Decía el Gigante Chávez, que había que darle un voto de confianza a la gente, hasta que la situación demostrase lo contrario, ¿haces tú lo mismo, o prefieres jugar en la dinámica del juzgar y accionar a partir de aquellas cosas que se dan por supuestas? Quiero recordarte que nosotras y nosotros, como revolución, tenemos una estabilidad obtenida a dura lucha; pero que las garantías no siempre son infranqueables, por lo que te invito a cuestionarte, ¿desde dónde eliges las palabras con las que tratas, te refieres al otro, a la otra?
La unidad es, hoy por hoy, uno de los mayores actos revolucionarios que podemos impulsar como militantes; y por ello desde allí te pregunto: ¿realmente estás usando el poder de tu palabra para cohesionar una revolución, o sigues alimentando la discordia en nombre de los egos? Es fácil caer en esa rencilla, recuerda que la única forma que tenemos de garantizar esta gesta patriótica, es recordando que somos una revolución que nace desde los más profundos sentimientos de amor; y claro que incluye el amor por la patria, pero principalmente el amor por aquellas y aquellos que, como tú, hoy insisten en seguirla construyendo.
Ese amor se manifiesta en cada acción, dista mucho de ser ingenuo o producto del descuido, por el contrario, es clara expresión del nivel de conciencia que hemos alcanzado a lo largo de estos años de deconstrucción–construcción que vamos acumulando; tanto en lo individual como en lo colectivo. La “razón amorosa”, como la llamaba el Comandante, nos invita a elevarnos ante cada dificultad, a colocarnos en los zapatos del otro o de la otra; y mantenernos en afán investigativo cuando vamos a imbuirnos en la lucha popular. El amor nos permite escuchar con atención, acción fundamental para el ejercicio de gobierno, y también tejer redes de solidaridad cada vez más necesarias.
¡Solo unidas y unidos venceremos!
¡Palabra de mujer!