Crece descontento popular
El fantasma de la recesión y tambores de guerra nuclear, avance de la extrema derecha, las dificultades para responder a la crisis energética, los precios disparados, hipotecas al alza, en suma, el impacto de la guerra, que va para largo, “ya está poniendo en jaque a los grandes gobiernos europeos”.
Eduardo Cornejo De Acosta
La Vieja Europa arde. Miles de ciudadanos marchan en todos sus países exigiendo mejoras salariales, controlar la inflación, el desabastecimiento, marchan contra la genuflexión de sus dirigentes respecto a Washington.
Ellos, para intentar distraer la atención, juegan a la rusofobia, inventan sanciones contra otros países. Pero parece que ya no les alcanza.
El domingo 16 de octubre, miles de franceses marcharon en París reclamando por el alza de los precios, el desabastecimiento que no se detiene, por los menoscabados salarios.
Aquella jornada, la policía gala reprimió con inusitada energía a los participantes. Sebastien LaPierre, militante de la Francia Insumisa, decía: “cómo quiere que haya justicia social si la empresa petrolera Total Energies repartió 10 mil millones de euros de sus beneficios entre sus accionistas y rehúsa dar el 10% de aumento que le reclama el personal que, al final, harto de sordera, llamó a la huelga y bloqueó las refinerías. No hay justicia. La única forma de conseguirla es que la izquierda reinvente la acción callejera que dejó en manos de la derecha”.
Jean-Luc Mélenchon, al que muchos llaman el “Chávez Galo”, también marchó ese domingo, y pronosticó que es el comienzo de una nueva era, el primer día de “un ciclo nunca visto en nuestro país…Hoy estamos dibujando la construcción de un nuevo frente popular que, llegado el momento, ejercerá el poder en el país”.
Ese día, reitero, hubo una brutal represión, aunque para la corporatocracia mediática mundial eso no existió, y en las plataformas digitales, las llamadas redes sociales, se produjo una sutil censura.
Al día siguiente, el 17, quienes manejan la Unión Europea decidieron “intervenir” ante el accionar de la policía iraní que controlaba manifestaciones por la muerte de Mahsa Amini, una joven kurda de 22 años. Por cierto, el gobierno persa difundió una versión de los hechos, pero la censura de la corporatocracia impide a sus ciudadanos conocer esa cara de la historia.
Actuando como inquisidores del presente milenio, los ministros de Exteriores del bloque adoptaron una serie de sanciones contra dirigentes e instituciones iraníes.
Sin embargo, nada dijeron el 19 de octubre, cuando la policía francesa reprimió marchas en toda Francia, donde miles de ciudadanos volvieron a exigir incrementos salariales, donde trabajadores petroleros, ferroviarios, trabajadores de la salud, de educación, estudiantes, se manifestaron contra las políticas sociales y económicas que desmejoran ostensiblemente su calidad de vida, que liquida sus esperanzas de una vida decorosa, que los ponen a pasar hambre.
Los trabajadores se han quejado de que el gobierno de Macron no respeta el derecho a la huelga, sobre todo de los petroleros y ferroviarios. Pero, ¿el derecho a huelga no está consagrado en las constituciones de occidente? ¿No lo contempla la legislación de la UE?
Entonces, bajo esos criterios, ¿no debería sancionarse al gobierno francés, como lo hacen con el iraní?
Lo mismo ocurre en Inglaterra, Italia, Alemania, República Checa, Portugal, España, en fin, en todos los países que integran la Unión Europea. En todos hay descontento, marchas, represión, violación de derechos humanos.
Todo tiene un origen común, el alineamiento insensato con Estados Unidos en su guerra proxy contra Rusia, para la que usaron en primera línea, para que ponga los muertos, a Ucrania, pero que también usa a la UE para que ponga los hambrientos, para que al dejar de lado el gas ruso deteriore sus industrias, incremente su inflación.
Claro, Estados Unidos les vende gas licuado al triple del precio, que ya es trágico. Además, Europa no tiene la infraestructura adecuada para almacenar el gas licuado que le envían los norteamericanos. Pero, en todo caso, ese no es problema de ellos.
El pueblo europeo, pese a lo manipulado que está, se da cuenta, reacciona, por ello sus gobiernos están en aprietos. Los europeos quieren salir de sus gobiernos, quieren salir del yugo norteamericano, incluyendo sus bases militares.
Eso sí, las grandes corporaciones no se afectan. De hecho, gigantes automotrices europeos, Volkswagen, BMW, por ejemplo, ya reorientan sus inversiones hacia Estados Unidos, donde el gobierno norteamericano les está dando atractivas facilidades y combustible mucho más barato.
Igual, la gigante Bayer también muda sus intereses al país del ratón y las hamburguesas. Lo que dejen de percibir los europeos por impuestos con esas decisiones, los miles de desempleados que dejen, no les importa.
Mientras los franceses marchaban, Andrés Gil, del portal el Diario. es, decía que “Reino Unido está sumido en una crisis sin fin, hasta tal punto que los medios sensacionalistas bromean sobre si Liz Truss, la primera ministra que se apresuró a desalojar a Boris Johnson —después de que este hiciera lo propio con Theresa May— va a durar en Downing Street más tiempo que lo que dura fresca una lechuga… Cuatro años después, las movilizaciones vuelven a las calles en Francia, donde no suelen parar hasta que sus promotores consiguen algo. Y suelen conseguirlo…”
El articulista menciona que el fantasma de la recesión y tambores de guerra nuclear, avance de la extrema derecha, las dificultades para responder a la crisis energética, los precios disparados, hipotecas al alza, en suma, el impacto de la guerra, que va para largo, “ya está poniendo en jaque a los grandes gobiernos europeos”.
Para quienes rigen los destinos de la Vieja Europa esto parece no importar, prefieren distraer la opinión pública con la rusofobia, sanciones a Irán, con novelar el conflicto en Ucrania, o entretener a su población con fútbol, sin embargo, el hambre los sofoca y los estallidos son inevitables.