Por Federico Ruiz Tirado
Una madrugada de comienzo de marzo del 2004, recibo una llamada de nuestro querido Alí Rodríguez cuando estaba de canciller de Hugo Chávez y yo lo acompañaba en su desempeño.
Nos veíamos poco. A veces me pedía redactar desde notas de duelo diplomáticas hasta salutaciones de Chávez a príncipes, rectores de universidades desconocidas y presidentes electos: Rodríguez Zapatero fue uno. Esa historia, algunos pormenores graciosos e interesantes, los destacaré sucintamente, aunque bastaría con señalar que le entregué dos borradores de carta: uno muy al modo protocolar y otro tal como si fuera una transcripción de un Aló Presidente: diecisiete cuartillas.
Alí se mostró sorprendido y me dijo en broma, «esto es una jodedera, Federico. ¿Cómo se te ocurre que vaya a darle este mamotreto a Hugo?»
—Entrégale las dos— le respondí con voz grave y mirada pícara.
Así transcurrió una semana. Nuestra comunicación era prisionera de esa suerte de camisa («amarilla») pero de fuerza que nos tenía a muchos a merced de las acechanzas de esa legión de «realistas» atorrantes que parecían momias del paecismo, adosadas en los tiempos de Vicente Emparan y Fernando VII, prestas a darnos un zarpazo, como lo hicieron en el golpe de abril del 2002.
Chávez leyó la carta con ojos relampagueantes, luego llamó a quienes estaban allí a esa hora; a los ministros que esperaban ser atendidos y les leyó la carta. En esa correspondencia yo inventé frases adjudicadas a Unamuno, a Pio Baroja, a Julio Camba. Cité a Rocío Durcal y a Rafael y de cómo y cuánto se escuchaban sus canciones en los hogares Venezolanos.
También le subrayé las diferencias y «afinidades» entre los dos modelos de socialismo representados por el Psoe y el Psuv, y le lancé una frase de «hermandad histórica» entre ambos.
Uno de sus antiguos ministros —Giordani— exclamó que era una carta extraordinaria, pero le preguntó con curiosidad «en qué momento, Presidente, usted se ha leído a Pio Baroja?» Chávez se rió y les dijo: «esa carta la hizo un entrañable amigo que es un animal político«.
Aquella madrugada, la llamada de Alí me produjo una taquicardia entre pecho y espalda, pero él inmediatamente disipó el susto con su serena y pausada voz de siempre:
«Te estoy llamando a esta hora porque conversé por teléfono con Hugo como dos horas. Hablamos de la gira y de unos libros que le traje de Europa», me dijo sin pausas y me preguntó si el Chávez que yo conocí siempre fue así.
Inquieto, escudriñador, con los cinco sentidos en estado de alerta y, sobre todo, interesado con vehemencia por la lectura y temas particulares, casi inexplorados.
A esas cualidades se refería. Nos reíamos mientras nos relatábamos algunas cosas que ya para entonces eran conocidas. La relación de él con mi Padre y Wladimir, el tema de los libros que Hugo se llevaba «prestados» de la biblioteca, sobre todo ese tan mentado por él de Plejanov, El papel del individuo en la historia, y otros que Papá cuidaba con un celo de perro guardián.
Alí venía de vuelta de una gira por varios países y, como solía hacerlo, le trajo tres libros a Chávez. No recuerdo sus títulos, pero parte de los temas sí: una antología sobre la historia de la Comuna de París, otro recién editado sobre el cambio climático y una compilación de textos de la revista El Viejo Topo, que era una joya para comprender la historia de la España antes y después de Franco y, anexo a ella, un folleto sobre aquel intento de golpe de estado en el año 80 comandado por un teniente de la Guardia Civil llamado Tejero, que pistola en mano asaltó el Congreso.
—Y qué le pareció el paquete— le pregunté a Alí. Pues le dijo con una cautela de zorro viejo que el relacionado con el cambio climático era un compendio de los nuevos ideólogos que diseñaron los gringos para atacar el Protocolo de Kioto.
La antología sobre la Comuna fue el primero que hojeo y habló como una hora sobre el tema y la conversación fue a dar con Maneiro, dado que Alfredo citaba mucho la experiencia comunera para explicar su preocupación vital sobre la vanguardia.
La publicación de El Viejo Topo la devoró en un relámpago y pasó a un tema relacionado con la «democracia» post-destape en España y le preguntó a Alí dónde podría conseguir un libro de Fernando Claudin sobre el tema.
Yo no he dormido en toda la noche, Federico, me dijo Alí a modo de despedida. Alcancé a decirle que lo que nos pasaba con Chávez, entre otras cosas, es que el nació con tres hemisferios cerebrales.
Por eso es que es como es.