau, quien firmó un aberrante contrato con el títere autoproclamado Juan Guaidó y su camarilla de criminales, tenían como fin desatar una verdadera carnicería en nuestra patria.
El apetito por la violencia, la insaciable sed de sangre, la cultura de la muerte como fundamento filosófico –si así pudiera llamarse–, han constituido el motor con el cual se han movido los sectores fascistas que secuestraron las riendas de la oposición, en todo este largo historial de fiascos. Las rutas democráticas las desecharon hace ya mucho tiempo.
Baste apenas recordar que en el documento revelado por el mismo mercenario estadounidense, luego de la debacle de mayo pasado y tras el incumplimiento de los términos del “acuerdo” por parte del gusano despreciable –como acertadamente calificó al que les conté el presidente legítimo y constitucional de la República, —Nicolás Maduro Moros—, literalmente se le daba licencia para matar al ejército de mercenarios, siempre y cuando les abrieran el camino hacia Miraflores, entre el mar de cadáveres que seguramente dejarían a su paso.
Siempre la violencia como alimento, la carencia de escrúpulos en sus desmedidas ansias de poder, los llevaron en el 2019, cuando se inició la farsa de la autoproclamación ordenada desde la Casa Blanca, a intentar el 23 de febrero una invasión desde Colombia –“¿Cuándo no?”, diría nuestra inolvidable madre-, bajo aquella mascarada de la “ayuda humanitaria”.
Días antes, el pelele designado desde Washington desnudó impúdicamente su concepción –o mejor dicho, la de quienes lo manejan– de la ruta para apoderarse del país: los muertos —dijo, interrogado sobre la posibilidad de una guerra civil—, “son una inversión”.
Se llevaron un sonoro chasco, pese a la furibunda campaña a través de su inmensa maquinaria mediática, pero no cejaron en sus empeños, pues sus amos imperiales se habían propuesto, siempre sin importar el costo, derrocar ese año al presidente Nicolás Maduro y liquidar la Revolución Bolivariana. Por ello, el 7 de marzo intentaron asestar el que consideraban, una vez más, un golpe mortal, definitivo, con el salvaje atentado terrorista al Sistema Eléctrico Nacional. Los hijos de la oscuridad, pretendían dejar en las tinieblas durante meses al país y desatar una explosión social, pero una vez más, el pueblo sabio y paciente –para decirlo aferrados a la manga de Alí Primera– entendió cabalmente sus intenciones y no cayó en provocaciones. La paz prevaleció.
El amanecer del 30 de abril de ese mismo año, montaron un show desde el Distribuidor Altamira, tratando de hacer ver que habían tomado la Base Aérea “Generalísimo Francisco de Miranda”, con un grupo minúsculo de oficiales complotados. Escasas horas después salieron en desbandada, sin conseguir el objetivo de que la gente saliera a las calles y provocar una masacre. El golpe, simplemente, se diluyó.
Fue un nuevo y estruendoso fracaso que solo sirvió para que el psicópata Leopoldo López saliera de su supuesta prisión en casa, para alojarse cobardemente en la Embajada de España. Los guacales abandonados en el distribuidor, quedaron como patético reflejo de aquel fallido intento golpista.
Sangre, sangre
Siempre sedientos por el derramamiento del líquido rojizo que corre por nuestras venas, han intentado una y otra vez derramarlo, por centenares, miles de litros, en los caminos de la Patria. Como en el magnicidio en grado de frustración intentado contra nuestro Jefe de Estado el 6 de agosto de 2018, durante un acto en la avenida Bolívar de Caracas, en la cual trataron de asesinarlo, junto al alto mando militar y político, además de cientos de personas que con motivo de la celebración del aniversario de la Guardia Nacional, se encontraban en el lugar. Utilizaron drones cargados de explosivos, guiados a control remoto. Una vez más, se quedaron con las ganas.
Las guarimbas en 2014 y 2017, empujadas por uno de los criminales más virulentos de nuestra historia moderna, Leopoldo López, tenían como objetivo desatar una guerra civil, para cabalgar sobre cadáveres a Miraflores. Secuestraron urbanizaciones enteras colocando barricadas que no permitían atravesar ni para emergencias médicas, asesinaron inocentes con francotiradores, atravesaron guayas en las calles para degollar motorizados, incendiaron preescolares con niños adentro, quemaron vivas a personas solo por el color de su piel y parecer chavistas, obligaron a comerciantes a cerrar sus negocios bajo amenazas de muerte. El infierno, literalmente, era el límite, si acaso.
La única ocasión en la que tuvieron éxito, fue con el primer golpe mediático en la historia de la humanidad, el 11 de abril de 2002, pero el festejo les duró muy poco, pues menos de 48 horas después el pueblo y la Fuerza Armada Nacional Bolivariana los echaron a patadas de Miraflores. Antes, sin embargo, dejaron su saldo mortuorio.
Actualmente, en Apure, con el imperialismo estadounidense moviendo los hilos y el narcogobierno colombiano como brazo ejecutor, ensayan otro intento de desestabilización, empleando mercenarios narcoparamilitares. Su destino será el mismo: no cumplirán sus objetivos. Sin embargo, lamentablemente han causado serias, sensibles e irreparables bajas entre nuestras tropas. Pero no pasarán. ¡Jamás!.
Algún día, alguien comenzará a hilar todo ese largo rosario de golpes y fracasos y en ese libro, su autor, inevitablemente, resaltará cómo en cada uno de esos fiascos, fue el pueblo venezolano el principal encargado de propinarles esa interminable cantidad de derrotas.
Por: Jimmy López Morillo