La pelea es peleando. Eso lo aprendí con Chávez. Esa forma de hacer política de cierta izquierda, que van pidiendo permisito perdón, taquito de jamón, que camina cuidando no pisar ciertos poderosos callos, como para que no te pisen, que no te aplasten, como para que perdonen tu osadía de contradecirlos un poquito, no mucho, señor, no me pegue…
Ese discurso que surgió de la protesta, de la ilusión más pura, del sueño posible, apagado a punta de bofetones mediáticos, por un acoso que no cede, sino que aumenta si matizas. No entiende de matices la derecha, no le interesa. Todo matiz le huele a debilidad y miedo. Mientras más matizas más te muerden, más te destrozan. No puedes buscar compasión donde nunca la ha hubo.
Esa dilución de la idea en mil causitas periféricas, cada una con su bandera, su look, su logo, sus exigencias, todas atajables bajo una sola idea de justicia social, progremente fragmentada por grupitos, cada uno halando para su lado, todos creyendo que halan hacia la izquierda.
La clase obrera exprimida, desahuciada, no encuentra banderas que ondear en esta lucha toda progre y toda linda, que les invita a comer sano, vegano, verde, green, cuando el drama terrible que viven a diario es que no tienen nada que comer. Los pobres buscando qué parte del discurso les toca a ellos, y más aún, qué parte toca a los bancos, a los intereses de los dueños que los están asfixiando con criminal inclemencia, en qué parte los van a parar, pero no ven nada porque un montón de banderitas dispersas cubren todo el panorama…
Y van “negociando” el camino –creen–, y negocian todo menos lo innegociable que no es sino lo inofensivo. Van negando lo que son –o quizá nunca lo fueron–, y se suman al coro de satanización contra cualquiera que tenga la valentía que ellos nunca han tenido, y le lanzan obedientes a los que no negocian, a los que van de frente, sin disimulos contra el enemigo nuestro, que ellos dicen que es el de ellos, pero no tanto…
Tibieza política, cobardía disfrazada de estrategia, que no conduce sino a enfriar la lucha. Tibieza que blanquea al enemigo bailando al son que el enemigo le toca. Tibieza babosa que golpea al compañero para evitar ser golpeado Tibieza progre sosa, fofa, gafa, de mucho librito y de poca calle; que no entiende al pueblo sino que viene a explicarle. Tibieza autodestructiva que termina pulverizada a la hora de los votos que dilapidaron a punta de insípida tibieza que a la gente no le dijo nada.
Entonces el culpable, porque alguien tiene que serlo, porque no puede ser que ante la barbarie del capitalismo más desalmado, la gente votara por eso mismo que los aplasta. Entonces el reproche al “pueblo bruto“, que no supo entender. Entonces la renuncia que sabe más a soberbia que a otra cosa. Entonces vayan a ver qué hacen. Y la causa de los pueblos pisoteada… y los dueños, a quienes inquietaste un día, los que te atacaron con saña venenosa porque creyeron que podías haber logrado algo, celebran saboreando futuros de saqueos, bebiendo cognac y fumando un habano.
Y van cayendo uno a uno los tibios, y sus pueblos pagando los platos rotos. Y mientras tanto, aquel que enfrentó y enfrenta al enemigo sin disimulos, ni tibiezas, ese al que los tibios llamaron loco, al que llamaron bruto, al que llamaron cuanta cosa el enemigo dijo que le habían de llamar; sigue ahí de pie, con la llamarada de la lucha ardiendo, con un pueblo luchando junto a él, defendiendo lo verdaderamente innegociable: la justicia, la libertad, la soberanía y la dignidad, porque la pelea es peleando y nosotros venceremos.