El periodista norteamericano Michael Wolff, acaba de publicar un inflamable libro con el título de Fuego y Furia: Adentro de la Casa Blanca de Trump. Allí revela infinidad de detalles sobre la forma de funcionamiento del gobierno de este disparatado presidente, sustentado íntegramente sobre poderosos grupos de poder y grandes corporaciones. Estas intimidades, si fueran en otro contexto y con otro personaje, serían de seguro pintorescas y hasta cómicas (dignas de ser incluidas en las Leyes de Murphy), pero la verdad, la preocupación seria, es que el texto se refiere al novedoso presidente del imperio más poderoso y mejor armado de todo el planeta. El mismo que se cree Sheriff del mundo y que tiene ejércitos, armas y misiles desplegados en todos los continentes. Los norteamericanos siempre listos para imponer su modelo de democracia, basado exclusivamente en la aniquilación del adversario. Se trata de Trump, por Dios. Quien ya ha avisado que duerme plácidamente y sin tribulación alguna con el maletín nuclear bajo la almohada.
Sentado en primera fila en un sofá de la Casa Blanca estaba Wolff, tomando notas, entrevistando a personalidades del mundo político y al entorno cercano del mismísimo presidente. El resultado es una precisa (y tenebrosa) imagen de las intrigas y locuras que ocurren en los pasillos internos de la Casa Blanca (a donde gusta ir Borges a mal poner a su patria). El retrato es elocuente, caracterizado por el desorden, el caos, la improvisación, las luchas de poder y el nepotismo. La incompetencia como sello fundamental de un funcionariado proveniente de las logias empresariales sin experiencia en el funcionamiento del gobierno o en la política exterior.
Wolff divaga en todo el libro para tratar de responder a la pregunta: ¿Trump está apto para el puesto? Respondiendo que, a pesar del temperamento y el perfil disfuncional de Trump (más hormonas que neuronas), éste se alzó certeramente contra la voluntad de la propia cúpula del partido Republicano, venció a los 16 candidatos de su partido, y luego en medio de la total incredulidad mundial, derrotó a los Demócratas y a la inefable Hillary Clinton. Dejando sorprendida y estupefacta a toda la clase política, económica y mediática gringa, luego de una disfuncional campaña electoral, diseñada para no ganar, porque al perder, Trump ganaba en más fama y más “cobertura”, lo que parecía ser el objetivo inicial de su postulación presidencial: “Él no iba a ganar! O perder era ganar, de repente, Donald Trump se convirtió en un hombre que creía que merecía ser…”. Despertaron al monstruo, le dieron la oportunidad y por allí se les coló.
Con estos antecedentes, al llegar a la Casa Blanca, nadie podía esperar que el desaforado personaje cambiara en nada sus explosiones, sus ocurrencias y sus ataques de ira: Fuego y Furia. La “cara de golf: enfadado y cabreado, los hombros encorvados, brazos oscilantes, frente plegadas, los labios fruncidos”. Algunos de sus más cercanos colaboradores hasta han llegado a pensar que es disléxico: “sin duda su comprensión era limitada. Otros llegaron a la conclusión de que no lee porque simplemente no tiene por qué, y que de hecho este fue uno de sus principales atributos como un populista. Era la televisión postalfabetizada-total. Parecía carecer de la capacidad de tomar la información de terceros. O tal vez le faltaba el interés; el que sea, parecía casi fóbica acerca de tener demandas formales sobre su atención”. En un año completo ha ratificado sus carencias, sus desequilibrios emocionales, sus limitaciones políticas e intelectuales, y se ha comportado de mamera irrespetuosa y con desdén hacia el resto de los países del mundo.
Sobre las capacidades y conocimientos de Trump, Wolff es claro al señalar que “Casi todos los profesionales que ahora se establecieron para unirse a él venían cara a cara con el hecho de que parecía que no sabía nada. Simplemente, no había materia, con excepción quizás de la construcción de edificios, que había dominado sustancialmente. Todo con él era fruto de la casualidad. Lo que él sabía que parecía haber aprendido una hora antes y que fue sobre todo a medio hacer”.
Además, para mayor gravedad al llegar a la Casa Blanca entró en conflicto inmediato con la burocracia pública, llamada por él despectivamente “El Pantano”; y ni hablar de sus frondosos mensajes (vía Twitter), atacando y descargando a toda la “comunidad de inteligencia” de Estados Unidos, empezando por el FBI y la CIA, reconociendo a groso modo el desastre cometido por el Imperio Norteamericano en Irak, Afganistán, Siria y Libia.
Rápidamente se metió en el debate de los “Fake News”, arguyendo la inclemencia de la prensa ante sus pequeñas distorsiones de la realidad, sus exageraciones o improvisaciones, llegando a declarar que, “como usted sabe que tengo una guerra que se ejecuta con los medios de comunicación, que se encuentran entre los seres humanos más deshonestos en la tierra”. A cualquier otro presidente del planeta lo hubiesen crucificado y quemado en la pira de la inquisición, lo llamarían cercenador de la libertad de expresión. Pero con Trump, todo va en una suerte de mundo de fantasía o de realismo mágico, pues cuenta con la “tolerancia” de las grandes corporaciones y sus dueños. Todos amigos y socios de Trump.
En materia internacional, es evidente, público y notorio su desconocimiento de la geopolítica mundial. Manifiesta su total desinterés por los temas diplomáticos. Esto lo deja a merced de los mercenarios grupos de presión (pregúntele a Borges y Rubio), así como de los “Halcones” y grupos guerreristas del Imperio Norteamericano. Wolff relata cómo, sin prueba concreta alguna, las agencias de inteligencia acusaron al gobierno sirio de realizar ataques químicos, afanosas de ejecutar sus acostumbrados bombardeos “disuasivos” contra la población civil y las arenas del desierto (sus bombas inteligentes nunca fallan estos blancos). No les importa el ataque indiscriminado contra un país soberano, siempre construyen una lógica discursiva que los resguarde ante el escrutinio de los medios, la “objeción moral absoluta”.
El estilo de pensamiento de Trump, retratado claramente por Wolff, es el mismo que se refleja en las recurrentes metidas de pata de este personaje. Nada más nefasto y racista que utilizar el término “agujeros de mierda” para referirse a países como El Salvador o Haití. No hay perdón para este señor. Pero esta es su lógica de pensamiento, públicamente revelada y sin arrepentimiento alguno.
La sabia respuesta de Haití no se hizo esperar. Fue contundente. Su gobierno, digno y soberano, señaló que “La relación entre los dos países se ha fortalecido por el hecho de que millones de hijos e hijas de Haití han contribuido, contribuyen y continuarán contribuyendo a la prosperidad y la grandeza de EE.UU.”. Más nada.
Dios nos proteja de este señor y su maletín nuclear. Por cierto, Trump es de los negacionistas del cambio climático, afirma que es un invento chino. Que se cuide el planeta de esta seria amenaza.
@richardcanan