Dependiendo de cómo amanezca el ánimo del novedoso personaje que ocupa la Casa Blanca, el planeta entero palidece diariamente, porque corre el riesgo de sufrir las nefastas consecuencias de sus recurrentes disparates, caprichos y hasta descargas de arrechera (sí, muy al estilo maníaco depresivo de Capriles).
Un día amenaza con borrar de la faz de la tierra a Corea del Norte (“Mi botón nuclear es mucho más grande y poderoso”); el otro elucubra públicamente con sus planes para “intervenir militarmente” a Venezuela; un día se descarga irrespetuosamente a México, su vecino y supuesto aliado, e insiste en que el negocio de su cacareado muro evitará que entren todos esos “criminales (mexicanos) a nuestra frontera”; otro día es China su cruel “enemigo comercial”; y claro está Rusia, llevada por Trump en una ambivalente relación amor-odio, a la cual acusan simultáneamente y sin pruebas de intervenir en las elecciones presidenciales gringas, de envenenar agentes secretos (al mejor estilo de James Bond y la Guerra Fría) o la atacan por su posición de defensa del legitimo gobierno de Siria, que resiste incólume a los ataques de las distintas facciones terroristas abiertamente financiadas por Estados Unidos.
En las redes sociales de este desquiciado personaje pueden leerse y apreciarse de primera mano sus variantes cambios de ánimo. Como en la película animada “Intensamente”, Trump va compartiendo sus cambiantes humores, con momentos de Alegría, Tristeza, Miedo, Desagrado e Ira. Todo a la vez. El desbarajuste emocional de Trump es espeluznante. El presidente de la mayor potencia mundial, empieza la mañana tuiteando, como en una campaña de intriga (o vendiendo condominios, su verdadera vocación), que va a soltar unos misiles (qué estratega militar revela sus planes, pues ninguno). Así, sigue apretando las teclas lleno de frenesí: “gran precio a pagar”, “Prepárate Rusia, porque van a ir, suaves y nuevos e ‘¡inteligentes!”. Mensajes que hacen imaginar al lector que Trump va manoseando afanosamente el botón nuclear mientras le explican, como a un niño de preescolar, el criminal plan de ataque contra Siria (exempleados de la Casa Blanca han manifestado sus dudas de que Trump esté en capacidad de entender los informes escritos que le presentan).
La pregunta evidente es: ¿cuántos frentes de guerra y conflictos diplomáticos puede crear simultáneamente este personaje? El problema no es que un desquiciado mandatario diga disparates. El problema gravísimo es que Trump está montado sobre el peligroso maletín nuclear. Es decir, tiene a su entera disposición alrededor de 6.800 ojivas nucleares, más que suficiente para destruir toda la vida en el planeta varias veces, muchas veces. Recordemos que solo las dos bombas lanzadas por Estados Unidos sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki causaron la muerte directa de más de 214.000 personas, la inmensa mayoría civiles inocentes. Y para mayor peligro de la humanidad, el inestable Trump ha declarado que “Nunca vamos a caer detrás de ningún país, incluso si es un país amigo. Nunca vamos a quedarnos atrás en poderío nuclear”. Que vértigo.
Para rematar, Trump cuenta con unas Fuerzas Armadas de más de 1.325.000 efectivos, los cuales tienen montadas y listas sus bombas en miles de aviones, barcos, submarinos y silos regados por todo Estados Unidos y la Comunidad Europea. Su presupuesto militar supera los 597.000.000.000 de dólares. Tiene todos los juguetes a su disposición para utilizarlos al primer ataque de ira.
Toda esta inmensa maquinaria de matar requiere de guerras constantes para poder justificar su existencia y acceder así a sus mil millonarios presupuestos. Por eso los perros de la guerra, el Congreso y el Pentágono (un trío a sueldo de Lucifer), se afanan en construir enemigos y amenazas por todos lados. La elite política de Estados Unidos jamás niega un solo dólar para la guerra. Pero para la salud, pensiones y protección de los más pobres, solo deja migajas (y a regañadientes). Contradicciones de este imperio parasitario.
Las falaces acusaciones contra el gobierno sirio de usar armas químicas, es similar a las “terroríficas” armas de destrucción masiva que Estados Unidos decía que estaban en poder de Sadam Husein. En pleno siglo XXI la mentira es similar. Una burda copia. Solo cambian los actores, pero las caras de farsantes inescrupulosos, descarados y sinvergüenzas, se mantiene incólume.
En todo caso, la construcción de la mentira es un formalismo (un Fake News, como diría el propio Trump). Estados Unidos, con su Dios mediante, con su Destino Manifiesto mediante, puede aplastar y aniquilar a cualquier pueblo del mundo, sin ningún resquicio moral o ético. Nadie puede detenerlo. Y no tienen absolutamente nada de remordimientos a la hora de sembrar de cementerios a los países del mundo.
Sus nuevas agresiones y ataques en contra de Siria (“bombardeos quirúrgicos”), revelan y ratifican ante el mundo el calibre de su arsenal de mentiras y los descarados montajes para justificar sus criminales actos imperiales. Los propios generales pinochos del Pentágono afirmaron con regocijo que lanzaron con rotundo éxito (y buena puntería, ¡por fin!) más de 100 misiles sobre centros de investigación, plantas y depósitos de armas químicas, pero resulta que ni una nubecita del supuesto gas sarín o cualquier otra arma química o biológica afectó para nada a los bomberos, militares y la población aledaña a las plantas bombardeadas. Las patrañas se caen solas. Entre cielo y tierra no hay nada oculto.
¿Dónde está la nube tóxica que debió emanar luego de los bombardeos a los depósitos de armas químicas? Pues no pasó nada, porque todo está en la mente de Trump y las de sus sanguinarios asesores, con sus fantasiosos juegos de guerra y sus macabras acciones para justificar la activación del maletín nuclear.