Para el diccionario de la Real Academia Española la palabra ardimiento tiene dos acepciones, “acción y efecto de arder o arderse” y “valor, intrepidez, denuedo”. El poeta madrileño Lope de Vega, le dice a “Lucinda, yo me siento arder, y sigo el sol que deste incendio causa el daño”. Otro poeta madrileño, Francisco de Quevedo, escribe: ¿no ves, piramidal y sin sosiego, en esta vela arder inquieta llama, y cuán pequeño soplo la derrama en cadáver de luz, en humo ciego? ¿no ves, sonoro y animoso, el fuego arder voraz en una y otra rama, a quien, ya poderoso, el soplo inflama que a la centella dio la muerte luego? El poeta salmantino Diego de Torres Villarroel dedica un poema a Juan Domingo de Haro y Guzmán: “al honor, al aplauso, al ardimiento, a la piedad, al culto y a la gloria tocar no pudo tu furor violento”. El poeta gallego Ramón María del Valle Inclán: “¡adiós ilusiones! ya logran mis años las quietas razones de los desengaños. Perecen las glorias, se apagan los días, quedan por memorias las cenizas frías. De aquel ardimiento ni aun ceniza queda, se la lleva el viento, viento y polvareda”. El poeta mexicano Francisco Sosa Escalante nos dice: “¡Fue el amor, fue el amor! el sentimiento que enciende el corazón en llama pura, el primero en hablarte con ternura de la gloria, provocando tu ardimiento”. El poeta trujillano José Ramón Heredia nos dice: “del bolsillo saco mi pañuelo que es un instante ala, blanca señal de paz o suelta flor de ágil perfume, y lo acerco a mi frente y limpio mi sudor de ardiente vida, ardiendo”.
En 1931, Andrés Eloy Blanco está preso en el castillo de Puerto Cabello, allí escribe Barco de Piedra. A este poemario pertenece el poema Los Hombres: “Venezuela está ciega y necesita sol. Y las novias han dado sus miradas. Venezuela está insomne y necesita noche. Y las madres han dado su última trenza negra. Venezuela está exhausta y necesita lecho. Y las hermanas dieron sus pequeños regazos. Venezuela está ardiendo y necesita agua. Y las viudas han dado sus heridas mojadas. Venezuela está muda y necesita voz. Y los hijos marcharon con la voz de los grillos. Venezuela está inmóvil y necesita andar. Y los muertos han dado su largo hueso en marcha. Venezuela ha llamado a sus hombres. Y ellos iban de espaldas, amarillos de fuga”.
El poeta barinés Alberto Arvelo Torrealba en su poema Por aquí pasó nos habla de la epopeya de Bolívar, uno de los favoritos de Chávez, lo declamaba como pocos, quizás porque hacía una simbiosis con el Libertador a quien se imagina viéndolo por los llanos barineses: “Por aquí pasó, compadre, hacia aquellos montes lejos. Por aquí vestida de humo la brisa que cruzó ardiendo fue silbo de tierra libre entre su manta y sus sueños. Mírele el rastro en la paja, míreselo, compañero, como las claras garúas en el terronal reseco, como en las mesas el pozo, como en el caño el lucero, como la garza en el junco, como la tarde en los vuelos, como el verde en el quemado, como en el banco el incendio, como el rejón en la carga, como la gaza en el rejo, como el cocuyo en el aire, como la luna en el médano, como el potro en el Escudo y el tricolor en el cielo. Por aquí pasó, compadre, hacia aquellos montes lejos. Aquí va su estampa sola; grave perfil aguileño, arzón de cuero tostado, tordillo de bravo pecho. De bandera va su capa, su caballo de puntero, baquiano, volando rumbos, artista, labrando pueblos, hombre, retoñando patrias, picando glorias, tropero. Oígale la voz perdida; sobre el resol de los médanos, la voz del grito más hondo oígasela, compañero, como el son de las guaruras cuando pasan los arrieros, como la brisa en la palma, como el águila en el ceibo, como el trueno en las lejuras, como el cuatro en el alero, como el eco en las tonadas, como el compás en el remo, como el tiro en el asalto, como el toro en el rodeo, como el relincho en el alba, como el casco en el estero, como la pena en la canta, como el gallo en el silencio, como el grito del Catire en las Queseras del Medio, como la Patria en el Himno, como el clarín en el Viento. Por aquí pasó, compadre, dolido, gallardo, eterno. El sol de la tarde estira su perfil sobre el desierto”.
En el año 2014, Monte Ávila Editores Latinoamericana publicó el libro Las hojas y las palabras de Luis Alberto Crespo. Acá el poeta caroreño nos habla en “El Capitán sin nombre”, sobre sus vivencias en la población de Elorza el 19 de marzo de 1986 cuando estando con José León Tapia, Luis García y Nelson Montiel, conoció al presidente Chávez: “Era la primera vez que un oficial de la Armada hablaba como cualquiera de nosotros. José León, ese hombre va echar una vaina en este país. Una mañana después, un 4 de febrero, estaba de nuevo allí mi Capitán de entonces, frente a sí mismo, dolido pero altivo, la misma mirada aquella del 19 de marzo en la plaza de Elorza, nunca destruido, nunca derrotado. De aquel 4 de febrero proviene su ardimiento”.
El 7 de diciembre de 2012 el presidente Hugo Chávez llega a Venezuela procedente de La Habana. En el aeropuerto internacional de Maiquetía es entrevistado y habla de sus tertulias con Fidel sobre el ardimiento. Recuerda este término en poetas como Andrés Eloy Blanco, Alberto Arvelo Torrealba, Luis Alberto Crespo.
Chávez amplía y esparce el poema Y la cabeza comenzó a arder de la poeta argentina Alfonsina Storni. Para el comandante barinés, el ardimiento es el proceso interior que comienza con la chispa que enciende alma y conciencia hasta convertirla en llamarada que lleva a la persona a luchar para que la utopía sea posible.
El 8 de diciembre de 2013, en el palacio de Miraflores, le habló al pueblo entre Diosdado Cabello y Nicolás Maduro: “mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que —en ese escenario que obligaría a convocar como manda la Constitución de nuevo a elecciones presidenciales— ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón”.
Después nos alertó: “No faltarán los que traten de aprovechar coyunturas difíciles para, bueno, mantener ese empeño de la restauración del capitalismo, del neoliberalismo, para acabar con la Patria. No, no podrán, ante esta circunstancia de nuevas dificultades -del tamaño que fueren- la respuesta de todos y de todas los patriotas, los revolucionarios, los que sentimos a la Patria hasta en las vísceras como diría Augusto Mijares, es unidad, lucha, batalla y victoria”.
Y finalizó diciendo: “Hoy tenemos la Patria más viva que nunca, ardiendo en llama sagrada, en fuego sagrado. Sólo me resta decirles, con las buenas noches a las diez y diez minutos de esta noche del sábado ¡Hasta la victoria siempre!”.