Hablar de ciberfascismo no es una hipérbole, es un llamado de atención ante una forma de autoritarismo que ha evolucionado, mutado, y colonizado el mundo digital. ¿Por qué llamarlo así? Porque reproduce los principios del fascismo clásico: vigilancia masiva, control de las narrativas, anulación de la disidencia, y subordinación de las mayorías a los intereses de un puñado de élites. Solo que en esta ocasión, el arma no son tanques ni camisas negras, sino algoritmos, servidores y ciberataques. El ciberfascismo es esa tiranía que no necesita golpear esencialmente; te silencia con un bloqueo en redes sociales, te vigila desde tu teléfono y te manipula a través de noticias falsas.
Abundan los ejemplos, como El escándalo de Cambridge Analytica, donde los datos de millones de usuarios de Facebook fueron utilizados para manipular elecciones, muestra cómo las democracias son reducidas a simples simulacros digitales. También, los sabotajes cibernéticos en Venezuela que fueron ejecutados para paralizar el país y deslegitimar al gobierno, son actos de guerra que se perpetran sin disparar un solo misil. Y qué decir de los algoritmos de TikTok, que priorizan contenido vacío y despolitizado para anestesiar mentes mientras censuran a creadores que desafían el discurso hegemónico, especialmente si combaten o denuncia la guerra y los genocidios; si esto no es fascismo, aunque con un vestuario más moderno, ¿entonces qué es?
I. Ciberataques: Los Misiles Invisibles
En el siglo XXI no hace falta invadir un país para desestabilizarlo, basta con lanzar un ataque a su ciber-infraestructura, Venezuela lo sabe bien. Los cortes masivos de energía en 2019 fueron sabotajes cibernéticos dirigidos a las instalaciones eléctricas del país, ¿el objetivo? generar caos, culpar al gobierno y legitimar una narrativa internacional de crisis humanitaria.
Este tipo de agresión no es exclusivo, en Ucrania la red eléctrica fue atacada en 2015, dejando a millones de personas sin energía durante el invierno, un recordatorio de que las guerras modernas ya no se libran solo en trincheras, sino también en servidores; y detrás de estas operaciones, ¿quién aparece siempre como sospechoso? los mismos actores que controlan el 80% de las plataformas digitales y la infraestructura de la nube: los países de la OTAN.
Pero no solo se trata de infraestructura, las elecciones y pilares de la democracia también son objetivos. Altavista PVT, una plataforma paralela utilizada para manipular resultados electorales en Venezuela, mostró cómo se intenta deslegitimar los procesos democráticos en países soberanos. La idea es clara: si no puedes controlar un país por las armas, hackea sus instituciones y sabotea su funcionamiento interno.
II. Redes Sociales: El Gran Hermano del Siglo XXI
Mientras Orwell imaginó un futuro distópico donde el control era impuesto por la fuerza, nosotros vivimos en un presente donde la manipulación es sutilmente grosera y opresiva. Las redes sociales, bajo la máscara de la «democratización de la información», son en realidad herramientas para moldear nuestras opiniones, emociones y hasta nuestras decisiones políticas.
Aquí es donde entra en juego el concepto de la espiral del silencio, una teoría sociológica propuesta por Elisabeth Noelle-Neumann, este modelo explica cómo, en un entorno donde ciertas opiniones se perciben como mayoritarias, las personas con posturas minoritarias tienden a guardar silencio por temor al aislamiento social. Ahora, traslademos esta dinámica al mundo digital, donde los algoritmos amplifican aquellas opiniones que generan más interacciones (generalmente las que provocan emociones intensas, como el odio o la indignación) y relegan al olvido las posturas menos populares o incómodas para el sistema, como la solidaridad, la paz, el amor, la comunidad.
En plataformas como Twitter o Facebook, este fenómeno es reforzado por las llamadas «burbujas de filtros», donde los usuarios son expuestos casi exclusivamente a contenidos que refuerzan sus creencias preexistentes. Esto no solo limita la diversidad de perspectivas, sino que también transforma a los usuarios en «soldados digitales» de una causa, muchas veces intolerantes y violentos hacia quienes piensan diferente. Byung-Chul Han advierte que este régimen de hipertransparencia y autoexposición alimenta una sociedad de vigilancia y conformismo, donde la discrepancia se penaliza con la exclusión.
En Venezuela, estas dinámicas se han utilizado para fomentar el odio hacia el proceso revolucionario, desde las noticias falsas que culpan al gobierno de sabotajes hasta las campañas de bots que atacan a figuras públicas chavistas, las redes sociales han sido instrumentalizadas para transformar la percepción de la realidad. Los algoritmos no solo silencian las voces críticas; sino que se convierten en las plataformas en caldos de cultivo para el fascismo digital: intolerancia, uniformidad ideológica y polarización extrema.
La Lucha por la Soberanía Digital
El ciberfascismo no solo ataca a las infraestructuras y a las mentes; también socava la soberanía de los Estados. En un mundo donde las principales plataformas y servidores están controlados por unas pocas empresas de Silicon Valley, los países del Sur Global están obligados a luchar por su independencia digital.
Esto no es solo un problema tecnológico, sino una batalla cultural y política; es necesario construir nuestras propias plataformas, desarrollar algoritmos éticos y promover una alfabetización digital crítica que nos permita resistir la manipulación y defender nuestras narrativas.
Como decía Simón Bolívar, «por la ignorancia nos han dominado más que por la fuerza, La ignorancia es la causa del error; y yo digo más: es el principio de la esclavitud». Comprendiendo el concepto de facismo desde la posmodernidad que vivimos, ¿acaso ha habido una época mas fascista que la esclavista? En esta nueva era, la ignorancia digital es el campo de batalla, y la lucha por la soberanía informativa es inseparable de la lucha por la libertad de los pueblos y de nuestras mentes.
¿Será posible desafiar este orden digital impuesto por el ciberfascismo? La respuesta depende de nosotros, de nuestra capacidad para comprender estas nuevas formas de dominación, y de nuestra determinación para enfrentarlas. Porque si no lo hacemos, el futuro no será gobernado por líderes electos, sino por algoritmos programados para servir a los intereses de las élites. Y ese futuro, queridos lectores, no es más que el viejo fascismo disfrazado de innovación tecnológica.