El Estado Islámico entró en las elecciones francesas con un atentado días antes de la primera vuelta. Trump dijo que el ataque condicionaría los comicios. Hizo tal afirmación casi celebrándolo. El terrorismo condiciona el contexto. No en vano, y a pesar de que pasa bastante desapercibido, Francia lleva año y medio en estado de excepción por decreto.
2017 es año de arenas movedizas. El viejo mundo del capitalismo voraz busca cómo mudar de piel para perpetuarse y el auge de la extrema derecha ayuda a presentarlo como mal menor o incluso como salvador. Emmanuel Macron es ejemplo de ello. Símbolo neoliberal, candidato del marketing, defensor de otra reforma laboral, ha logrado representar consuelo frente a Le Pen. La propuesta xenófoba y neofascista de la candidata del Frente Nacional empequeñece la gravedad de las políticas insolidarias y racistas de la Unión Europea, defendidas por Macron, quien ha prometido refuerzo de fronteras, más policía de inmigración y más estado de excepción.
Que haya ganado Macron es un alivio. Pero ¿es realmente posible que quienes dijeron no al saqueo, quienes tomaron las calles indignados, quienes votaron en la primera ronda contra las políticas continuistas, quienes desean medidas en favor de sus intereses, se conformen con esto?
¿Van a sentirse lo suficientemente aliviados cuando Macron aplique sus políticas económicas y su reforma laboral o cuando apoye operaciones militares internacionales contrarias a los intereses de la población francesa? ¿Es esto el fin del conflicto?…
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Olga Rodríguez