¿Cuáles viejos les salen más caros a este mundo: los viejos pobres o los viejos ricos?
¿Cuáles son una carga para la sociedad: los que trabajaron 40 ó 50 años o los que han sido vagos en sus largas vidas, pero tienen dinero?
Es un tema sobre el que poco se habla con sinceridad, salvo cuando a alguna figura importante del mundo le da un ataque de franqueza, como le pasó al sexalescente Alberto Fernández, presidente de Argentina, quien afirmó que mantener a un viejo cuesta mucha plata. Su opinión se alinea nada menos que con la de Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, que tampoco es ninguna moza.
De Lagarde no sorprendió que dijera que uno de los problemas es que la gente estaba viviendo más años de la cuenta. Sonó cínico, porque ella está en el sexto piso hace rato; pero no incoherente, porque esa es la posición de las oligarquías mundiales de las que la doña es ejecutiva.
Las élites dueñas del mundo buscan la manera de que la gente se muera temprano porque “ese viejero” en el planeta no hace más que complicar los negocios; son una carga para la sociedad productiva. Por ironías del capitalismo, en esas élites pulula un montón de adultos mayores.
Por supuesto que cuando ellos (Fernández y Lagarde incluidos) expresan que las personas deben dejar la mala maña de vivir demasiado tiempo, están hablando de “otros viejos”, no de ellos mismos. Así que no sirve de nada pedirles que prediquen con el ejemplo y se jubilen de la vida.
Se entiende que los ricos y los que han hecho carrera política sí tienen derecho a eso que eufemísticamente llaman “años dorados”. Son los adultos y adultas mayores pobres o de clase media los que —de acuerdo con esa lógica— tienen que sentirse mal por durar en exceso.
Y la manipulación es tan intensa que algunos, efectivamente, comienzan a pensar que son un lastre para el aparato productivo, a pesar de haber trabajado durante medio siglo o más y aportado en ese tiempo a los sistemas de seguridad social que les prometían un retiro digno.
En tanto, los viejos que nunca han trabajado porque heredaron sus fortunas o se han dedicado a explotar a otros; se sienten exentos de la vergüenza de vivir por encima del promedio que a ellos mismos les parece económicamente razonable. Son ricos, pero miserables, pues.