Una conducta que amerita un análisis más reposado
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Víctimas de una constante operación imperial
Una parte del liderazgo de la oposición venezolana y también cierta porción importante de la militancia, sufren de un lacayismo pernicioso, y al parecer, incurable.
La enfermedad tiene como síntomas una abominación de la nacionalidad y de la patria. Han asumido que en el mundo existen pueblos superiores, a cuyas órdenes es necesario subordinarse.
Aunque indigna ver a connacionales (y a otros latinoamericanos) en esa onda; es pertinente entender que se trata del producto de una operación sostenida del imperialismo en todos los niveles de la vida de nuestras sociedades. Durante más de un siglo de hegemonía política, económica y cultural, han conseguido que los individuos de la periferia quieran estar sometidos, rechacen cualquier movimiento de liberación y trabajen para restablecer el statu quo neocolonial; cuando llega al poder un gobierno con algún sentido de soberanía y autodeterminación.
Los lacayos extremos ruegan porque Estados Unidos intervenga en asuntos de política interna; y aplauden las bravatas de los funcionarios del país norteamericano. Les parece legítimo que una empresa de Estados Unidos explote petróleo en una zona marítima no delimitada con Guyana. En momentos críticos, en la etapa más cruda del bloqueo, ovacionaron que buques militares de Estados Unidos hostigaran a las embarcaciones mercantes que traían gasolina, insumos industriales, comida y medicinas al país.
En estos últimos días, el lacayismo agudo ha dado más muestras de lo profundo que está sembrado en los sectores medios y populares opositores: les parece muy bien que Washington vuelva a la vieja práctica de amenazar y dar ultimátum para que se haga su voluntad o nos atengamos a las consecuencias.
Intereses personales y grupales
Cuando se estudia el lacayismo de los líderes, queda claro que, como aliados internos del poder imperial, son o pretenden ser socios de negocios de las grandes corporaciones que, en rigor, mueven los hilos del neocolonialismo. Algunos saben que no pueden llegar al nivel de socios y se conforman con ser subalternos o criados.
Ciertos dirigentes que aceptan desempeñar ese rol injerencista y operar así contra su propia nación, son empleados directos (inscritos en las nóminas) de las empresas colonialistas o del gobierno de la potencia donde están sus casas matrices. Entonces, deben demostrar su fidelidad al patrono o al amo, por encima de la lealtad al país y al pueblo del que son parte.
Otros de los que desempeñan actividades antinacionales; son individuos con rabo de paja. Tienen deudas pendientes con las potencias del norte por los favores económicos y políticos recibidos o porque los extorsionan con algún expediente criminal.
En otros tiempos, los políticos pitiyanquis guardaban ciertas apariencias. Hoy no lo consideran necesario. Por el contrario, parece que mientras más obscena sea la entrega, mejor les va. Así vemos que, algunos personajes van a presentar sus planes de gobierno ante entidades de Estados Unidos; o apreciamos la manera en que ciertos presidentes latinoamericanos solicitan la ayuda imperial para ejercer la autoridad interna que el pueblo les otorgó.
Un mecanismo de enriquecimiento
La historia reciente de Venezuela evidencia que el lacayismo más arrastrado es una vía para formar parte de un mecanismo para enriquecerse rápidamente, mediante la expoliación de los recursos nacionales, incluso cuando no se ha logrado acceder al poder legítimo.
Estos “líderes” se ponen incondicionalmente a las órdenes de las élites estadounidenses, facilitan el robo de activos, el saqueo de recursos naturales o el asalto al poder para los famosos “cambios de régimen” y, en contraprestación, les dejan una parte del botín.
De ese modo, sujetos que, como mucho, se ubicaban en la clase media, pasaron a ser multimillonarios, con una vida de superestrellas de cine o de magnates globales.
El lacayo pobre: peligro mayor
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El riesgo más potente no es el de los desprestigiados líderes, sino el de los adoctrinados comunes y corrientes. Se trata de personas que han sido condicionadas a pensar que para los países empobrecidos es mejor seguir haciendo lo que ordenen en el polo de poder.
Son masas importantes de lacayos pobres, de esclavos felices de serlo o conformes con su condición. Ya se ha dicho mucho que el pobre de derecha es el invento más importante del capitalismo y una expresión extrema es el lacayo que sufre las peores privaciones causadas por el saqueo de los bienes de su país, las medidas coercitivas y el bloqueo, pero sigue apoyando al imperio y a los líderes que están a su servicio.
En algunos casos no se trata de gente que está a favor de las élites hegemónicas por convicción ideológica, sino por cansancio y pragmatismo. En ese rango se encuentran los que dicen que es más conveniente complacer a los gringos que empeñarse en llevarles la contraria y sufrir por ello toda clase de horrores. Con el peso de este tipo de opiniones, Estados Unidos ha conseguido muchas veces sus propósitos. Nicaragua lo aprendió de una manera muy dura.
Hay que estudiar a fondo esta gama de comportamientos y calibrar la penetración que tiene en el escenario actual. Entender esto y encontrar las respuestas parece ser un asunto prioritario.