Normalidad contra incertidumbre es la lucha de siempre
Las amenazas de siempre con trajes nuevos
El poder imperial (junto a sus aliados y lacayos locales y foráneos) quiere desestabilizar a Venezuela. Es el mismo objetivo que persigue desde el comienzo del proceso revolucionario, en 1999. Varias veces lo ha logrado, con enormes costos humanos y económicos para el país. En esta coyuntura política que se da en el paso de 2024 a 2025, uno de los problemas que confrontan esos factores es que sus amenazas son repetidas, las mismas de siempre, por más que traten de ponerles trajes nuevos.
Cuando un personaje oscuro como Francisco Palmieri, pretendido embajador de Estados Unidos en Venezuela (que vive y conspira en Bogotá), dice que “van a ocurrir cosas peores” si el presidente reelecto, Nicolás Maduro, se niega a entregarle el poder a quien el imperio considera ganador de las elecciones de julio, no está haciendo más que reciclar las amenazas que ya emitió su predecesor, James Story y las que profirieron genocidas en serie como Elliott Abrams, John Bolton, Mike Pompeo y William Brownfield.
Y, hay que acotarlo siempre, las admoniciones y los ultimátums de esos gángsters fracasaron reiteradamente, aunque causando graves heridas materiales y emocionales a la población venezolana en general, incluyendo a quienes los aplauden.
Venezuela logró superar y hasta salir fortalecida del período más despiadado de una guerra multidimensional que sigue en marcha. Por supuesto que el trauma derivado de ese tiempo hace que la mayoría quiera evitar volver a vivir algo parecido. Pero también dota a las venezolanas y los venezolanos de una renovada confianza en sus propias capacidades para sobrevivir a las maldiciones imperiales. En eso estamos.
La euforia demente ante la violencia global
Finaliza 2024 y comienza 2025 con la dirigencia radical opositora (tanto la partidista como la mediática y de redes) empeñada en mostrar su peor cara. Están eufóricos con el derrocamiento de Bashar Al-Assad, en Siria, pero sobre todo están exultantes con el baño de sangre que esa acción política está significando.
No ocultan que ese es el escenario que quieren para Venezuela: uno en el cual el gobierno, sus militantes y simpatizantes, sean borrados del mapa, en nombre de la democracia, los derechos humanos y la paz mundial.
Aunque hace tiempo conocemos la predisposición de esta dirigencia por los atajos y las salidas extremadamente violentas, no deja de impresionar la forma como claman por una réplica en Venezuela de los hechos de Siria.
Ninguno parece medir las consecuencias de una ruptura de tales dimensiones que afectaría de raíz a cada familia, a cada comunidad, a cada organización, a cada empresa, a cada culto religioso del país. ¿O será que creen que tomando el poder a sangre y fuego van a poder vivir en una sociedad en paz?
El ciclo perenne de expectativa y frustración
Concluye un año en el que el irresponsable liderazgo opositor volvió a conducir a sus huestes al que ha sido su ciclo perenne: elevar las expectativas de un cambio político radical y rápido y, luego, experimentar las peores frustraciones, que desembocan en acciones violentas.
A lo largo de los primeros seis meses, el ala extrema de la oposición se empeñó en hacerles creer a sus seguidores que tenían la fuerza suficiente para imponer la candidatura de una persona inhabilitada para cargos públicos, una resolución de la Contraloría General de la República que había sido ratificada por la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia.
Con su estrategia de desconocer las instituciones nacionales, la ciudadana María Corina Machado asumió el papel de candidata de facto, mientras que el desconocido Edmundo González Urrutia apareció como abanderado formal. De nuevo se crearon gigantescas expectativas que terminaron de la forma en que debían terminar, con un nuevo fracaso que generó grandes decepciones y llevó a muchos antichavistas furibundos a la senda de la confrontación.
El proceso se repite ahora, alrededor del 10 de enero, fecha en la que, según un discurso triunfalista y envalentonado, “van a cobrar” su supuesta victoria. Como de costumbre, es muy probable que esa esperanza infundada termine en un gran desengaño, tras lo cual los mismos de siempre convocarán al pueblo a la agresión y el arrebato.
La recomposición de los factores democráticos
No todo es tan malo en el balance que podemos hacer del año 2024 y la perspectiva de 2025 en lo que respecta a los partidos opositores. Por el contrario, ha habido y hay señales de buenos augurios.
Los partidos opositores representados en la Asamblea Nacional electa en 2020 cumplieron su cuarto año en funciones, desempeñándose como adversarios del gobierno, pero no como enemigos del país. Para ello, conveniente es acotarlo, debieron enfrentar la campaña difamatoria permanente de los factores de la ultraderecha.
En el año electoral presidencial, la oposición moderada tomó el rumbo que sus líderes consideraron apropiado: marcar distancia de los pirómanos, no sólo participando en los comicios, sino también condenando las medidas coercitivas unilaterales, los llamados a la intervención foránea y las otras rutas extraconstitucionales.
Ojalá durante 2025, año de muchas oportunidades electorales, ese sector moderado logre tomar el timón de la oposición para cooperar con la recuperación nacional y ayudar a forjar un destino mejor.