Suenan los tambores de guerra en la Unión Europa. Qué mala costumbre esa de los europeos de querer matarse cada cierto tiempo. Y si ya es muy malo que eso pase en el Viejo Continente, peor es la manía de arrastrar al abismo a otros pueblos, sin importar cuán lejanos o cercanos estén del centro del conflicto.
En Europa se han asesinado en masa aduciendo un abanico de razones de todo tipo. Por quitar o poner reyes, reinas, príncipes, condes, duques, obispos, cardenales y papas. Por instaurar o destruir imperios o regímenes de gobiernos.
Los europeos han pasado de la monarquía a la república y de esta a la restauración de alguna que otra corona devaluada. Se han cortado cabezas con hachas y guillotinas; se han ahorcado, quemado y asesinado por diferencias religiosas, políticas, de nacionalidad, lengua y cultura.
Asombra también la poca capacidad de aprender tomando en cuenta las experiencias acumuladas. No nos vayamos tan atrás. No se trata de recordar las tristes consecuencias que se vivieron en la Europa de la Guerra de los 100 años. ¿Para qué viajar tan allá si hay sucesos más cercanos y cruentos? Entre la I Guerra Mundial y la II Guerra Mundial se superó con creces cualquier registro de brutalidad y se añadió con el terror nuclear el riesgo de desaparición de buena parte de la humanidad.
Ese vicio patológico del uso de las armas entre sí y también en contra de los más débiles, se junta con la creencia de ser los civilizadores de un mundo poblado en su mayoría por bárbaros latinoamericanos, africanos, asiáticos y oceánicos. Habrá algunos lectores que dirán que ya pasó el tiempo del positivismo, período de la historia en el cual, por ejemplo, Gran Bretaña justificó genocidios en nombre del progreso (alias potable del capitalismo), pero la verdad es que la mentalidad colonialista sigue ahí, en el consciente y en el inconsciente de quienes toman decisiones y de quienes votan por estos en la Unión Europea.
La posición belicista de Emmanuel Macron ante Rusia, y en defensa del Gobierno títere nazi y filoestadounidense de Ucrania, es un claro ejemplo de lo arriba mencionado. Cuando el mundo entero pide paz, el presidente francés, en momentos de baja popularidad entre sus coterráneos y la pérdida de influencia en las antiguas colonias galas del centro de África en favor de la cooperación rusa y china, alza la voz llamando a profundizar el conflicto en el Dombás; tentando así el estallido de una apocalíptica tercera guerra mundial.