Por: Fernando Bastidas Calderón.-
Durante la jornada de inicio de la Conferencia “Energy Asia” celebrada en la ciudad de Kuala Lumpur (Malasia), el secretario general de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Haitham Al Ghais afirmó que se espera que la demanda mundial de petróleo aumente a 110 millones de barriles por día (bpd) para el 2045; así como el aumento de la demanda mundial de energía en un 23% para el referido año. Tales previsiones confirman la fuerte dependencia que el mundo tiene respecto al crudo, tanto en el presente como en las próximas décadas, razón por la que aquellos países poseedores de este preciado recurso natural, adquieren una importancia estratégica.
El ámbito energético está directamente vinculado al desarrollo del capitalismo y a los procesos de acumulación de capital, no en vano, la transformación de la forma de producción artesanal a la forma de producción industrial que se conoció como la primera “Revolución Industrial” en el siglo XVIII en Europa, tuvo como punto de partida la creación de la máquina a vapor, cuyo funcionamiento se soportó en el aprovechamiento de la energía del carbón. Desde ese momento hasta la actualidad, los combustibles fósiles han sido la piedra angular del crecimiento económico, convirtiéndose el control de los recursos energéticos en una prioridad en las relaciones mundiales de poder.
Posteriormente, con la aparición del petróleo a finales del siglo XIX y su afianzamiento como fuente de energía de mayor eficiencia, se consolidó el predominio de las energías fósiles durante el siglo XX y con esto, una política agresiva de manejo de los territorios petroleros del mundo por parte de EE. UU. en su afán de hegemonizar el espectro global; situación que se aceleró tras la segunda guerra mundial y que se afianzó con la crisis petrolera de la década de 1970; resultando de la misma la monopolización financiera del dólar como moneda de reserva, a partir del abandono del patrón oro en 1971, y de su posterior exclusividad en el uso para las transacciones de comercialización de crudo, tras los acuerdos alcanzados por EE. UU. y Arabia Saudita en 1973, luego de la Guerra del Yom Kippur.
Estos procesos dieron surgimiento a lo que se conoce como el “petrodólar”; siendo la incorporación del mismo a la dinámica económica internacional el inicio de una etapa de hegemonismo financiero absoluto por parte de EE.UU.; pero también de fijación de un modelo de desarrollo económico fundamentado en el petróleo como materia prima esencial vinculada a la gran mayoría de las dinámicas productivas, sosteniéndose como fuente privilegiada de energía.
Tal ha sido el vertiginoso incremento del uso del petróleo durante las últimas décadas, que tan sólo desde el inicio de este siglo se pasó de 75,8 millones de barriles por día (bdp), consumidos a nivel mundial en el año 2000, a más de 101,5 millones de barriles por día (bdp) consumidos mundialmente en el primer trimestre de este año; según cifras de los reportes mensuales de la OPEP (OPEC Monthly Oil Market Report del 19 de enero de 2001 y del 13 de junio de 2023, respectivamente).
Este incremento, entre otras razones vinculadas a la voracidad de recursos consumidos por los grandes centros industriales se debe, asimismo, al importante incremento de producción de crudo que la economía norteamericana impulsó a partir del aprovechamiento del petróleo de esquisto; lo cual, entre sus diversos efectos, implicó la disminución de las importaciones petroleras de dicho país, incidiendo en la política de alianzas sostenida desde 1973 con Arabia Saudita y colocando a los países exportadores de crudo, tanto OPEP como No OPEP, en la necesidad de generar una política conjunta para sostener los equilibrios del mercado.
Por esta razón, y por otras causales adicionales, no es extraño observar el acercamiento del reino saudí a las iniciativas de las economías emergentes que hoy representan una alternativa a la política exterior estadounidense, más aún cuando de los casi 10 millones de barriles por día (bdp) que durante este año ha producido dicho país, su principal receptor ha sido China. He aquí uno de los grandes estímulos en torno a las conversaciones para la incorporación de Arabia Saudita a la dinámica del Banco de Desarrollo de los BRICS.
Sin embargo, el petróleo no es el único recurso motivador de posiciones de poder en el escenario geopolítico mundial, ejemplo de ello lo tenemos en el tema del gas; que hoy está determinando buena parte de las decisiones políticas relativas a las relaciones económicas internacionales, especialmente tras la operación especial militar de Rusia en Ucrania que ha tenido como una de sus contrapartidas, las acciones de sabotaje que afectaron las tuberías de los gasoductos Nord Stream, a finales de septiembre de 2022.
Como es sabido, con estos gasoductos Rusia exportaría gas al resto de Europa para garantizar de esta manera la demanda gasífera del viejo continente, lo cual a su vez tiene efectos en otros ámbitos energéticos, tales como el referido al tema eléctrico, dependiente del recurso gasífero para el proceso termoeléctrico de producción de la electricidad que requieren los hogares, fábricas, ciudades y pueblos europeos.
La imposibilidad de suministro de gas ruso al resto de Europa, en parte por la misma política de sanciones de la Unión Europea contra Rusia, y en parte por las consecuencias técnicas de las explosiones en los gasoductos Nord Stream; han provocado serios efectos inflacionarios tanto para ese continente como para otras dinámicas de la economía global.
Tal es la situación de crisis que en materia gasífera atraviesa esa parte del mundo que, a pesar de la subordinación de la Unión Europea con la política exterior norteamericana basada en las mal llamada “sanciones”, y siendo Venezuela uno de los principales focos de ensayo para esas medidas coercitivas unilaterales; representantes de los gobiernos de España, Francia, Italia y Alemania se vieron en la necesidad de acudir a conversaciones con el Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela para tratar asuntos de interés energético hace un par de semanas en Caracas; aún en contradicción con su propia política exterior enmarcada en la estrategia de “máxima presión diplomática” para intentar fracasadamente la deposición del Presidente Nicolás Maduro.
Estos hechos ratifican el rol de primera línea que Venezuela tiene en el campo energético, lo cual nos convierte en un territorio de interés estratégico para las dinámicas de poder global y que se ha visto claramente expresado en las recientes confesiones del expresidente Donald Trump sobre la intención de apropiarse del petróleo venezolano, como objetivo de la política exterior norteamericana.
Sin lugar a dudas, en esta etapa del desarrollo de la historia humana, la lucha por el control de los recursos energéticos representa un asunto de supervivencia para aquellas naciones que han alcanzado su encumbramiento económico a expensas de la expoliación de las materias primas de terceros. Subestimar u omitir de cualquier análisis la variable energética, más aún cuando la posesión de las reservas de petróleo más grandes del planeta, —como en el caso venezolano— trasciende de la ingenuidad a una posición de sesgo malintencionado tal omisión.
Nuestra Patria tiene un papel fundamental en el campo energético, y por lo tanto una participación en la dinámica de poder de la geopolítica mundial que debemos administrar de la manera adecuada; no sólo de cara a las relaciones con el exterior sino hacia lo interno. Considerar la función de los recursos energéticos fósiles en lo internacional, y su incidencia en las decisiones políticas; debe servir de brújula para interpretar las características de lo que debe ser nuestra economía doméstica.
La fortaleza que significa poseer recursos petroleros y gasíferos, como palanca para el desarrollo de otros procesos productivos, es una oportunidad para avanzar significativamente en un futuro próximo hacia la superación de las grandes dificultades que enfrentamos en lo económico. El petróleo seguirá marcando el pulso del escenario geopolítico y económico del planeta por muchas décadas más y allí nuestra posibilidad de reinventarnos hacia una nueva etapa.