Quienes podían llegar a pensar que el extremismo opositor había adquirido algún tipo de aprendizaje de todo este proceso de agresión que se les ha convertido en unas cuantas derrotas consecutivas perdieron sus apuestas.
Y es que, desde hace unos dos meses, el extremismo y sus opinadores se dieron a la tarea de vender la imposibilidad de una derrota electoral, haciendo recordar la campaña previa al referéndum revocatorio de 2004 que concluyó con victoria para el comandante Hugo Chávez.
Nuevamente apelan al fraude como medio para desconocer la elección y el sistema político en general, cosa nada extraña. Lo hacen además bajo una especie de mantra solapado que han querido establecer como dogma de la democracia, que no es otra cosa que la mal llamada “alternabilidad”, ese recurso utilizado por la ex República del Pacto para hacer ver que existía democracia, sin que ello significara gran cosa para el Pueblo venezolano.
Ahora tratan de establecer que es un requisito indispensable entregarles el poder en bandeja de plata a un grupo de irresponsables, quienes han puesto en jaque la paz, la libertad, la independencia y la soberanía de la Nación venezolana.
Tal falacia obvia, que el modelo democrático dispuesto en la Constitución de 1999 es de soberanía popular intransferible, directa, protagónica, participativa y de cargos electivos que hace imposible pactar alternabilidades palaciegas. De hecho, la única forma de alternar en el poder pasa por ganar una elección, no hay otros artilugios, o inventos, o maniobras fuera del vigente sistema político venezolano.
Ante este escenario que pretenden entronizar, el compromiso nacional es mantener mucha calma, cordura y firmeza en la defensa de la paz, la estabilidad y la democracia en Venezuela, enfocando nuestras miras y acciones en la victoria electoral del 28 de julio y la ratificación de Nicolás Maduro Moros al frente de la Primera Magistratura del país.
Con ello damos fortaleza al sistema político y continuidad al proceso de Pacificación Nacional que debe sacarnos de la lógica existencial que nos impusieron y que algunos elementos, aislados de la ciudadanía, procuran rehacer, como si el país estuviera en la misma situación de años anteriores.
Una sólida victoria, en paz, es garantía para preservar intacta la independencia nacional.