El referendo consultivo sobre el territorio esequibo se realizó con éxito en todo el país y ahora se convierte en uno de los objetos de análisis más interesantes de 2023. Lo es con miras al futuro inmediato, es decir, respecto a las siguientes decisiones y acciones del conflicto con Guyana y a las incidencias del año presidencial 2024. Pero también lo es en el empeño de mirar al país en el mediano y largo plazo.
Aún muy en caliente para un examen cercano a la objetividad, una primera conclusión es la que resaltó el presidente Nicolás Maduro en su discurso de la plaza Bolívar: se trata de una victoria muy especial porque participó en ella un espectro político mucho más ancho que el acostumbrado, algo, dicho sea de paso, que el asunto en debate merecía.
El resultado y la campaña previa acentúan la tendencia al surgimiento de una nueva fuerza opositora, democrática, leal al país, capaz de marcar distancia de los dictados obsesivos del poder imperial y transnacional. Ese, si queremos verlo con una dosis de optimismo muy decembrina, por lo demás, es un logro gigantesco en un país que hace apenas unos años estuvo varias veces al borde de la guerra civil, acicateado por una dirigencia contrarrevolucionaria extremista y pirómana.
Un evento esclarecedor
La consulta obligó a todas y todos a fijar posición, a correr o encaramarse, y eso también es una ganancia para el país en general y para quienes dirigen las instituciones del Estado. Quedó mucho más claro quién es quién en temas de suma trascendencia nacional. Aquellos y aquellas que representan los intereses más antivenezolanos ya no pueden esconderse más detrás de parapetos argumentales, como una supuesta defensa de la democracia y la libertad.
También quedaron en evidencia los blandengues, los ambiguos, los tibios, los “sí, pero no”. Algunos, previendo el repudio que les causaría esa actitud, trataron a última hora de sumarse al llamado a votar. Otros se mantuvieron en ese espacio nebuloso con artimañas como la apelación al libre albedrío de las masas a las que supuestamente lideran.
Los pantanos movedizos de la vaguedad se tragaron incluso a ciertos dirigentes políticos del campo de la izquierda, que le dieron prevalencia a sus conflictos personales y grupales con el gobierno y el Partido Socialista Unido de Venezuela. Como consecuencia de ello, sus posturas resultaron ser extraños y oscuros retruécanos de una retórica ultramarxista que, tristemente, termina coincidiendo con la de los poderosos enemigos de Venezuela, esos que en teoría son las antípodas ideológicas de estos líderes y grupos.
Frente a todo esto, ha sido muy asertiva la actitud del presidente Maduro, de sus colaboradores y de la dirigencia pesuvista: defender la victoria como perteneciente al país todo, no caer en el juego de quienes quieren llevar el asunto a la controversia interna estéril.
Con tanta experiencia en procesos electorales, es preciso comprender la frustración de quienes fracasaron en su propósito de desviar el objetivo de la consulta popular. Y está claro que esa frustración se ha expresado y se va a seguir expresando a través de denuncias sin fundamento, ataques al Consejo Nacional Electoral, descalificaciones basadas en el odio y una serie de variantes que conocemos desde hace casi un cuarto de siglo. Corresponde oír y tolerar, en la medida de lo posible, y proceder a la reflexión, personal, al debate y al análisis de lo ocurrido, con visión prospectiva.
Elementos para el análisis de mediano y largo plazo
Atañe a los factores revolucionarios revisar las cifras de abstención y vincularlas tanto con la coyuntura económica y social interna como con las potentes corrientes geopolíticas que recorren el mundo entero, basadas en el protagonismo de una ultraderecha impúdica que, paradójicamente, ha cosechado éxitos electorales prometiendo medidas impopulares.
Toca a la dirigencia política de la Revolución –como siempre debe hacerse, luego de los grandes eventos políticos- una disquisición descarnada de cómo las dificultades que sufre el colectivo (independientemente de sus causas y justificaciones) afectan el funcionamiento del instrumento electoral, que ha sido baluarte de la resistencia ante todas las maquinaciones, emboscadas, intrigas y asechanzas del capitalismo hegemónico en contra del sistema político venezolano.
Hay mucho de autocrítica en esa revisión. Cada funcionario, cada dirigente, cada cuadro tiene que examinar su propio proceder y hacer los ajustes que sean necesarios para mejorar o recuperar la sintonía con el sentir popular. Eso es vital, en la visión de mediano y largo plazo.
Lo mismo puede decirse del sector político opositor que ha florecido en los últimos años y que se ha fortalecido con su postura digna ante el referendo. Les compete a partir de ahora afianzarse como referencia válida de ese importante segmento del país que está en contra del gobierno, pero que aspira a cambios por la ruta democrática. Para mantenerse en esa posición –esas personas lo saben, pero no está de más subrayarlo- van a tener que resistir la presión chantajista del imperio, de los factores extremistas y de la maquinaria mediática y de redes que está al servicio de esa compleja maraña de poder.
Superada con gran fortuna la meta del referendo, el país se encamina, tras la celebración de las fiestas de fin de año, hacia un 2024 que se sabe crucial, culminante e histórico, tanto por el asunto que fue objeto de la consulta (la controversia por la Guayana Esequiba), como por su carácter de año electoral presidencial.
Las tentativas de llevarnos a una escalada del conflicto territorial no van a cesar en los próximos meses, como tampoco se espera un cambio sustantivo en el clima de hostilidad, bloqueo económico y medidas coercitivas unilaterales. Es en ese escenario en el que habrá que seguir desplegando, de manera simultánea, los planes de seguridad y defensa, las políticas destinadas a atender las graves dificultades sociales y las estrategias electorales para otro momento decisivo, no sólo para Venezuela, sino también para todo el vecindario latinoamericano.