La actuación de los medios de comunicación argentinos en la generación de un clima de violencia política en la nación sureña es un caso como para escribir una tesis de maestría sobre manipulación, posverdad, fake news, normalización del crimen, legitimación del crimen y ridiculización de la denuncia.
El papel de la nefasta prensa austral en el atentado fallido contra Cristina Fernández, es una muestra viva del lamentable papel que los medios de comunicación, colonizados completamente por las burguesías y las corporaciones, hacen en los sistemas políticos democráticos cuando está en funciones un gobierno progresista.
“Los grandes medios de comunicación de Argentina, se han dedicado sistemáticamente a sembrar el odio y la violencia contra todo lo que signifique peronismo; y una de las consecuencias es que ocurran atentados como el que sufrió la noche del jueves la vicepresidenta Cristina Kirchner”; opinó el periodista argentino Jorge Barbich.
El comunicador, quien vivió durante varios años y cursó sus estudios de Periodismo en Maracaibo, analizó las causas del magnicidio frustrado y no dudó en responsabilizar a los medios de comunicación —propiedad de la derecha—, por haber alimentado el ambiente propicio para ese tipo de hechos.
“Esta situación se está produciendo debido a la gran violencia que ejercen a diario los periodistas de ciertos medios como Clarín, La Nación +, que es un canal de TV por cable, Telefé y América TV, quienes incitan a la violencia y al magnicidio, insultan a todo el que sea peronista, a quienes denominan ‘cabecitas negras’, indios, desdentados, borrachos, drogadictos; y llaman continuamente a ejercer escraches, protestas en cualquier lugar donde se encuentre un funcionario público o político representante del peronismo e, incluso, contra cualquier ciudadano común que sea peronista; para amedrentarlos y asustarlos”, expresó Barbich.
A su juicio, la situación, que no es nueva en Argentina, se ha agravado debido a que grupos poderosos como las familias: Saguier (propietarios del diario La Nación), y Magneto (dueños de Clarín); controlan las televisoras, radioemisoras y diarios regionales en todo el país. “Son unos 385 medios dispersos en el territorio que permanentemente ejercen políticas de odio. Son empresarios que vienen con las manos manchadas desde la época de la dictadura”, subrayó.
Negacionistas, normalizadores y ridiculizadores
Entre las muchas modalidades que asume la manipulación mediática, se cuentan tres que son muy propias de los órganos de difusión masiva actuales: el negacionismo de los hechos comprobados, la normalización de la violencia derechista, y la ridiculización de la denuncia de los actos criminales.
El negacionismo de los hechos es una de las características del clima gelatinoso que causan las falsedades transmitidas por los grandes medios; y potenciadas por las redes sociales. Es un mecanismo mediante el cual se niega que hayan ocurrido acontecimientos que han sido públicos, notorios y comunicacionales; de los que hay decenas, centenares o miles de testigos; y pruebas en audios, fotografías y videos.
En el caso del intento de asesinar a Cristina Fernández, para muchos medios y, sobre todo, para una parte del público, fue un no-acontecimiento, algo que no pasó, aunque el mundo entero haya podido ver las escenas.
En Venezuela tenemos notables antecedentes de esto, incluyendo el de otro magnicidio fallido, el del presidente Nicolás Maduro, que se produjo a la vista de una multitud, fue captado por cámaras que lo difundieron a escala nacional y global; pero que para el sector más recalcitrante de la oposición nunca ocurrió.
Una variante de este tipo de manipulación consiste en atribuirle la culpa a la víctima, señalando que se trata de autoatentados, shows o montajes. Tanto en el caso de Maduro como en el de Fernández, se ha hecho este tipo de acusaciones.
La normalización de la violencia derechista consiste en darle carta de legitimidad y de validez moral y legal a actos abiertamente delictivos como el asesinato, o la agresión física contra personas y bienes por razones políticas. Como ejemplo de esto, se han difundido fragmentos de programas de televisión argentinos en los que un amigo del hombre que atentó contra la vicepresidenta dice que “su intención era matarla, pero lamentablemente, no ensayó antes”.
Al considerar este tipo de declaraciones como parte del libre juego de las ideas y de la libertad de expresión, se transmite el mensaje de que es lícito y ético desear la muerte del adversario político, e incluso, intentar asesinarlo.
En nuestra historia reciente, en 2017, se desató la campaña de violencia contra personas vinculadas (real o supuestamente) al gobierno y militantes chavistas, a través de intentos de linchamiento y homicidios horribles, como el de Orlando Figuera. Los medios hicieron todo lo posible para presentarlos como hechos normales y legítimos y nunca dejaron de llamar a sus perpetradores “manifestantes pacíficos” o “luchadores por la libertad”.
En cuanto a la ridiculización de la denuncia, en el país tenemos una ristra interminable de ejemplos. Uno de los casos más destacados fue el de los paramilitares que se entrenaban para montar un falso positivo y propiciar un baño de sangre en Caracas, en 2004, y que fueron convertidos en un chiste por la prensa local (“los paracachitos”, les decían). Al magnicidio fallido del presidente Maduro en 2018 también los medios intentaron darle un cariz de meme. Inclusive después de que varios de los implicados confesaron todas sus andanzas, algunos medios siguen en la onda de restarle gravedad al asunto.
Ahora lo estamos viendo en Argentina, donde presentadores de la televisión rabiosamente opositora, y sus analistas invitados, muestran sonrisas burlonas para restarle seriedad al más serio ataque a la democracia argentina de este tiempo.