Hoy la batalla sigue su paso ante quienes tratan de revivir el espanto nazi-fascista, mientras procuran reescribir la historia, despachando alegremente el aporte a la humanidad del pueblo ruso
De cuándo en cuándo se apela a la desmemoria para tratar de alterar eventos históricos que han sido claves en el devenir de la humanidad. Esto, lejos de ser producto de un proceso de no visualización de dichos eventos, es un proceso de reinscripción de la historia que pasa por acciones y silencios, procurando alterar sucesos así como minimizar o exagerar el papel de actores individuales o colectivos en los mismos.
La Federación de Rusia desarrolló con amplia celebración la conmemoración del 80.º aniversario de la victoria en contra del nazismo en la Gran Guerra Patria, hecho clave para la finalización de la Segunda Guerra Mundial y para el fin definitivo del régimen político nazi de Adolfo Hitler.
Este 80 aniversario nos sirve también para resaltar algunos aspectos que hacen ver que la batalla en contra de la desmemoria inducida y del nazismo continúan, ya que al parecer las élites de poder de la civilización occidental han encontrado como solución a la crisis del liberalismo político y de la modernidad y posmodernidad de este hemisferio del planeta, ni más ni menos que la reinserción de elementos fanáticos extremistas en espacios de poder en el mundo, tratando con ello de alterar una multipolaridad que es inevitable en la fuerza de los hechos.
Viendo varios ejemplos nos encontramos con la «revolución de colores» que ejecutaron en dos espacios políticos claves como la República Bolivariana de Venezuela y la República de Ucrania; en el caso de Ucrania donde lograron facturar eligieron un sistema político abiertamente nazi fascista glorificador de todo tipo de símbolos y personajes que precisamente fueron derrotados junto con el nazismo en la gran guerra patria.
Un renovado Stepan Bandera, líder político ucraniano que apoyó a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, y la utilización de siglas en sus Fuerzas Armadas exaltadas, junto a la agresión sistemática de los pueblos prorusos al extremo este de ese país, concluyeron en ser parte de una maniobra fraguada por los Estados Unidos y sus socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que empujó a todo ese sistema político extremista a un estado de guerra que aún hoy no encuentra finalización.
La creación de un Estado ucraniano cuyo régimen político fuera abiertamente nazi-fascista, concluyó en la irresponsabilidad de promover una guerra pretendidamente victoriosa ni más ni menos que a una potencia como la Federación de Rusia.
Las consecuencias de esta demencia presentada como solución por parte de las élites políticas occidentales, lo único que está causando es un profundo daño en el pueblo ucraniano y una nueva derrota que confirma a las claras que la multipolaridad no tiene al momento alternativas viables para hacerle frente. La otrora «Pax Americana» ha pasado de terapia intensiva a extrema unción.
Pero es que esta maniobra en el año 2014 para instaurar un régimen político extremista en Ucrania no vino sola. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial Rusia ha promovido a nivel de Naciones Unidas una resolución que condena en todo sentido la glorificación del nazismo, considerando el daño enorme que a la humanidad le causó la impronta de Adolfo Hitler y sus aliados a mediados del siglo XX.
Pues resulta y pasa que dicha resolución, que contó con unanimidad durante más de 70 años, ha pasado a ser pieza de revisión e incluso desmemoria por parte de las élites de las civilización occidental, quienes salvando sus votos o rechazando la misma pretenden transparentar el régimen político del nazismo bajo el argumento de que este proceso no ha sido lo suficientemente estudiado, cuando en realidad sabemos que ante la crisis estructural de esta civilización están tratando de apelar, al parecer, a la fórmula de revivir estos espantos como «soluciones posibles» a los desafíos del mundo actual.
A este peligro se suma ahora la pretensión, cada vez más abierta, de reescribir precisamente la fase final de la Segunda Guerra Mundial, donde es evidente que fue el rol de La Unión Soviética y de todo el pueblo ruso (en especial su capacidad de resistencia ante la avanzada del poderosísimo ejército de Adolfo Hitler) quienes terminaron derrotando este régimen abiertamente divorciado de cualquier consideración humana.
La verdad histórica es que a partir del 22 de junio de 1941, y cruzando las fronteras de Polonia, más de 3 millones de soldados del ejército nazi con todo su poderío bélico asociado invadieron a la Unión Soviética, en la llamada Operación Barbarroja, bajo la idea de Hitler de seguir expandiendo el poderío luego de controlar casi toda Europa continental, faltando en el proceso solamente Inglaterra, cuya fortaleza ante los bombardeos y la protección del Canal de la Mancha repelieron efectivamente cada una de las andanadas de las fuerzas alemanas.
De hecho la historiografía posterior ha cuestionado siempre que, ante la disposición de Hitler de avanzar hacia el este de Europa, tanto Estados Unidos como Inglaterra se dilataran tanto tiempo como 3 años para abrir un segundo frente que desarrollarían en junio de 1944 con la invasión a Francia, cuando ya Rusia en mucho había resistido y derrotado (con el apoyo climático del invierno) a un ejército nazi que fue claudicando paulatinamente en su avance. Tanta fue la resistencia de ese pueblo que más de 27 millones de personas terminaron muertos en el proceso de derrota de una maquinaria bélica, formidable para la época, como la alemana.
Ahora, los factores occidentales encabezados por Donald Trump pretenden superponer la invasión a Francia como la verdadera causante de la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial , cuando en realidad ni el peso específico, ni sus características políticas, sociales, ni el campo de batalla les dan la razón. Stalingrado, Leningrado, Moscú y el avance del Ejército Rojo para liberar Berlín fueron los elementos claves para finalizar la Segunda Guerra Mundial y generar las bases del derecho internacional que crearon, entre otras instancias, la Organización de Naciones Unidas.
Con todos estos elementos podemos concluir que, 80 años después, la batalla sigue su paso ante quienes tratan de revivir el espanto nazi-fascista, mientras procuran reescribir la historia, despachando alegremente el aporte a la humanidad del pueblo ruso.
Nuestro deber es contribuir a evitarlo.