Por: Carola Chávez
Yo recuerdo, allá en los años 80 y 90, que era normal ver, en el este del Este, soldados rasos haciendo de choferes, jardineros, mayordomos y conserjes en casas de “gente importante con contactos”. Era normal ver a un soldado en el estacionamiento del supermercado cargándoles las bolsas a una señora encopetada. Los soldados eran personal del servicio privado, “cachifos” pagados por el Estado. Así como pasaba con los soldados rasos, muchos oficiales también servían de carga bolsas a primeras damas y a primeras barraganas. Entonces la dignidad se pagaba con traslados a zonas “hurriblis” como Pto. Ayacucho o Guasdualito, donde pululan los zancudos y el restaurant de lujo más cercano queda en Caracas.
Con esa imagen de las Fuerzas Armadas crecimos en el Este, pero llegó Chávez y mandó a parar. De ahí la rabieta de tipos como Julio Borges, como Capriles, de adecos como Ramos Allup, y ni hablar de la de María Corina, una Ma-cha-do, que ahora se tienen que calar que un negro uniformado les hable de tú a tú y, peor, que se niegue a hacerles el mandado. Y el mandado es tumbar a Maduro, coño, y esos bichos no entienden.
Por eso los ataques, los insultos, las molotov, los morteros, las balas, los frascos llenos de pupú, porque en la mente de un sifrino es inconcebible que un negrito se le alebreste sin que tenga que pagar por ello. Por eso las amenazas, que si La Haya, que si la DEA, que si “dónde te vas a meter”. Todo esto, y con la torpeza que los caracteriza, mientras tratan de convencer a esos mismos soldados que bañan en mierda, de que “se unan a su lucha”, sí, esa lucha que de lograr sus objetivos promete desaparecer a los soldados bolivarianos de la faz de la tierra.
Cuán complicado es todo en estos días. Antes, cuando un pendejo cualquiera no quería obedecer, no tenían sino que decirle las palabras mágicas: «Tú no sabes quién soy yo». Aquello bastaba. El «tú no sabes quién soy yo» se filtró en el tejido del sifrinaje de tal modo, que hasta los niños lo usaban como comodín cuando eran pillados haciendo alguna trastada. Maestras, porteros del colegio, entrenadores, sometidos a la tiranía de los niños de la gente cree más gente. Del «tú no sabes quién soy yo» no se salvaba ni siquiera los que también se suponía que éramos alguien. Yo recuerdo una tarde, estábamos en el Club Puerto Azul pescando, y había un niño, un gordito con cara de mala leche, pegándole palazos a unos cangrejitos que ya no encontraban en dónde meterse. Yo, que no puedo ver sufrir a una criaturita, le dije al niño: “Mi amor, no dañes al cangrejito, mira que él tiene su familia y…”. El carajito, clavándome una mirada llena de desprecio, me contestó: “Yo en este club hago lo que me da la gana, porque mi tío es de la directiva”. Dicho esto, le acertó el palazo al cangrejo que quedó en el muelle hecho puré. En fin, que es toda una cultura.
Con esa cultura llega el sifrinaje, por fin en mayoría, y con mayor sed de venganza, a la Asamblea Nacional. Llegaron a patear culos, que es lo único que saben hacer. Llegaron, desde el primer día a patotear al chavismo y al comando de la Guardia Nacional Bolivariana que hay en el Palacio Legislativo. Llegaron a poner en su sitio a esta cuerda de negros que no sé qué se han creído.
Así, con la ceguera que produce la soberbia, en medio de este nuevo intento (vano) del golpe de Estado que lleva casi tres meses, tres meses de intensificación del odio dirigido a los militares que insisten en su apego a la soberanía y a la constitución; así, después de declarar públicamente que sabotearán las elecciones para la Constituyente, así, tratando de enturbiar lo que está clarito, los diputados antichavistas montan un show en el Palacio Legislativo, con una denuncia semilla de fake news, y una coñaza en patota, siempre en patota, y decenas de cámaras montando una historia que no pega con las imágenes que graban: “La GNB golpea violentamente a diputados opositores”, y uno lo que ve es a los diputados medio matando a patadas, golpes y empujones, a los efectivos de la guardia, que contienen el ataque con sus escudos.
En ese contexto llega Julio Borges a “poner en su sitio” al coronel que está al mando de la unidad; a exigirle que le permita hacer lo que le de la gana, bravito, eso si, porque ahí hay una cámara que no es la de ellos, bravito porque puede grabar lo que Julio no quiere que se vea, bravito porque no puede volverse loco… Como una olla de presión, Borges se va cargando porque el coronel ese, ese negrito alebrestado, no le está haciendo caso. Julio, no puede, se le ve en la cara que no puede, se le ve cómo se le sube desde el colon, luego al estómago, hasta la garganta, a través de los dientes, silbando entre los labios tensos, como un peo que se te escapa en contra vía, el incontinente, el legendario, el hoy inútil, “tú no sabes quién soy yo”.
“Yo soy el Presidente de la Asamblea Nacional” —dijo Borges, empinándose un poquito, sacando la barriga creyendo que era el pecho, subiendo la nariz para que se note que todo ahí le huele fo. “Y yo soy el comandante de esta unidad”—respondió el coronel que no es carga bolsas de nadie y agregó: “Usted puede ser presidente de lo que sea, pero le agradezco que se retire…” Julio, incrédulo porque las palabras mágicas no funcionaban ni siquiera en el Palacio Legislativo, preocupado porque no tenía a su patota consigo, metió la barriga, creyendo que era el pecho, tiró para atrás un poquito, como para que no se notara que quería salir corriendo. Él, el que se jacta de ser el contacto antichavista con los cuarteles, el que se tiene el respaldo de la cuarta flota de los EEUU, el que se dice líder de la invasión, perdón, la transición, no tuvo tiempo de contar ni siquiera hasta 22, antes de que el coronel Lugo, cumpliendo con su mandato constitucional, que no es otro que defender la soberanía, que no reside en Borges, por cierto, sino en el pueblo venezolano… Decía, así el coronel Lugo, de un solo empujón, puso a Julio Borges “en su sitio”.
“¡Indignante!” — dijeron horrorizados voceros antichavistas que no tienen ni idea de lo que es la dignidad. “Violentaron la majestad de su cargo”, se quejaron otros que aplauden cada vez que alguien le menta la madre a Maduro. “¡Cuánta violencia!” —chillaban, al mismísimo tiempo que tenía sus esperanzas puestas en un terrorista en helicóptero que lanzaba granadas sobre el centro de Caracas. Bravísimos todos porque, ooootra vez, un soldado carepueblo no les dejaba hacer lo que les da la perra gana.
“Tú no sabes quién soy yo”… Lo sabemos y por eso es que no volverán.