A esa rebelión popular le falta pueblo
Algunos dirigentes opositores se han atrevido a exponer sus criterios acerca de las causas del estrepitoso fracaso del plan ¡Esto se acabó!, que iba a tener su punto culminante el jueves 09 de enero. Uno de ellos, Pedro Pablo Guanipa, admitió que las expectativas se esfumaron debido a la baja asistencia de manifestantes, y a que no hubo pronunciamientos a favor de la conspiración en los cuarteles.
Es un análisis muy incompleto y una falsa autocrítica, porque no reconoce la responsabilidad del liderazgo en ese fracaso. Pero, al menos hemos visto a una de las figuras políticas de la derecha extrema admitir que a esa rebelión popular (con la que sueñan las fuerzas reaccionarias desde hace mucho tiempo) le falta pueblo.
El ala pirómana de la oposición no ha querido entender hasta ahora, que su caudal consolidado de votantes (que alcanzó una muy alta cota el 28 de julio), no es una masa dispuesta a asumir las aventuras violentas de María Corina Machado y su combo. Pretendieron que la ciudadanía que concurrió a las elecciones presidenciales, y sufragó por el candidato opositor, estaba esperando apenas que la señora Machado chasqueara los dedos para salir a protagonizar protestas potencialmente violentas. Pero eso sólo pasó en las mentes afiebradas de una dirigencia obsesionada.
A esa insurrección militar le faltan militares
El otro aspecto señalado por Guanipa es la falta de respaldo de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) a las maquinaciones inconstitucionales de la ultraderecha. El dirigente antichavista da a entender que tenían gente comprometida para una insurrección que impidiera la juramentación del presidente reelecto, Nicolás Maduro, pero que, a la hora crucial, esos cuadros castrenses se echaron para atrás.
No es la primera vez que este segmento opositor confiesa que se ha quedado esperando un alzamiento militar. Eso mismo dijeron Leopoldo López y Juan Guaidó en 2019, tras el fiasco de los Plátanos Verdes.
En verdad, los líderes radicales de la oposición han hecho muy poco para ganarse la simpatía de los y las integrantes del sector militar, pues a lo largo de un cuarto de siglo no han tenido para la FANB más que faltas de respeto, ataques basados en generalizaciones, denuncias irresponsables, solicitud de sanciones personales contra altos oficiales y amenazas de represalias que habrían de producirse luego de un cambio de gobierno.
Es natural que en el seno de la institución armada exista una correlación de fuerzas políticas similar a la del país civil. Pero eso no significa que los oficiales y soldados con ideas opositoras estén dispuestos a ponerse bajo las órdenes de gente que los desprecia y odia.
A ese discurso mediático de crisis le falta crisis
Un componente medular de la estrategia de la ultraderecha para subvertir el orden constitucional ha sido siempre la maquinaria comunicacional. En 2002, el golpe contra el comandante Hugo Chávez fue fundamentalmente mediático. En los tiempos actuales, los periódicos, radios y televisoras locales ya no tienen la fuerza de entonces, pero los sustituyen los medios internacionales y las redes sociales.
Hacia el exterior, el discurso mediático se afinca en la existencia de un régimen dictatorial y una crisis política, social y militar tan grave que el país va a estallar de un momento a otro; pero esa versión de la realidad nacional no cala en lo interno, salvo en un pequeño segmento de gente intoxicada por años y años de campañas propagandísticas.
Para que ese discurso pegue dentro del país se necesita el combustible de una crisis política que no es tal y de una crisis social y económica que llegó a extremos en años pasados (por la guerra económica, las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo), pero que hoy por hoy se encuentra muy atenuada.
El plan del 9-E era justamente mostrar al menos algunos trazos de esas crisis: política, militar, social y económica; de ese país en llamas, para reforzar sus matrices de opinión. Pero les faltó el combustible de la crisis real.
Conclusión: a esa masa votante le falta liderazgo
La conclusión que puede sacarse de ese patético fracaso y de los suaves golpes de pecho de Guanipa es que a la masa opositora, que votó de forma contundente en julio, le hace falta un liderazgo serio y responsable que interprete adecuadamente sus inquietudes y angustias; y no pretenda llevarla de nuevo a despeñaderos por los que ya ese sector del electorado ha caído varias veces.
Con dirigentes capaces de escuchar a su militancia, la oposición podría volver a las calles, en onda pacífica y democrática. Y un liderazgo con esas características podría recuperar el respeto y la buena disposición del estamento militar, no para enredarlo en aventuras y atajos, sino para dialogar y debatir sobre temas de gran trascendía nacional.
La derrota de este enero de 2025 luce como una oportunidad muy especial para que el significativo sector opositor nacional revise muy concienzudamente quiénes han sido hasta ahora sus líderes y quiénes merecen seguir siéndolo. Es, para esa parte del país político, un asunto existencial.