La reciente revelación de grupos paramilitares colombianos contactados por dirigentes opositores en pleno proceso de campaña electoral, da cuenta que la vía del atajo fuera de la Constitución continúa gravitando en las cabezas de un extremismo desesperado ante números que parecen evidenciar un estancamiento de sus apoyos populares
Las campañas electorales, por general tienen como contexto asuntos programáticos, de contenido, de fondo, dentro del debate sobre el balance histórico y coyuntural; acompañado de movilizaciones y la estructuración de la organización político – electoral para el día de la elección.
Por supuesto, en el caso de la República Bolivariana de Venezuela todo esto es sui generis; ya que, en primer término, el contexto de la actual elección está marcado por una agresión multiforme inclemente de más de 11 años consecutivos, de la cual hemos salido victoriosos, pero con naturales heridas sociales y económicas; también lo es porque la oposición se presenta fragmentada y dividida, tal vez como nunca había sucedido en tiempos anteriores, y finalmente tiene características especiales, ya que el Estado ha sido incapacitado total o parcialmente para poder desarrollar a sus anchas las acciones que cumplan los objetivos dispuestos en la Constitución Nacional, dentro de la determinación imperial de torcernos el brazo para que el sistema político funcione a la sazón de sus intereses estratégicos y no de los del pueblo venezolano.
Es por ello que el asunto de la paz no es un elemento banal o simplón, o de cliché; como si lo pueden ser otros elementos que veremos más adelante. Ahondemos un poco sobre este asunto.
Cuando en 1999 el Comandante Hugo Chávez presentaba sus consideraciones sobre el nuevo proyecto de Constitución Nacional, lo hacía identificando toda una lucha histórica de años de exclusión sistemática por parte de quienes creyeron que una república pactada y conciliada entre élites y fuerzas vivas sería suficiente para sustentarse en el tiempo.
El marcador de esta postura soberbia del sistema bipartidista, repartido entre Acción Democrática y COPEI, fue la decisión de tratar un asunto de seguridad ciudadana como una especie de rebelión, que tocaba aplacar a sangre y fuego. Lejos de generar mecanismos para comunicar, para dialogar, para establecer nexos de conversación; lo que hicieron fue provocar una masacre popular el 27 de febrero de 1989, y los días sucesivos, lo cual también sería el inicio del fin de aquel sistema político.
El proceso de 1999, la Asamblea Nacional Constituyente de entonces, buscaba justamente abrir caminos a procesos de reconocimiento a las grandes mayorías populares que rompieron en definitiva con la forma de hacer política para beneficio de pequeños grupos, y muy poco enfocada en los grandes problemas nacionales que, ni siquiera el proceso de bonanza de la IV República pudo al menos aplacar, dejando sus riquezas en pocas manos y un sentido de justicia social disminuido en lo absoluto.
Aquel momento constituyente, por ende, fue para hacer una paz diseñada desde la inclusión de aquellos sectores básicamente apeados del sistema político, quienes eligieron al candidato del Gran Polo Patriótico, Hugo Chávez, pero también permitió edificar un andamiaje institucional que promovía una ampliación en materia de derechos y el enfoque de una nueva democracia participativa y protagónica.
En el contexto de todo este asunto, está garantizar y defender la paz nacional como un bien superior de la Nación venezolana, que sólo es posible con justicia, con estabilidad y con respeto a los principios y valores establecidos en el sistema político dispuesto en la Constitución Nacional que nos arropa a todos y a todas; y que al parecer más de 25 años después todavía alguna gente no quiere comprender.
Lo cierto es que el comandante Chávez haría, en su exposición del 5 de agosto de 1999, ante aquella Asamblea Nacional Constituyente debidamente instalada, un detallado perfil político del país que buscaba cauces, nuevas etapas, nuevos momentos, ante el desgaste, no de un gobierno o de un líder o lideresa en particular, sino de todo el sistema político visto globalmente.
«Sí, señores, porque lo que está ocurriendo en Venezuela hoy no es un hombre providencial que ha llegado. No; no hay hombres providenciales, el único hombre providencial: Jesús, el de Nazareth. No hay individualidades todopoderosas que puedan torcer el rumbo de la historia, absolutamente falso ese concepto. No hay caudillos, beneméritos y plenipotenciarios que puedan señalar y conducir y hacer el camino de los pueblos. Mentira. Se trata de una verdadera revolución y de un pueblo que la galopa…
…Cuando los habitantes de Guarenas, era febrero, era 27 de febrero y era 1989, aquí mismo hace apenas una década. Para no irnos tan lejos con Vicente Salias o con Emparan o con el Cura Madariaga; cuando los habitantes de Guarenas comenzaron a protestar por el incremento del combustible, cuando los habitantes de Guarenas se fueron a la calle a protestar con una huelga, haciendo uso del derecho a la resistencia; ellos no estaban planificando una revolución allá en la Francia de 1789, los campesinos amotinados o los que decapitaron al Rey, tampoco estaban planificando con eso una revolución, a lo mejor ni siquiera se imaginaban las consecuencias de ello…
…Hoy en Venezuela, cuando estamos a 5 de agosto de 1999, no tengamos dudas, sintámonos comprometidos y conscientes de ello, hoy en Venezuela y con una gran claridad el binomio de la historia se ha hecho presente, tenemos pueblo y hay una revolución en marcha y es el pueblo el que guiará ese potro libre de la revolución…»
Pero, es que si revisamos el proceso constituyente de 2017, las mismas causas profundas encontraremos para precisamente sofocar una revolución de colores instaurada con el propósito de demoler el sistema político e instalar una dictadura violenta en el país que aniquilase al potro revolucionario cuya voluntad edificó la V República: el chavismo considerado como comunidad política.
La paz nacional y la estabilidad democrática son asuntos que no sólo debemos defender, sino además recordar como asunto estratégico, en plena campaña y a pocos días de una nueva victoria de la Revolución Bolivariana
Para enfrentarla se hizo necesario un nuevo desencadenante histórico, para sostener con fuerza la paz y estabilidad nacional en medio de la demencial lógica existencial impuesta por operadores políticos y laboratorios de ideas de Washington. Tal cuestión llevó a la Asamblea Nacional Constituyente instalada el 4 de agosto de 2017 después de un difícil y obstaculizado, por el fascismo, proceso electoral el 30 de julio de 2017.
De hecho, y luego de su reelección como Presidente de Venezuela el 20 de mayo de 2018, y a pocos meses antes de un intento de magnicidio afortunadamente frustrado, dadas las consecuencias que pudo tener para la paz del país, el propio jefe de Estado Nicolás Maduro Moros daría visos de este intento claro de construir un proceso de pacificación nacional profundo, definitivo, concreto y de reinserción de todos los actores en la vida democrática nacional, incluso emulando el proceso de pacificación nacional de la izquierda levantada en armas en 1962.
Esto lo dejará sentado en su mensaje ante aquella Asamblea Nacional Constituyente cuyo objetivo esencial era la paz, el 24 de mayo de 2018:
«Pido a Dios me bendiga, pido a Dios me proteja, pido las bendiciones del pueblo. Amén, y que Dios bendiga a nuestro pueblo, necesitamos mucha fuerza espiritual de esta tierra, de nuestros ancestros; necesitamos toda la fuerza de la historia; necesitamos toda la fuerza de Dios; necesitamos toda la fuerza de un pueblo; necesitamos toda la fuerza de la unión republicana cívico-militar, o de la unión cívico-militar republicana, sólida, consolidada, sin fisuras, viendo al futuro, eso es lo que necesitamos (…) Yo he empezado a trabajar en el nuevo espíritu, y pido ayuda, le pido ayuda a toda Venezuela, pido su ayuda y su acompañamiento, ¡ya basta de que por aquí o por allá alguien pretenda sabotear el camino de Venezuela!, es como que vayamos en un barco a remo y en vez de remar acompasados, todos juntos, haya quienes remen para atrás o haya quienes remen para los lados. ¿Qué pudiera pasar con ese barco? Entraría en un remolino, que es lo que ha querido el imperialismo norteamericano para dominar nuestra Patria, meter nuestro país en un remolino de contradicciones, de problemas insalvables, de desesperanza, de incertidumbre para fracturar el país y sus instituciones.”
Visto lo anterior la paz se convierte en uno de los grandes objetivos políticos que debe marcar todo el proceso electoral y el escenario posterior al mismo, especialmente en la perspectiva de victoria de la Revolución Bolivariana que a días del evento del 28 de julio empieza a consolidarse de manera paulatina y sostenida.
Este propósito se exalta más cuando vemos lo que sucede desde el lado del extremismo opositor, donde no sólo parecen no haber aprendido nada en estos años, sino además tratan de instauran hechos cumplidos que son parte de una narrativa desesperada previa al natural e irresponsable canto de fraude electoral que les ha caracterizado durante todos estos años.
Argumentos débiles como “transición” que no existe en la actualidad política nacional por mucho que traten de imponerla algunos pseudo intelectuales; un esquema de “alternabilidad” que no proviene de la única voluntad posible que es la del pueblo venezolano, sino de esa fracasada república pactada que trascendimos en 1999; estos elementos ahora se presentan alimentados bajo una figura de arrogancia que pretende presentar una victoria inobjetable con operadores de encuestas muy parecidos a los que pronosticaban la victoria de la ultra derecha en Francia, siendo los resultados de ese proceso electoral bien distintos, dejándolos en el tercer puesto.
Estos factores tratan de posicionar cualquier cosa para justificar una agenda de fraude, ya que sus mensajes al chavismo y la institucionalidad democrática nacional no han calado de ninguna manera, siendo incluso las cabezas coronadas del extremismo suficiente para aglutinar a las fuerzas revolucionarias en torno al liderazgo del presidente Nicolás Maduro.
La reciente revelación de grupos paramilitares colombianos, de haber sido contactados por dirigentes opositores en pleno proceso de campaña electoral, da cuenta que la doble banda, o tener un pie en lo electoral y otro en el atajo fuera de la Constitución, en la violencia, en la insurrección, en la irresponsabilidad; demuestra que estas acciones continúan gravitando en las cabezas de un extremismo desesperado ante números que parecen evidenciar un estancamiento en sus apoyos populares.
Es decir, con la utilización de la ruta electoral como justificación y herramienta, la realidad es que promueven nuevas aventuras antidemocráticas, como las salidas I y II, el golpe de Estado fallido de 2019, el intento de magnicidio de 2018, entre otras tantas maniobras fuera de toda regla muy propias de quien, al saberse derrotado, huye hacia adelante tratando de generar hechos que desencadenen imposibles en el contexto actual de una Venezuela muy distinta a la de 2018.
Por ello, la paz nacional y la estabilidad democrática son asuntos que no sólo debemos defender, sino además recordar como asunto estratégico, en plena campaña y a pocos días de una nueva victoria de la Revolución Bolivariana, como se empieza a observar en el escenario nacional.