Qué profunda es la crisis de los opositores: odian a Chávez más allá de la muerte, y sin embargo han pasado casi veinte años soñando con tener un líder como él, solo que de derecha, neoliberal y proimperialista. ¡Y nada que aparece!
Este año lo han comenzado en ese tono con la terrible historia del policía del helicóptero, Oscar Pérez, una demostración fehaciente de que siguen empeñados en fabricar un Anti-Chávez o en verlo surgir en cualquier individuo que haga algún gesto que, según ellos, emule al histórico soldado. Un empeño que solo les trae nuevas y peores frustraciones.
Hagamos abstracción de otras extrañas conductas de la dirigencia y del opositor común en este caso. No digamos nada de que ahora consideran un héroe a alguien que hasta unos minutos antes de su muerte, algunos tildaban de payaso e infiltrado del rrrrégimen. Quedémonos con la idea de que se ha puesto de moda comparar al ex Cicpc con el comandante bolivariano y decir que mientras a este le perdonaron la vida y hasta lo dejaron hablar por televisión (una concesión que significó el principio del fin de una era política), al policía rebelde lo ajusticiaron cobardemente mientras él enarbolaba una bandera blanca.
Aseguran los cultores del policía y actor de cine que los jefes de la operación de El Junquito no le permitieron rendirse porque sabían perfectamente que eso lo convertiría en un nuevo Chávez, esta vez al servicio de la contrarrevolución.
La otra versión indica que lo que le faltó a Pérez para cumplir el guion de esta película fue precisamente la inteligencia de saber rendirse a tiempo y sin engaños.
De cualquier modo, quedaron los militantes del escualidismo enganchados en la certidumbre de que, ¡coño!, ese era su Anti-Chávez y no lo cuidaron como era debido.
Esa comparación ramplona no es más que otro síntoma de la subestimación del fenómeno Chávez. La misma que profesaron contra el comandante en vida, la han seguido profesando luego de su desaparición física. Una de las tantas modalidades de la descalificación consiste en caricaturizar al personaje y a los hechos que protagonizó. Y una manera de caricaturizarlos es creyendo que cualquiera que remede lo que él hizo en febrero de 1992 puede transformarse en un líder. ¿Se habrá visto mayor despropósito en lo que respecta al complejo tema del liderazgo?
Arbitrariamente se ignora que, aparte de alzarse en armas contra el gobierno, en Hugo Chávez florecía un ideario, una propuesta de futuro que iba más allá de deponer a los poderosos de entonces. Reducir eso a la imagen de unos uniformados dando una proclama es un error que, por cierto, ya cometió la oposición en abril de 2002 y, unos meses después, cuando montaron el circo de la plaza Altamira.
Pérez, el más reciente
El policía Oscar Pérez es el más reciente de los fallidos émulos de Chávez o pretendidos Anti-Chávez, porque los hemos tenido desde 1998, cuando el joven teniente coronel fue enfrentado por un típico godo valenciano, un hombre a caballo que buscaba, con tal ardid publicitario, competir en el imaginario de los próceres que Chávez había revivido de una manera mucho más auténtica.
En 2000, la derecha se jugó la carta de la cuña del mismo palo. Le calentó las orejas a otro comandante del 4F, Francisco Arias Cárdenas. En esa coyuntura se buscó convertir la rendición de Chávez en un acto de cobardía, mientras su rival aparecía como el jefe militar que sí había logrado su objetivo, al tomar Maracaibo. No dio resultados, pues para la gran mayoría de la gente habían sido justamente sus palabras de rendición las que le forjaron a Chávez su fama de valiente.
En 2002 se produjeron las ya comentadas puestas en escena de militares emitiendo pronunciamientos y dando ultimátum con actitudes de “macho men”, pero, una vez más se equivocaron en el enfoque, y el comandante barinés se salió con la suya mediante la rendición y el contraataque.
Manuel Rosales ha sido, quizá, el candidato que menos se acercó al prototipo de Chávez. Sin ángel, sin historial militar, sin ideas propias, no tuvo mayor chance ante el comandante.
Con características muy parecidas a Rosales, el candidato de 2012, Henrique Capriles Radonski, guiado por asesores, intentó parecerse un poco a Chávez, en su manera de hablar, en sus contactos con el pueblo, pero, como bien lo decía la abuela Rosa Inés, «por más que se tongoneó, siempre se le vio el bojote».
La búsqueda del Anti-Chávez pasó también por Leopoldo López, quien comenzó por desempolvar un vínculo familiar con el mismísimo Simón Bolívar y luego intentó repetir la hazaña del líder tan odiado (y tan imitado) de consolidar su liderazgo desde la prisión. No lo logró, pese a tener a su favor una formidable maquinaria mediática mundial, organizaciones supuestamente no gubernamentales de derechos humanos, entes diplomáticos, gobiernos extranjeros y hasta figuras de la farándula hollywoodense. Es que, como rezaba el slogan de aquella cuña de licor caro: “Se tiene o no se tiene”.
Hay muchos otros ejemplos, porque, como se dijo antes, los opositores quieren ver a su «gran esperanza blanca» en cualquier sujeto que alcance sus quince minutos de fama (hasta Ramos Allup, calcule usted). Pero, win duda, el más reciente y trágico es el de Oscar Pérez, el Rambo al que comenzaron a comparar con Chávez, pero cuando ya era demasiado tarde.
Clodovaldo Hernández (clodoher@yahoo.com)