Por: Néstor Francia
El viernes era el día fijado para que continuara la mesa de diálogo, en su versión plenaria, después de que estuviesen reuniéndose las mesas de trabajo definidas en el primer encuentro, con resultados que entonces se desconocían. Dado que esta columna publica los lunes (hoy) haremos un ejercicio de profecía política, corriendo el riesgo que las cosas hayan pasado de modo distinto a como las proyectamos. Pero ahí vamos.
A ese día se llegó con una amenaza expresa, en distintos tonos, contra la continuidad del incipiente proceso de diálogo, por parte de la oposición venezolana. En algunos casos la prolongación del diálogo se condicionaba al cumplimiento de exigencias fundamentales de la agenda opositora, todas conducentes a su único y obsesivo objetivo: defenestrar a Maduro y dar al traste con la Revolución Bolivariana.
El secretario general nacional de la Causa R, José Ignacio Guédez hace propuestas que, en general, resumen el meollo del programa conflictivo opositor: la realización de un “referéndum popular”, extendida a tres días, que cuente con el apoyo de la Iglesia para la utilización de sus sedes en cada parroquia; adelanto de las elecciones presidenciales e incluso generales; y designación de nuevos miembros del Consejo Nacional Electoral y del Tribunal Supremo de Justicia. La declaración de Guédez aporta un dato que reservaremos por ahora, como hacen los cocineros, al expresar que esa agenda “no es excluyente de la iniciativa de diálogo que se lleva a cabo”, y ratificar el apoyo de su partido al “grupo negociador” de la MUD.
El presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, ha dado algunas declaraciones un tanto ambiguas, como esta: “Si no hay resultados no tiene ningún sentido dialogar, no estoy diciendo que nos vamos a parar, la reunión de mañana es para ver qué pasa y si hay resultados”. Si mezclamos esto con el dato reservado anteriormente en la preparación del menú de la derecha, acaso se mueven hacia una posición de no abandonar ni persistir en el diálogo, sino todo lo contrario: continuar sentados mientras desarrollan la conspiración tratando de integrar como sea el ingrediente callejero, acompañado del conflicto institucional.
En ese sentido, el secretario ejecutivo de la MUD, Jesús Torrealba, ha dicho que
“La tregua que nosotros acordamos, a pedido del Vaticano, se acaba este viernes. Aquí lo que viene es lucha… Vamos a la mesa de diálogo a exigir que se restituya el derecho del pueblo a votar”. La combinación de diálogo con lucha no es novedosa. Durante la Conferencia de París entre Estados Unidos y el FNL de Vietnam, en 1973, los obuses de la liberación nacional seguían volando contra los gringos en las ciudades y campos del país asiático. La oposición tiene derecho a desarrollar su agenda de lucha mientras dialoga, siempre que lo haga apegada a la Constitución y de modo pacífico. Al fin y al cabo, como dijera en una reunión reciente el Vice Istúriz, nosotros tampoco somos mochos ni estamos cruzados de brazos. El carácter de la lucha es, pues, un matiz importante del problema.
Una dificultad es que hay sectores de la oposición que están cayendo en peligroso estado de desesperación. El candidato profesional Henrique Capriles ha dicho que “No tenemos mucho tiempo por delante los venezolanos. No podemos pasar meses ahí sentados viéndonos las caras y que la próxima reunión sea no sé cuándo. Aquí tiene que haber un cambio”. Claro, él es quizá el principal doliente de la muerte del revocatorio, ya consagrada de manera expresa por el propio Ramos Allup.
Nosotros creemos que la oposición va a tratar de desarrollar una táctica de doble hoja: seguir en la mesa de diálogo y persistir en la lucha de calle. Esto último lo tienen por ahora cuesta arriba. Una muestra de ello es el rotundo fracaso de las más recientes convocatorias a manifestaciones “estudiantiles”. El presidente de la FCU-UCV, Hasler Iglesias, aseveró que “Vamos a seguir en las calles. Pedimos un cronograma de elecciones o la reactivación del referendo”. Cuando dice nosotros se refiere, en todo caso, a grupitos que no llegan ni a cien personas, según las propias agencias noticiosas de la derecha que hablan de “decenas” de jóvenes en la calle.
Hay otro factor que complica la situación: las divisiones en el seno de la oposición. Existe un sector dedicado a sabotear el diálogo y a exigir más acción, pensando en acelerar la irrupción de la violencia y la “salida”. En una carta del golpista fugado Carlos Ortega, este usa términos duros e inconfundibles: “No puede un sector de la dirigencia política de oposición frustrar nuevamente la esperanza del pueblo de Venezuela en su lucha por conquistar la libertad y la democracia”. Refiriéndose a las “luchas del pueblo”, Ortega añade que “ante las mismas siempre han surgido factores apaciguadores y cómplices descarados, estimulados por oscuros intereses y en combinación con personeros de la dictadura. ¡Ya basta!”. Y también: “Aquellos quienes hoy como en anteriores oportunidades piensan que convivir con el régimen o que constituirse en una oposición tolerada y tolerante es el camino para alcanzar sus proyectos personales y políticos, pueden hacerlo, lo que no pueden es usurpar y mancillar el espacio que a sangre y sudor ha ganado la sociedad democrática venezolana en su voluntad por erradicar una dictadura de gorilas y corruptos”.
Ortega no es una voz aislada en la oposición, lo acompañan los más radicales que están al acecho para arrebatar los espacios ocupados por los supuestos colaboracionistas, utilizando el chantaje y los fracasos de la MUD. El golpista refugiado en Lima afirma que “desde hace 14 años sostengo que la calle es la salida
Ha llegado el momento en que la oposición decente se deslastre, eche a patadas como Jesús en el templo, a los mercaderes y traidores que conviven en su seno”.
En fin, el viernes decidí esperar por lo que quedaba del día ¿Qué habrá pasado?