Ya instalados en el Parlamento, y borrachos de victoria, los dirigentes opositores comenzaron a competir sobre quién de ellos lanzaba el pronóstico más contundente sobre el fin del gobierno bolivariano. Uno dijo que seis meses, y otro preguntó que para qué tanto tiempo. Hablaron de destitución, de revocatorio, de enjuiciamiento político, de nacionalidad colombiana, de reforma constitucional, de enmienda y de constituyente; hablaron de abandono, de renuncia y de grandes manifestaciones populares “hasta que se vaya”; hablaron de Carta Democrática y de presión internacional. Hablaron, hablaron, hablaron tanto que el año 2016 se les fue en bla, bla, bla, y los únicos que abandonaron, renunciaron y se autorrevocaron, fueron los mismos dirigentes de la MUD. No hubo reforma, ni enmienda, ni constituyente, ni siquiera grandes manifestaciones. Y la presión internacional se les rompió de tanto usarla. La AN bajo control opositor se configuró desde un principio como un poder empeñado en desconocer a los otros cuatro, lo cual ha generado una confrontación inédita en la historia democrática del país. La situación de desacato ha obligado al Tribunal Supremo de Justicia a desempeñar un rol particularmente notorio en la pugna política cotidiana. Ese papel sui géneris ha impedido que un Parlamento en rebeldía tranque institucionalmente el juego. En eso estamos.
Redacción impreso y web.