El fetichismo de la democracia burguesa y su «legalidad», que choca ─cada vez más abiertamente con la legitimidad de los derechos de los pueblos─, conduce a un comportamiento esquizofrénico. Lo vimos con Lula en Brasil, llevado de las estrellas a los harapos en el silencio de quienes celebraban la «moderación» de su programa de gobierno frente a los «populismos de izquierda», cuando la justicia lo arrastró al lodazal del lawfare. Y luego, celebrado nuevamente ahora que Biden ha “reconocido” a su gobierno, atacado por los imitadores de Trump.
Frente a la embajada de Brasil, en Italia, un grupo de personas se estacionan bajo la mirada de turistas curiosos. Esperan el regreso de la delegación de diputados que han subido a entregar, al embajador de Brasil, una carta de apoyo a Lula. En la plaza hay parlamentarios del Partido Demócrata, de la Izquierda Italiana, exponentes de la Refundación Comunista, asociaciones y movimientos de solidaridad. Una activista de los Sem Terra expresa repudio por el ataque, realizado en la víspera, el 5 de enero, por simpatizantes de Bolsonaro a las tres principales instituciones. ¡No al golpe en Brasil!. ¡No al fascismo! Todo el mundo parece estar de acuerdo, con alguna referencia a lo que está pasando en Italia, donde se votó a «un gobierno heredero de los fascistas»; cien años después de la Marcha sobre Roma.
En otra plaza romana, la del Esquilino; Un pequeño grupo de jóvenes de la comunidad peruana en el exterior despliega una pancarta: ¡No al golpe en Perú. Dina asesina. Libertad para Pedro Castillo! Aquí, para acompañar la iniciativa «autoorganizada», no hay diputados; tampoco estuvieron cuando la derecha golpista atacó instituciones venezolanas o, con el apoyo de Washington y vía Colombia, organizó un ataque con drones contra Nicolás Maduro. Por el contrario, como recordarán, hubo un gran revuelo para recibir al ─balbuceante-autoproclamado─ “presidente interino” de Venezuela, Juan Guaidó, y para darle espacio en los medios a su banda de ladrones.
Y ahora se intenta imponer este esquema también en Cuba, nuevamente con el apoyo de la Unión Europea del señor Borrell, que “acompaña” las actividades de los “gusanos” para darles reconocimiento desde el exterior. La extrema derecha cubana y la venezolana, fracasadas en La Habana y en Caracas, intentan aprovechar el espacio abierto por la derecha italiana, ahora en el gobierno. Desde el 26 al 29 enero, han organizado en Roma un foro europeo, hospedado por las instituciones italianas, definido como “un espacio de diálogo contra las dictaduras de Latinoamérica: Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia”.
Su propósito es volver a las constituciones existentes antes de las revoluciones: cubana, venezolana y nicaragüense; y borrar el Estado Plurinacional de Bolivia. Por supuesto, también hay miembros de la extrema derecha venezolana que acostumbran camuflarse para confundir los símbolos, y desviar los contenidos. Por un lado, cuando explican en su plataforma quiénes son, se definen como «derechistas». Pero luego, en el cartel de la convocatoria, utilizan la frase de un expresidente socialista italiano, Sandro Pertini, y al convocar al foro contra «la dictadura comunista» tienen el descaro de abrir con una frase de José Martí…
Esta vez, han provocado el repudio de las organizaciones de solidaridad con Cuba, que salieron a las calles durante los días del foro derechista: la “conferencia”. Sin embargo, los golpistas venezolanos, que se autodenominan pomposamente «exiliados políticos», ya han recibido apoyo «bipartidista» en varias ocasiones, tanto de la «izquierda»tradicional italiana y sus representantes en el Parlamento Europeo, como del centro-derecha. Y, Antonio Tajani, enfrentado en su momento por Darío Vivas, ahora es canciller.
El fetichismo de la democracia burguesa y su «legalidad», que choca ─cada vez más abiertamente con la legitimidad de los derechos de los pueblos─, conduce a un comportamiento esquizofrénico. Lo vimos con Lula en Brasil, llevado de las estrellas a los harapos en el silencio de quienes celebraban la «moderación» de su programa de gobierno frente a los «populismos de izquierda», cuando la justicia lo arrastró al lodazal del lawfare. Y luego, celebrado nuevamente ahora que Biden ha “reconocido” a su gobierno, atacado por los imitadores de Trump.
Algo similar sucedió también con Evo Morales: celebrado como «el primer presidente indígena» detrás del «milagro económico» de Bolivia, Morales fue acusado de un fraude inexistente; durante las elecciones de 2009 Janine Añez se autoproclamó, bendecida por la OEA de Luis Almagro que había desencadenado el golpe de Estado. De la misma manera, Almagro ha bendecido otra variante del “golpe institucional” en Perú, mientras la golpista Dina Boluarte, vicepresidenta de Pedro Castillo, sigue reprimiendo las protestas en medio de la indiferencia de las «democracias» occidentales. La Celac ha manifestado su apoyo al presidente legítimo encarcelado y ha condenado el golpe y la represión. Por el contrario, el Parlamento Europeo expresó «la esperanza de que el comportamiento impecable y responsable de las autoridades peruanas fortalezca la democracia en el Perú».
Lo “impecable” que fue este comportamiento, lo evidencian los más de 60 muertos, cientos de detenciones ilegales y manifestantes desarmados heridos que defendían su voto, desactivado por los constantes ataques contra el gobierno de Castillo. En una entrevista reciente, el abogado de Pedro Castillo, Wilfredo Robles, nos explicó las etapas del golpe y las trampas tendidas al líder rural, que representa a las poblaciones indígenas más pobres, que ahora también bajan a protestar en la capital.
Robles, quien estuvo 11 años en prisión, antes de ser absuelto del cargo de «terrorismo», explicó cómo el chantaje del «terruqueo» ─expresión acuñada por las fuerzas represivas para definir a la oposición contra la dictadura fujimorista─ es constantemente utilizado contra los nuevos movimientos oposicionistas. Este es el pensamiento de las grandes concentraciones mediáticas que, en América Latina, como en Europa, destruyen incómodas carreras políticas y construyen otras adecuadas a la continuidad del sistema dominante.
Mecanismos que también vemos operar en Italia, donde el chantaje del conflicto pasado pesa como un pedrusco sobre las nuevas generaciones; obligadas a distanciarse de la lucha de clases para no ser clasificadas como “terroristas”. Mientras tanto una observación general de los hechos, tanto a nivel europeo como internacional, muestra el crecimiento exponencial de las organizaciones de extrema derecha; favorecidas por el abandono de la «izquierda» y por el camuflage que históricamente caracteriza al fascismo.
El partido VOX, en España, está en el centro de la reconstrucción de una verdadera «internacional negra» que, con el apoyo de los partidos xenófobos europeos, se ha trasladado a América Latina, y tiene sus centros neurálgicos en los países donde lo creen necesario. Se pone en marcha un nuevo «Plan Cóndor» económico-financiero, pero también militar, contra los gobiernos socialistas o progresistas de la región: de Brasil a Colombia; de México a Perú; de Argentina a Bolivia; Y, por supuesto, a Cuba y Venezuela, un verdadero laboratorio de guerras de cuarta y quinta generación; pero también de la resistencia que se puede oponer y que puede ganar. Y eso también nos habla a nosotros, en Europa.
Primero, porque demuestra que es desde el fortalecimiento de las propias raíces anticoloniales y revolucionarias, y no desde su desarraigo, que se puede reconstruir una perspectiva de cambio radical para las clases populares, y de unidad en la diversidad. Vale la pena recordar que en Venezuela, como en Italia y Europa, después de la revolución cubana hubo una larga guerra de guerrillas que combatió a las «democracias disfrazadas» de la Cuarta República.
Allí, sin embargo, se hizo un balance histórico que revitalizó y no satanizó los intentos revolucionarios; transportando al presente aquellas instancias de cambio radical, cuyo espíritu connota la resistencia cotidiana al imperialismo. Una resistencia, y este es el otro elemento importante, organizada por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), que combina una amplia organización de masas con la acción consciente de una dirección política, orientada por la defensa de la memoria en su sentido anticapitalista, antiimperialista y antipatriarcal. Así se vio con motivo del aniversario del 23 de enero, fecha en que se conmemora el derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez por el pueblo organizado, en 1958.
El PSUV publicó la carta de Fabricio Ojeda de 30 de junio de 1962, cuando renunció como parlamentario para pasar a la lucha armada,. La situación económica del país petrolero, en 1958 y en años posteriores, la explican algunos libros fundamentales escritos por los marxistas Alí Rodríguez Araque o Salvador de la Plaza, coeditor de la ley de reforma agraria durante el gobierno de Rómulo Betancourt. Salvador señala la desproporción entre la producción de petróleo y el consumo interno, y que este recurso no renovable estaba controlado por grandes multinacionales que llevaban al exterior más del 40% del valor de las exportaciones, dificultando la posibilidad de un desarrollo autónomo del país.
En su carta de renuncia, tras la traición adeco-copeyana, Ojeda explicó que Venezuela necesitaba un cambio profundo para recuperar su perfil de nación soberana; para recuperar sus riquezas que estaban en manos del capital extranjero. Y dijo: “El 23 de enero, lo confieso de manera autocrítica creadora, nada ocurrió en Venezuela, a no ser el simple cambio de unos hombres por otros al frente de los destinos públicos”. Como clave para entender la importancia de esa fecha histórica y lo que siguió, el PSUV ha publicado algunas frases de balance, tanto del Comandante Chávez como del Presidente Maduro, que muestran la continuidad con aquellas luchas.
En todas las latitudes, la batalla por la memoria histórica es una herramienta fundamental para la reconstrucción de una alternativa al capitalismo; aún en el presente. La burguesía lo sabe, y por eso despliega grandes medios para destruir, desacreditar o tergiversar el resultado de las victorias o de las derrotas de intentos revolucionarios anteriores. En esto tienen el juego fácil los países capitalistas, donde el abandono de la izquierda tradicional ha abierto el camino a un verdadero cortocircuito político y simbólico, destinado a confundir y, por tanto, impedir el despertar y posicionamiento de nuevos movimientos populares frente a un enemigo común.
Que Maduro, en Europa, sea considerado “un dictador”, mientras que el payaso Zelensky se ha convertido en el nuevo héroe de los programas de televisión, como antes lo era el ladrón farfullante, autoproclamado “presidente interino” de Venezuela; tiene mucho que ver con la imposición ─por los vencedores─ de una memoria domesticada que se afianzó, sobre todo después de la caída de la Unión Soviética, pero también ─en lo que respecta a Italia─ después de la derrota del intento revolucionario que se hizo, contra la izquierda del Partido Comunista más fuerte de Europa, que ya había reconocido a la OTAN en 1973, durante los años 70 del siglo pasado.
Una estrategia de contaminación simbólica que también se intenta trasladar a América Latina. Así, en Venezuela, incluso este 23 de enero, algunos sicarios de la opinión incluso pretendieron recuperar la figura del dictador, para restarle importancia a la insurrección popular, y a la revolución bolivariana, que ha tomado el relevo.
Un tercer mensaje fundamental, que proviene de la revolución bolivariana, se refiere a la necesidad de equipar a la subjetividad revolucionaria con respecto a los costos a pagar para no terminar como la Grecia de Tsipras, que sucumbió al chantaje del Fondo Monetario Internacional, a pesar del consenso popular que tenía. También es importante remarcar la importancia que representa hoy ser parte del grupo de países antiimperialistas que marchan hacia la construcción de un mundo multicéntrico y multipolar, tras la desaparición del campo socialista.
Costos que exigen la movilización consciente y constante de las masas organizadas; para resistir la imposición de medidas coercitivas unilaterales, que asfixian al país en todos sus niveles. Bombas silenciosas que consideran el sufrimiento del pueblo como un «daño colateral» necesario; para lograr el llamado «cambio de régimen». El secuestro y deportación del diplomático venezolano Alex Saab, quien intentó romper el cerco a Venezuela importando alimentos y medicinas a riesgo de su seguridad, es un ejemplo. Estados Unidos ha actuado violando la Convención de Viena y todos los derechos humanos, esos que ondean como bandera para motivar los peores abusos. Y la Unión Europea de los banqueros y de los grandes dueños ha seguido, como siempre, detrás del gendarme occidental.