Tal vez porque la inexperiencia podría hacer que se le enreden los hilos, la embajadora ad honorem de Estados Unidos no usa una marioneta. Ella prefiere echar mano de un afiche. Claro, ese papel estampado con la foto de un recién llegado a la opinión pública, no tiene cuerdas que se hagan nudos, no tiene extremidades ni cabeza que cuidar. Simplemente se carga dobladito en la cartera (de marca) en la que no hace mucho peso que se diga y se saca cada vez que haya gente frente a la tarima.
Se podrá criticar muchos aspectos de la campaña y, por supuesto, del candidato estampado. Pero en eso de innovar, no en la política, puesto que el sector que aúpa las aspiraciones del cartel es bastante conservador en sus propuestas históricas. Aquí hay que hacer un paréntesis puesto que hasta la fecha ni la señora dueña del candidato y de su imagen, han presentado programa de gobierno alguno, salvo el eterno deseo de salir porque sí y a lo macho, de un gobierno legítimamente electo en los pasados comicios presidenciales.
Pero volvamos al tema central de estas líneas: la curiosa campaña inédita en la que un competidor por la silla presidencial de Miraflores deja ver claramente que no está en condiciones de recorrer el país y de quién, para colmo, se podría esperar otro invento: la carta de cesión, la aparición de una especie de documento de comodato, o de tercerización de las funciones de mandatario para traspasarlas en la figura de su jefa política, por cierto, imposibilitada de ir a elecciones por sus acciones anti patria.
¿Será esta una muestra de cómo sería (Dios nos proteja y nos ampare) un mandato de estos personajes? Pues sería lógico pensar que el afiche le entrega el testigo a quien pagó por su impresión a todo color y, por su parte, esta le cede sus atribuciones a sus patrocinadores que hacen vida y dinero en Washington D.C.