¿Cómo leer esta carta astral? Con los astrólogos y un poquito de Cortázar en su Rayuela proponemos una guía para la lectura de las siguientes predicciones: si usted es abogado y/o conoce a uno de ellos sólo lea la primera predicción. Si le gusta la ciencia política vaya directamente a la dos. Si no le aburre la sociología llegue a la tres. Si cree que tiene algo de tiempo y un tanto de filósofo entonces lea la cuatro. Si usted tiene alguna curiosidad con el uso del lenguaje vaya a la cinco. Si le gusta la iglesia lea la seis. Pero en todos los casos, debe acompañar su selección con la número 7. Esa última es la imprescindible.
Si usted tiene tiempo y no le aburre la lectura, léalas todas.
Primera predicción: Vendrán los juristas. Dirán que la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente debe ser sometida a referendo. Muchos afirmarán que una cosa es la iniciativa y otra es la convocatoria. Habrá giros inesperados. Esos juristas que en 1.999 denunciaban una ruptura del orden constitucional, ahora hablarán de Sieyés. Quienes en ese entonces decían que una constituyente sólo era aplicable para Estados que estaban por constituirse y nunca para Estados constituidos olvidarán la tesis doctrinal que habla de la supremacía del derecho positivo; ése que debería limitar en sus alcances y modo de ejercicio a la constituyente. En cambio, hablarán del poder constituyente cómo voluntad política creadora del orden que requiere naturaleza originaria y cuyo fundamento no está en una legitimidad jurídica anterior. Momentáneamente, abandonarán todo positivismo restrictivo, y exaltarán el carácter originario, extraordinario, supremo y directo del poder constituyente para exigir un referendo consultivo previo como lo hizo Hugo Chávez. Curiosamente, el otro grupo de constitucionalistas que en 1.999 afirmaba que el poder constituyente deriva de la nación, ahora resaltará las marcadas diferencias entre ambos contextos históricos. Dirán que en la constitución de 1.961 no había mención expresa a una Asamblea Nacional Constituyente, y que por ello, el magistrado Humberto J. La Roche en su ponencia del 19 de enero de 1.999 tuvo que llenar el “vacío legal” al considerar que la soberanía popular, manifestándose dentro de los mecanismos jurídicos de participación, puede convertirse en supremacía de la constitución. Ese mecanismo jurídico de participación que en 1.999 se tradujo en un referendo consultivo para que el pueblo decidiera sobre la convocatoria o no a una Asamblea Nacional Constituyente, ya no será, en opinión de este grupo de juristas, un requisito indispensable. Afirmarán que en la actual constitución (art. 348) sí están las bases para convocar a la constituyente. Resaltarán que allí se unifican ambos procesos al hablar de “incitativa de convocatoria” y que el referido dilema se presenta sólo cuando un texto constitucional no lo determine expresamente.
Segunda predicción: vendrán los politólogos. Unos dirán que los fundamentos teóricos que rigen la noción del proceso constituyente no son universales. A través de la política comparada demostrarán que en la tradición anglosajona, por ejemplo, ni siquiera existe un vocablo que reconozca al poder constituyente. Desecharán de plano la inmanencia de ese concepto, y, en contraste, revelarán que los regímenes políticos más “estables” son aquellos cuyas constituciones han permanecido casi iguales en los últimos siglos. Así, equiparán “estabilidad política” con “durabilidad” y sostendrán que los cambios permanentes, revueltas y revoluciones explican el deterioro e ineficacia de un régimen político. Usarán a los Estados Unidos, Inglaterra y Noruega como sacros ejemplos. Otro grupo de politólogos responderá. Dirán que el concepto del Estado-nación se acerca a su ocaso. Explicarán que la forma actual del Estado, engendrada durante la modernidad, acusa un serio desgaste. Le darán muchísima importancia a la multi-culturización del Estado, y si bien, no impulsarán su desaparición, demandarán cambios profundos en cuanto a sus objetivos y las modalidades de su uso. De pronto, otro grupo de politólogos pondrá el dedo en la llaga. Introducirán el debate sobre el perfil de los sujetos que deben conformar esa Asamblea Nacional Constituyente. Desde la doctrina del elitismo político habrá dos ramificaciones: un elitismo de derechas y otro de izquierdas. Los primeros recurrirán a Schumpeter y su doctrina procedimental, según la cual, no existe el bien común ni las voluntades generales. Así, dirán que la democracia puede ser un terreno abonado para la ineficiencia. Por ello, considerarán en privado algo que no se atreverán a decir en público: los asambleístas seleccionados para redactar una nueva constitución deben ser políticos cualificados y capaces; es decir, intelectuales y/o propietarios. En el otro extremo de la misma postura, el elitismo de izquierdas retomará el ideario jacobino-blanquista que alimenta el elitismo revolucionario y sentenciará que todos no pueden ser asambleístas. Deben ser cuadros revolucionarios con conciencia de clase capaces de guiar a un pueblo manipulado. Contra ambos extremos se levantarán algunas voces. Con algo de Enrique Dussel y bastante de Javier Bierdeau, algunos sostendrán que es necesario revisar las premisas del poder constituyente. Dirán que se requiere cotejar la presencia o no de todas las esferas (civiles, políticas, económicas, sociales y culturales), tanto como sus niveles de cooperación a la hora constituir una sociedad definida por las aspiraciones y necesidades de todos. De hecho, diferenciarán entre poder instituyente (momento previo), poder constituyente y poder constituido. Denunciarán, oportunamente, si las fuerzas políticas dominantes institucionalizan el proceso a través de los partidos y cooptan la participación plena del pueblo. De allí, inexorablemente, surgirán los debates sobre cómo escoger a esos asambleístas y se echará mano de la teoría de la representatividad. Aquí, por cierto, un buen grupo de politólogos se inclinará por la idea clásica; esa que viene desde el siglo XVIII: la representación política entra en una categoría genérica de “representación de intereses generales”. Por ello, tajantemente concluirán que: se trata de representar a la a nación en su totalidad y nunca a un sector concreto. Dirán que la Asamblea Nacional Constituyente debe representar a la nación como colectividad. En contraste, otros estudiosos de las ciencias políticas reseñarán que la noción de representación política tradicional debe ser modificada. La crisis de la representatividad, afirmarán, obliga a re-pensar las estructuras de intermediación. Por ello, no sólo propondrán un replanteo de los mecanismos y criterios para la escogencia de los representantes de la Asamblea Nacional Constituyente a través de una novedosa base comicial, sino que influirán para que en el nuevo texto constitucional se garantice la representatividad sectorial como fórmula que canaliza demandas específicas.
Tercera predicción: Cuando lleguen los sociólogos, el debate subirá de tono. Los más conservadores apelarán a Weber. Si bien reconocerán la diferencia entre poder constituido y poder constituyente, considerarán que éste último no es más que una fuente para producir un ordenamiento que debe ser cerrado, reducido y detenido en categorías jurídicas. Estos sociólogos reducirán la idea del poder constituyente hasta enmarcarlo en sus ansiados tipos ideales y dirán que éste se coloca entre el poder carismático y el poder racional. Sociólogos más conservadores refrendarán esas premisas e incorporarán, a través del positivismo de Comte y Stuartt Mill, la idea de la “estabilidad” como requisito indispensable para el orden social que garantice su evolución. La convocatorita a una Asamblea Nacional Constituyente, acentuará, en sus palabras, el estado actual de desorden social en el que se encuentra el país. Los sociólogos más progresistas afilarán sus bayonetas y responderán. Apelarán a las tesis del conflicto social como motor de la historia. Explayarán la tesis de la sociedad como una entidad en cambio permanente integrada por elementos contradictorios. Muchos de ellos, por su puesto, inspirados en Marx, y otros menos radicales influenciados por Dahrendorf y su afirmación de que los conflictos sociales, aunque inevitables, no necesariamente son de “clase” y no tienen porqué desembocar en una revolución. Los más rebuscados citarán a Bourdieu y dirán algo que no todos entenderán: el orden social (que hoy es desigual) puede estar asegurado con el cambio. Pero dirán que esta paradoja, a veces, pueda resquebrajarse sólo si se entiende que una cosa es la lucha competitiva (la del marxismo) y otra muy distinta es la lucha revolucionaria. En cualquier caso, el grueso de los sociólogos reconocerá que el debate constituyente representa una oportunidad histórica para que cada colectivo social, movimiento y lucha materialice sus aspiraciones. Indicarán que la constituyente se apoyará en ese gran imaginario social (creencias, valores, principios, mitos y deseos) siempre y cuando se reconozcan sus múltiples determinaciones sociales: clase, raza, género y etnia ente otras. Considerarán que esa compleja red social capaz de expresar su voluntad de auto determinación es, en sí, el poder constituyente.
Cuarta predicción: Llegarán los filósofos y allí se enredarán las cosas. Unos cuantos responderán con Toni Negri. Trascenderán el racionalismo idealista de los franceses y el realismo político de los alemanes para concluir que el poder constituyente es la “capacidad de instaurar un ordenamiento de libertad e igualdad”. Con fuertes raíces spinozianas considerarán que el sujeto del poder constituyente ni siquiera es el pueblo. Será la “multitud”, entendida, por cierto, como “conjunto de singularidades y multiplicidad abierta”. De allí que otros complementarán con Foucault. Sostendrán que el debate sobre la constituyente remite al poder y de-construirán sus enfoques tradicionales. Cuestionarán las vertientes jurídico-políticas, marxistas y represivas del poder para decir que su superación (ahora como bio-poder que gestiona la vida) va más allá de liberar al individuo del Estado. Así, dirán que el poder constituyente será un proceso permanente de construcción social sobre la base de un actuar común. A los marxistas ortodoxos no les gustará que relativicen el juego de las estructuras y superestructuras. Buscarán su diccionario avanzado de epítetos y tildarán de post-modernistas y pequeño-burgueses a los voceros de tales afirmaciones. Desempolvarán sus viejos manuales soviéticos y reafirmarán que el Estado es un instrumento de dominación clasista. Consecuentemente, hablarán de 3 momentos: el primero, ya expuesto, que mira al Estado como un instrumento de dominación, el segundo, que lo concibe como un medio para la construcción del socialismo mediante estrategias permanentes de doble poder, y el tercero, donde ese Estado se extingue. El proceso nacional constituyente convocado en Venezuela, dirán, se inscribe en ese segundo momento. Los marxianos radicales, esos que se jactan de estar más a la izquierda de la izquierda, se auto-excluirán del debate nacional. Coincidirán con los primeros en la necesidad de controlar el Estado y tomar el cielo por asalto, pero harán de la condición clasista y meramente proletarizada del proceso constituyente un punto de honor. Dirán que las opciones políticas nacionales que hoy se disputan el control por la asamblea y que intentan presentarse como fuerzas antagónicas forman parte de la misma clase social: la burguesía.
Quinta predicción: Curiosamente, aparecerán ciertos lingüistas. Como en 1.999 cuestionarán el lenguaje inclusivo del género por considerarlo un desdoblamiento lingüístico innecesario que atenta contra la economía del lenguaje y recriminarán el uso del término “constituyentista” por no estar incorporado al diccionario de la Real Academia. Se jalarán los cabellos y pegarán gritos cuando la izquierda sesentona venezolana, esa que adjetiva todo, diga que en la nueva constitución no debe hablarse del “trabajo” y sugiera la frase: “proceso social del trabajo”. O cuando se proponga eliminar la palabra “adulterio” y se le diga en la nueva Constitución: “relación social con matices sexuales ocasionales con otra persona que no sea el cónyuge”.
Sexta predicción: Hablarán las iglesias. La católica se persignará cuando el movimiento LGTB proponga darle rango constitucional al matrimonio igualitario o la despenalización del aborto. Algunos pastores de las iglesias pentecostales y bautistas apelarán a la biblia y gritarán a todo pulmón que nadie puede abortar su descendencia. Los más osados gritarán por las calles que el nuevo texto constitucional, de consagrar tales disposiciones, es un claro engendro del demonio. Puede ocurrir, incluso, que sean los sectores más longevos y conservadores de la izquierda quienes cercenen toda posibilidad de generar el debate sobre tan polémicos temas.
Séptima predicción: Y al final, justo al final, hablarán Juancito el de Mamera y María Gracia la de Prados del Este. Ambos, desde sus marcadas posiciones de clase, saben del llamado a la Asamblea Nacional Constituyente. Juancito y María Gracia entienden poco, o tal vez nada, de eso que hablan los juristas, filósofos, sociólogos, politólogos, lingüistas y pastores. María Gracia, aunque no lo diga públicamente, se siente agotada. El bloqueo de las calles en su zona hizo que su mamá, la doñita de 80 años, perdiera en dos oportunidades la cita con el médico. Al problema del desabastecimiento y la inseguridad le agrega ahora el condicionamiento de su forma de vida a propósito de las guarimbas. Juancito, que siempre votó por los candidatos del proyecto bolivariano, ahora piensa en lo caro del kilo de queso con el que alimenta a sus hijos. Eso le quita el sueño. Tanto cómo a ese jurista que insiste en la regulación del proceso constituyente a través del derecho positivo. Sorprendentemente, María Gracia y Juancito, al igual que los filósofos, sociólogos, politólogos y juristas son, sin saberlo, los titulares del poder constituyente. Con su votación o abstención decidirán y legitimarán el proceso. Pero no tienen las mismas expectativas que éstos últimos. Juancito y María Gracia quieren saber si la constituyente mejorará sus condiciones de vida. Se preguntan cómo se relaciona una nueva Constitución con los robos a mano armada en la ciudad. Con la posibilidad concreta de llegar sin tantas penurias al final de la quincena. Ambos, a pesar de sus marcadas diferencias, se mueven sobre la base de la esperanza. Lo que sienten, lo que miran, lo que construyen y re-construyen en su cotidianidad y materialidad concreta es algo que nuestros ilustres pensadores, en su necesario, pero frenético ejercicio intelectual, no logran responder.
*Las predicciones discursivas previamente esbozadas se hicieron conforme a la carta astral con el sol en la casa 7, Marte en la casa 8 y Plutón en la casa 3. Por cierto, dicen que el horóscopo es más preciso que el pronóstico del clima. Juzguen ustedes…
Carlos Rivas