La élite estadounidense en líneas generales, por su ADN arrogante, supremacista y determinista; en cuanto a imponer un pensamiento único al resto del mundo, tiende a ser bastante lenta en reconocer realidades por más que vengan llenas de evidencias y derrotas que, en su lógica, son imposibles de aceptar para un hegemón o un imperio.
Casos sobran, pero enunciemos algunos: La guerra de Vietnam fue innecesariamente extendida solo para producir grandes ganancias a las corporaciones de la guerra, pero se conocía de antemano las grandes dificultades de lograr reducir la sólida resistencia de ese pueblo, con su líder Ho Chi Minh a la cabeza, y aquella idea central de la batalla del pueblo vietnamita orientada por su líder: “persistente en lo estratégico, flexible en lo táctico”.
Incluso la imposibilidad de una victoria imperial, proclamada con arrogante facilidad cuando entraron en conflicto en 1964, fue revelada en documentos filtrados a la prensa estadounidense durante la administración republicana de Richard Nixon; cuestión que convierte a los Acuerdos de Paris de 1974 en un abandono definitivo de un esfuerzo de guerra que no sólo no derrotó a Vietnam del norte; sino que tampoco pudo evitar la reunificación de esa Nación en una sola patria en 1975.
A juzgar por el tiempo, fueron casi diez años de comprensión absoluta de la realidad de una derrota que tuvieron que reconocer en los hechos, en casi todos los campos, prolongando un conflicto que solo benefició al aparato militar industrial estadounidense, a costa de la pérdida de vidas humanas.
A pesar de esta derrota política, el empeño de la élite estadounidense de imponer el pensamiento único y la demencial proclamación de la victoria definitiva del liberalismo político y económico, con la caída del muro de Berlín y el derrumbe del Bloque Soviético; en eso que denominaron el fin de la historia no cesó para nada.
Amparados en los atentados a las Torres Gemelas del Centro Mundial de Comercio en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, se enrumbaron en un esfuerzo de guerra para “castigar a los terroristas”, siendo Afganistán la primera de una serie de paradas en un plan alocado de modificar por entero el medio oriente para ponerlo a caminar en torno de los intereses estadounidenses.
De poco o nada sirvieron los llamados de reflexión para la revisión y el cese de esta acción, siendo el Comandante Hugo Chávez uno de tantos quienes protestaron abiertamente la acción militar estadounidense con aquella célebre frase: “no se puede combatir el terror con más terror”.
A la persecución y aniquilación total de los “terroristas talibanes”, como afirmaban los tanques de pensamiento y políticos de EEUU, se sumó el demencial objetivo de modelar a esa Nación bajo la esfera liberal (fin de la historia) seguramente en el firme anhelo de, bajo los subterfugios de llevar libertad y democracia, tener control del territorio afgano, manejar a sus anchas sus recursos e incrementar exponencialmente el mercado del opio.
El segundo y tercer aspecto bien tuvo bastante tiempo de explotación y desarrollo, sin embargo, el control del territorio nunca fue definitivo teniendo que soportar toda una resistencia nacional que a poco de haber invadido esa Nación se erigió en una manifiesta voluntad de repudio a la presencia de la planta insolente del extranjero, utilizando aquella frase de Cipriano Castro en su famosa proclama a los venezolanos en 1902.
Tal situación les condujo a tener incluso que realizar mesas de trabajo con el otrora objetivo militar (El Talibán) para tratar de organizar un fin de esa guerra que no conseguía objetivos de ningún tipo que no fueran gasto militar ilimitado y la extensión de una dolorosa derrota en todos los campos.
Casi 20 años tardaron en Washington para darse definitiva cuenta que era imposible no solo derrotar a los Afganos, sino mucho menos pretender llevar un modelo que nadie está pidiendo a gritos en ninguna parte del mundo, y menos haciéndolo utilizando el terror y la muerte como forma de imposición.
Tanto tiempo concluyó en una lánguida declaración del actual presidente de EEUU, Joe Biden, el 31 de agosto de 2021 donde básicamente dejó muy lejos ese destino manifiesto arrogante que caracteriza a la política estadounidense en general, para asumir la realidad con bastante tardanza, en una expresión pública histórica:
«No iba a extender una guerra para siempre. Y no iba a extender una salida para siempre (…) Soy el cuarto presidente que se ha enfrentado a la cuestión de si se debe poner fin a esta guerra y cuándo hacerlo. Cuando me postulé para presidente, me comprometí con el pueblo estadounidense a poner fin a esta guerra. Hoy he cumplido ese compromiso. Mis compatriotas estadounidenses, la guerra en Afganistán ya terminó”.
Apenas estos ejemplos históricos, y fíjense que no hemos querido traer elementos de nuestro continente que bien pudieran seguir sirviendo de ejemplo; como la política genocida y demencial contra el pueblo de Cuba, nos detallan la terquedad que refleja para la política exterior estadounidense asumir una derrota política, sin flancos discursivos ni narrativas divorciadas de los hechos.
Las excusas de la elección de medio término, o la necesidad del restablecimiento de un proceso de diálogo entre el gobierno y la oposición que ellos reconocen como tal, otro absurdo más, pretenden esconder su indisposición de aceptar la derrota total de su política hacia la República Bolivariana de Venezuela que ha contado en los últimos nueve años con sus manos metidas hasta el codo solo para causar más daño sin siquiera lograr alguno de sus objetivos.
Por otra parte, todo el mundo sabe que no es necesario que el Presidente de la República Francesa, Emanuel Macrón, busque acercarse al Presidente, Nicolás Maduro, para darnos cuenta de que pretender continuar obstaculizando la presencia de Venezuela en el mercado petrolero mundial y en el sistema financiero internacional no es más que una locura, un disparo hacia los pies de una buena parte del hemisferio occidental; hoy necesitado de recursos energéticos que bien pudiesen ser cubiertos por nuestra nación en relaciones normales, sin sanciones y con respeto pleno a nuestra irrenunciable soberanía.
Que a nadie le extrañe el brote de nuevas y tercas excusas para evadir la realidad política.