Por: Federico Ruiz Tirado
Fascismo trasatlántico. Ideología, violencia y sacralidad en Argentina y en Italia, 1919 – 1945, ─de Federico Finchelstein─ es una de las obras claves para comprender la «corriente» por donde navegan las voces de la antipolítica.
Ese libro llegó a mis manos durante un evento al que asistí en una barriada de Buenos Aires, invitado por el Movimiento «La Cámpora», para explicar los terribles sucesos vividos entre 2014 y 2018, cuando la ultraderecha Venezolana protagonizaba una serie de actos (guarimbas), cuya atrocidad certifica la más viva expresión del fascismo criollo, caracterizado por la supremacía racista, el odio y la voluntad criminal que, sin duda, nutren la estirpe del nazismo.
La quema de personas vivas «sospechosas» de ser chavistas, de animales y numerosas especies de plantas en el Waraira Repano y urbanismos arborizados de la capital de Venezuela y otras ciudades, son algunas de las señas de identidad de la arquitectura histórica del fascismo, que poblaron la historia y la memoria de Venezuela.
Los retratos labrados
Los nombres de Enrique Capriles Radonski, Leopoldo López, Yon Goicochea, Julio Borges, Freddy Guevara, Gaby Arellano, Juan Requesens, Daniel Ceballos y otros; como figuras del elenco «practicante» de esta banda política y delincuencial escudada en partidos y organizaciones políticas y religiosas que brotaron en el 2002, cuando las élites empresariales, eclesiásticas, sindicales y «petroleras»; acompañadas por un reducido grupo de militares, y desde el contrafuerte de los medios de comunicación privados, ejecutaron el golpe de Estado contra Hugo Chávez son, en esencia, vértebras de ese cuerpo aún vivo; cuyo esqueleto es dotado de fibra monetaria por los gobiernos norteamericanos y de otras latitudes del planeta.
El nombre de María Corina Machado no figura en esta brigada porque, a fin de cuentas, ella no ha quemado a nadie, ni marchó desde Chuao con Carlos Ortega, ni se expuso a un balazo en Puente Llaguno. Ella fue directamente al grano y se mostró feliz con Bush, y él también con ella, con sus rodillas peladas y los pucheros contenidos en la comisura de sus labios superiores.
Por eso, Súmate se vino con las alforjas llenas para intentar liquidar a Chávez.
Finchelstein
La obra del citado autor argentino es importante destacarla porque hace un despliegue de diversas fuentes y presenta la ideología fascista como un fenómeno globalizado y que ha sido «exportado» para su diseño y ejecución en América Latina.
Está anclada en una vasta documentación y archivos oficiales italianos y patrimoniales de escritores y políticos como Leopoldo Lugones, Scalabrini Ortiz y, sobre todo, en expedientes y papeles personales de Mussolini, de la CIA y del Departamento de Estado de norte américa.
Finchelstein explora hasta el hueso los casos argentino e italiano, creando un referente no convencional y metodológico hasta llegar al punto clave: identificar los puentes entre ambas fronteras o, como dice el propio autor: “las diferentes posibilidades interpretativas, conexiones y puntos en común mediante el análisis de dos ideologías nacionales y sus relaciones trasnacionales”
De algún modo, el tema ha propiciado una discusión a contracara de la historiografía existente sobre los tópicos del nacionalismo, el fascismo, el totalitarismo y el catolicismo, dado que desde sus ámbitos y pugnas históricas, se han «normalizado» los vehículos transmisores de la ideología y valores del fascismo, fundamentalmente aquel derivado del infame pensamiento doctrinario de Musulini.
Su rostro más allá de Wikipedia
Sobre María Corina podría bastar con reproducir su retrato hablado colgado en las redes de internet, pues pinta muy bien y con efectos especiales su árbol genealógico: Machado Zuluaga, Parisca Pérez, Sosa Branger y Blanco; apellidos -dijera el Presidente Chávez -de los «pelucones» y «decisores» del destino politico y económico de Venezuela desde los tiempos de la gesta independentista liderada por Simón Bolívar frente a España.
Pero no. Si dependiera de su real voluntad, ella ya habría escogido el ramaje francés, para así dejarse caer en las zonas populares del país luciendo su igual e incomparable ceño fruncido, pero sin ocultar ni un gramo su parentela con el simpático Conde de Gobineau: aquel superdotado diplomático del siglo XXI nacido en Francia, precursor del supreracismo alemán, a quien hasta el mismísimo Mussolini citaba como ejemplo irrefutable de la superioridad de la raza blanca, exaltando una de sus obras arquetipales y más sumisa al nazismo: Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas.
María Corina Machado no puede enmascarar su racismo. El episodio cuando el comandante Chávez la atajó con la sentencia «aguila no caza mosca», selló esos rictus de odio, viles, clasistas, de un modo irreparable para ella.
Por más agua de coco que intente beber en una cauchera de carretera, o mostrar sus narices sobre una fritanga de marrano, o trepar un camión repleto de gente sudorosa y creyente de Dios y el Espíritu Santo, María Corina nunca podrá abstraerse del áurea que gravita en aquel principio de Jorge Dimitrov cuando caracterizó al fascismo como «la dictadura terrorista de los monopolios».
Pudo haber sido Reagan o uno de los Kennedy, pero ella es de la generación Bush, Obama, Bidem y, por obra del azar recurrente, se quedó con Trump.
Hoy forcejea desde el contrafuerte mediático imperial para desordenar la mesa. Su ventrílocuo de turno, Gerardo Blyde, proclama la resurrección
de las Primarias, aquella operación montada para legitimarla.
Del mundo de los símbolos muertos, de las reliquias, resurge el ánima sola evocando el simulacro que el TSJ anuló.
Maria Corina Machado se ha vestido de nuevo. Recién estuvo suplicante trás la Divina Pastora, sin saber que la voluptuosa imagen de la virgen se desplazaba ajena a sus rictus iracundos.
Vestida y perfumada se quedó, ante la mirada de nosotros cuando nos hacemos los pendejos.