En una especie de intento por presionar al débil Gobierno de Joe Biden, en materia de política exterior, se lanzaron dos intervenciones de personeros de la administración Donald Trump como John Bolton y Carrie Filipetti que, no por casualidad y aunque suene contradictorio, se centraron en Venezuela; y evitaron el casi predestinado “triunfo” de su plan de “cambio de régimen político”.
Declaraciones que, hablando con naturalidad de las violaciones del derecho internacional confesadas sin tapujos, pretenden en principio colocar obstáculos a la actual administración de la Casa Blanca con el único propósito de replantear su política actual de acercamiento hacia Venezuela, acelerada por su necesidad práctica de petróleo más allá de ingenuidades analíticas; y llegando incluso a exigir un giro de mayor agresión a la que ya ejecutaron durante la presencia de Trump en la primera magistratura de EEUU.
Por supuesto, estas declaraciones nada inocentes resultan muy oportunas para seguir avivando los fuegos de una posible derrota del partido demócrata en las venideras elecciones de medio término para el Congreso, previstas para noviembre próximo; y donde uno de los estados clave es Florida.
Sin embargo, a todo esto, al parecer el tiro por la culata es lo único que ha resultado de semejantes posturas, propias de una arrogancia y visión supremacista que América Latina se ha tenido que calar y resistir desde que esa Nación se hizo República en 1776, razón por la cual no nos extraña ni sorprende en nada estas confesiones, propias de una política exterior plagada de ejemplos históricos de intervención hacia nuestras patrias a lo largo y ancho de la historia de una relación poco menos que complicada.
Estas agresiones sistemáticas poco o nada tienen que ver con axiomas, sistemas políticos, cuestiones asociadas con la democracia, la libertad, la justicia, los derechos humanos, entre otros elementos; sino simplemente son la expresión de la imposición de la Doctrina Monroe como lógica para lograr que todas las naciones de esta región —que ellos han denominado “patio trasero”— anden, trabajen y funcionen en pro de los intereses de la élite estadounidense, sin excepción alguna e incluso pasando por encima cuestiones ideológicas.
Basta con echar un vistazo al derrocamiento de Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, y la futura política en dos vertientes: imposición del neoliberalismo vía terapia de shock al pueblo chileno, sistema que ha hecho crack social en 2019 y económico en 2022, y la aniquilación política de la izquierda de ese país para eliminar su vocación de poder y capacidad organizativa, resultando en más de 30 mil muertos y desaparecidos, para observar el ejercicio injerencista, confirmado en informes posteriores hechos públicos, bajo el ala protectora de los diversos gobiernos estadounidenses.
Si nos venimos más acá en el tiempo, no debe ser nada casual que los militares que fungieron en ejecutores directos del golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia se encuentren en exilios dorados en el país de las barras y las estrellas, ni mucho menos la disposición de elementos como la Organización de los Estados Americanos para apoyar abiertamente la imposición de un “gobierno de transición” que trajo muerte, exclusión y agresión a ese pueblo, quien finalmente les derrotó democráticamente eligiendo a Luis Arce como su Presidente.
Ahora bien, al margen de estas consideraciones previas, las declaraciones como tal nos dejan sin la necesidad de esperar documentos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia de EEUU para darnos cuenta y confirmar como esa élite tenía, y tiene, su mano metida hasta el codo en las intervenciones y agresiones contra Venezuela.
En el caso de Bolton, hablar abiertamente de sus esfuerzos para fraguar un golpe de Estado en Venezuela; haciendo ver lo difícil que es lograrlo, no sólo confirma todas las denuncias hechas por las instituciones democráticas de nuestro país, sino que es evidencia abierta de la ineptitud de los operadores políticos y los laboratorios de ideas que trabajaron en dicha agenda desde la Casa Blanca.
Por su lado Carrie Filipetti fue un poco más cruda y arrogante. Asumió como un error el exceso de confianza de la administración Trump en que los militares venezolanos darían el golpe de Estado tan anhelado por ellos, afirmando a su vez lo negativo de la postura de la actual administración, instando a mayores agresiones hacia nuestro país para lograr su objetivo ansiado.
Sobre el particular ninguna instancia nacional e internacional niega a estas alturas las consecuencias terribles de las cientos de medidas coercitivas unilaterales impuestas a la República Bolivariana de Venezuela, siendo que la esencia política de las sanciones, denominadas así por los doctrinarios estadounidenses, tiene como principal objetivo incapacitar parcial o totalmente a un Estado para que pueda cumplir con el más mínimo objetivo dispuesto en su sistema político o constitución nacional, lo cual causa daño directo al pueblo.
En tal sentido las declaraciones de Filipetti son poco menos que una torpeza política producto de un supremacismo que al parecer afecta la racionalidad de algunos sectores de la élite estadounidense. En el caso de Bolton son una confesión que bien puede ser objeto de una investigación internacional, como de hecho lo ha advertido la portavoz de la Cancillería Rusa María Zajárova, ya que pocas veces se observa a un personaje de alto nivel asumir abiertamente su participación en semejantes maniobras.
El desconocimiento abierto del funcionamiento del sistema político venezolano, así como de la fuerza doctrinaria, patriótica, antiimperialista y bolivariana de nuestra Fuerza Armada Nacional Bolivariana con una coraza de lealtad y unidad nacional muy sólida, junto a un pueblo resistente y resiliente probado y comprobado en varios hitos de una agresión que cuenta en esta fase abierta casi nueve años seguidos, es la otra gran conclusión de tales declaraciones.
Lo de Bolton y Filipetti es un secreto a voces que hace ver el fracaso, la derrota causada por una nación libre, llamada República Bolivariana de Venezuela, a toda clase de maniobras que solo han terminado en frustraciones elevadas para quienes piensan y operan la política desde Washington.