La oposición dice que vive en una dictadura y es cierto: ellos se encerraron y se negaron la posibilidad de discusión, la libertad de opinión. En 2017, por ejemplo, quejarse de las guarimbas que los secuestraban en sus casas era considerado «chavismo» y a quién se atreviera a decir algo le marcaban su casa con la palabra «sapo».
En los edificios residenciales se alimentaba un ambiente de desconfianza mutua y de miedo. Desde que llegó Chávez, tuvieron que aceptar cualquier locura que sus líderes inventaran para tomar el poder. Quién tratara de poner un poco de sensatez, se convertía en sospechoso de chavismo y enfrentaba la misma violencia que ellos nos han dirigido a nosotros. No tienen libertad de elegir, de estar en desacuerdo alguna vez con algo. Son rígidos y el que medio pregunte algo, sufrirá las consecuencias.
Hoy vemos cómo son acosados desde el exterior los artistas venezolanos que no han expresado claramente la posición de desconocimiento electoral que la oposición violenta exige. El acoso incluye: insultos, amenazas de muerte a ellos y familia, amenazas laborales, publicación de dirección, teléfonos, escuelas de sus hijos y finalmente la certeza de que si se los encuentran en la calle harán con ellos y sus hijos lo que le hicieron en su día a Roque Valero, a Winston Vallenilla y a sus familias. La dictadura del terror está en la oposición.