Hace casi 30 años, cuando empezaban las grandes cadenas trasnacionales televisivas a inundar el mundo con sus mensajes e imágenes, jugando el rol que les tocó jugar, me encontraba, muy de mañana, con mi pequeño hijo, viendo una transmisión, en vivo, de acciones bélicas en Palestina.
La escena era dramática, veía un padre palestino con su hijo en brazos. El padre desesperaba porque el niño había sido alcanzado por una bala y requería llevarlo a un hospital. Imposible no ponerse en el lugar de aquel padre. Imposible no sentir su dolor. La vida del pequeño se le escapaba, segundo a segundo. Había fuego cruzado en plenas calles y él no tenía como poder llevarlo. Dar un paso más allá de donde él se encontraba guarnecido, era un suicidio.
Fuego cruzado entre dos bandos, decían. El asunto es que yo veía sólo soldados israelíes disparando. Disparando a enemigos imaginarios, pensaba yo, porque, de verdad, nunca vi contra quienes combatían.
Quienes transmitían las imágenes, quienes transmitían lo que ocurría, hablaban de una primicia. ¡En exclusiva, para ustedes, los combates en las calles de Palestina! Claro, no contextualizaban lo que ocurría, pero, bueno, para ellos, eso no importaba, no importa hasta hoy.
De pronto se llevaron las imágenes de la pantalla. Un desesperado reportero, después convertido en experto en temas del Medio Oriente, con una visión bastante parcializada del tema, repetía aquella monserga de que el Estado de Israel luchaba por su supervivencia, que tenía derecho a defenderse de los terroristas. Por cierto, el reportero, hoy “gurù”, tiene apellido judío, es judío.
Pero, volviendo a lo anterior, ¿por qué se llevaron la transmisión del aire y salió el periodista judío con su perorata?
Porque se dieron cuenta, que pese a todo lo que podían decir, la solidaridad de todos quienes veíamos las imágenes era con ese hombre desesperado, con ese padre palestino.
Porque se dieron cuenta que el relato de árabes salvajes asesinando inocentes, se caía. Aquí veíamos todo lo contrario. Veíamos al ejército israelí masacrando civiles inocentes. La gente cuestionaba el relato israelí, el relato “oficial” de Occidente. Y ese es el gran temor de ellos, que la gente sepa la verdad, el verse descubiertos.
Una de las grandes frases atribuidas a Simón Bolívar, y que más o menos han repetido otros personajes a lo largo de la historia, dice que: Nos han dominado más por la ignorancia que por la espada.
Y es cierto. En el siglo 20, desde tiempos de Sigmund Freud, con su psicoanálisis, que elevó el estudio de la mente humana, con su sobrino Edward Bernays, el autor de “Propaganda”, la «biblia» de los supremacistas en Estados Unidos y sus acólitos, se perfeccionaron métodos para manejar la opinión pública, el manejo de las mentes.
Con el desarrollo de las tecnologías, de los medios para difundir mensajes, contenidos como les gusta decir ahora, ven en ese campo un ámbito donde dar las más fieras batallas.
Y eso podemos palparlo en un hecho concreto, verificable. ¿Cómo es posible que aún hoy, en países donde tanto se ha avanzado para desmontar falsedades difundidas por las grandes corporaciones mediáticas, haya personas bien intencionadas justificando la masacre del Estado Israelí en Palestina?
¿Cómo puede ser que aquí, en Venezuela por ejemplo, haya marchas para apoyar los asesinatos de Israel, porque supuestamente ellos son el pueblo elegido por Dios?
Difícil de digerir, pero es la realidad.
El uso de la religión como arma de colonización, aún pervive. Hace poco conmemoramos el Día de la Resistencia y la Descolonización, mucho se habló de ello.
Pero, inclusive, sin ser experto en teología o religiones comparadas, una lectura rápida de la historia nos dice que quienes manejan el Estado Israelì, sus predecesores, no eran afectos a Jesucristo. Pero ese es otro tema, lo que nos importa aquí es ver como se manipula a la gente, como se hace ver a los verdugos como víctimas, a los iguales como enemigos, como distantes.
Porque esa masacre contra los palestinos, va más allá de si la acción de Hamas desencadenó esta reacción injustificable contra civiles.
Porque, además, en ese relato, en que se apela a la religiosidad de muchos, se obvia que Palestina viene siendo saqueada, despojada, arrinconada, desde 1948. Se obvia que sus habitantes han visto como asesinan a sus paisanos, como vejan a sus mujeres, como se les quiere eliminar de la faz de la tierra.
No en vano los israelíes se ceban con las jóvenes en edad de parir, con las mujeres gestantes. No quieren que haya descendencia palestina.
Todo eso ya es inocultable. Ya hay evidencias. Cosa curiosa, a las elites israelíes no parece importarles. Sus perversas intenciones las hacen públicas, las vociferan.
Su arrogancia es insultante. ¿Será que de verdad se sienten los líderes del pueblo elegido? Quizá, más pragmáticos y actuales, sientan que el Dios de estos días, Estados Unidos, los protege y les da licencia para matar.
Allí hay otra arista. En estos momentos, en que emerge un nuevo orden mundial, en el que las grandes potencias regionales del Medio Oriente, Irán y Arabia Saudita, junto a otros grandes exportadores de hidrocarburos viran hacia China y Rusia, donde es insostenible para Estados Unidos su posición hegemónica en esa zona, el rol de Israel va perdiendo la importancia que tenía.
El perro guardián en una zona que ya no tienen dominio, no es tan relevante. De hecho, en los últimos meses hubo desencuentros entre la administración Biden y Netanyahu por las modificaciones del poder judicial que el ultraderechista pretende en Israel. Claro, no es que Washington se deslastre de una vez de Tel Aviv. Eso no lo veremos, hay muchos lobbies pro judíos en Estados Unidos y muchos intereses perviven, pero las prioridades de la Casa Blanca parecen mudar al Indo-Pacífico, al AUKUS.
Pero, retomando, esa intención de Netanyahu con el poder judicial provocó masivas manifestaciones de rechazo, hay quienes vieron peligrar la estabilidad del primer ministro. Como suele ocurrir, este enfrentamiento de los últimos días “revitalizó” a Netanyahu. Por lo menos a nivel interno.
El gran problema que debe afrontar, junto a sus patrocinadores externos, es como compaginar el relato, la narrativa occidental, con los hechos, con la realidad.
Porque la gente ya no acepta aquel chantaje que tanto les funcionaba antiguamente, aquello de que cuando cuestionaban la brutalidad del Estado de Israel se acusaba a los cuestionadores de antisemitas, de Nazis. Hoy la gente, sobre todo reiteramos, porque la narrativa hegemónica ya está siendo rebasada, no cae en eso.
¿Una prueba? Los últimos días hemos visto como miles de ciudadanos en Estados Unidos, Europa, el Medio Oriente, América Latina, han salido a protestar contra el genocidio que el Estado de Israel, los gobernantes, llevan a cabo en Palestina.
Van perdiendo la hegemonía, los pueblos reaccionan. No solo los pueblos, algunos factores de poder también, que van haciendo cálculos de como acomodarse en las nuevas circunstancias.
Es más, ellos mismos muestran sus temores, muestran las nuevas realidades. Lo confiesan. ¿Otra muestra?
Veamos. Laura Richardson, jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, dijo, durante una entrevista con uno de los laboratorios de ideas norteamericanos, que los medios Sputnik Mundo, Russia Today (RT) y el canal latinoamericano Telesur “no practican el periodismo de justificación o verificación, difunden desinformación y socavan las democracias en todo el hemisferio”.
“En América Latina tenemos más de 31 millones de seguidores con Sputnik Mundo, RT en Español y Telesur. No practican el periodismo de justificación o de verificación. Difunden desinformación. Socavan las democracias en todo el hemisferio, y tenemos que hacer algo mejor que eso. Debemos hacer algo en la región que sea muy específico, que promulgue las democracias y cómo las democracias benefician a la gente”, insistió.
Como era de esperarse, el comentario cayó muy mal en Amèrica Latina, en Euroasia. Se produjeron enérgicas reacciones, inclusive de la cancillería venezolana, porque, viniendo de quien viene, esa observación, en la práctica, es una amenaza.
Pero, yo prefiero verlo desde otra perspectiva. Desde la señalada antes. Richardason sintió el golpe, el impacto, de lo que, desde la lucha ideológica, cultural, mediática, esos y otros medios, le están causando. Lo está reconociendo.
Su hegemonía se resquebraja en el plano político, económico, y, sobre todo, que es lo que nos ocupa, desde el punto de vista de la narrativa.
Ya hay otros relatos, otras realidades, que la gente está viendo, está aceptando.
El supremacismo va siendo aislado. Quienes lo promueven, lo ejecutan, son rechazados en sus mismos lugares de origen. Si no, ¿cómo explicamos las luchas internas en Estados Unidos, en Israel? Para muchos es inconcebible, desconocen, que en Israel exista un Partido Comunista, comunistas que rechazan el genocidio en Palestina, comunistas que son perseguidos brutalmente en Israel.
En Estados Unidos las tensiones sociales, raciales, van en aumento. Igual la segregación, la barbarie, el oscurantismo.
No sólo en esos dos países, también en Europa.
Aunque parezca contradictorio, tanta tecnología, tanta información y mensajes en medios, redes, internet; nos está llevando a otra forma de oscurantismo. No al oscurantismo de la llamada Edad Media, según los europeos, donde se ocultaban libros, papiros, no.
Aquí nos quieren llevar al oscurantismo por aturdimiento. Te bombardean de mensajes, de imágenes, que dejan poco espacio para pensar, para reflexionar.
Eso ocurre allá, en Occidente, en el llamado primer mundo. Por aquí, en el Sur, luchamos, y pienso que lo vamos consiguiendo, por mantener el espacio para el pensamiento crítico, para mantener la sensibilidad, para mantener la humanidad.
Ese es el reto, que sea humana la humanidad.
Se avanza. Hace casi 30 años vi junto a mí, entonces pequeño hijo, como moría poco a poco un niño palestino, lo abracé, temiendo que se le fuera la existencia como a aquel pequeño.
Hoy aún puedo abrazarlo, pero aquel padre no lo hizo más. Pero miles de padres y madres palestinos no lo volvieron a hacer. No lo volverán a hacer. Pero creo que, en medio de ese dolor, de esa tragedia, crece la solidaridad con Palestina. Hay reacciones como la de Qatar, que amenazó con cortar el suministro de gas a Occidente si continúan los bombardeos en Palestina. De valientes ciudadanos egipcios que, sin importar las amenazas israelíes, llevaran alimentos, agua y medicina a los hermanos palestinos.
La cosa es menos dramática porque la unipolaridad se extingue y otras potencias, globales y regionales, ya cuestionan este genocidio, tan igual o peor que el holocausto en la Segunda Guerra Mundial.
Porque hay otros medios que ya calan en la opinión pública de Occidente y hacen que los europeos, norteamericanos, no acompañen a sus dirigentes en todas esas aventuras que eliminan vidas, que dañan culturas.
La confesión de Richardson es elocuente.