Radiografía de un mal generalizado
Empresarios: protagonistas infaltables
A la derecha, especialmente a su versión neoliberal, le encanta caracterizar la corrupción como un mal del sector público, consecuencia de las estructuras y leyes estatistas o socialistas, contrapuestas al libre mercado. Pero esa es otra de sus grandes falacias, pues en casi toda actividad corrupta hay un actor infaltable, tan protagonista como el funcionario: el empresario que participa en la trampa.
Ciertamente hay casos en los que las mafias enquistadas en un ente público han logrado tal control que a los privados no les queda otra opción: o participan en el mecanismo pervertido o quedan fuera. Pero en la mayor parte de las situaciones, los empresarios intervienen sin reparos morales.
Seguramente no existen estadísticas de esto, pero también deben ser muchos los casos en los que son las organizaciones privadas las que proponen los negocios ilícitos, es decir, que toman la iniciativa para corromper a los funcionarios.
En el caso de las grandes corporaciones multinacionales, es público y notorio que utilizan toda clase de mecanismos de conquista, cortejo y soborno para obtener contratos con el Estado.
Cuando se pretende atacar a fondo la corrupción es inaplazable revisar también la tendencia a la desviación de los empresarios de los más diversos niveles, pues es en eso que el pueblo –con gran ingenio retórico– ha llamado la “conchupancia” (complicidad funcionario-particular) donde se ubica una de las llaves del asalto al patrimonio colectivo.
Opositores sin vergüenza
Ya es cansón este clamor, pero los recientes acontecimientos obligan a insistir: así como se está investigando y encauzando a los corruptos que hasta ahora han posado como revolucionarios, es imprescindible proceder de igual manera con quienes, bajo la ficción de un gobierno interino, se robaron hasta los clavos de la cruz.
La impunidad de estas personas ha sido una dura prueba para los revolucionarios, sobre todo porque sus delitos contra los fondos públicos han sido ampliamente documentados por el gobierno, la Asamblea Nacional y el Ministerio Público.
La falta de acción judicial contra esos nefastos personajes ha desgastado al chavismo, pues para muchos militantes y simpatizantes ha sido demasiado duro presenciar tales saqueos mientras el país sufre dificultades inéditas para darle atención a los más necesitados.
La mayoría de los revolucionarios han entendido la necesidad táctica de no caer en provocaciones y dejar que los títeres del imperio se cocinen en su propia salsa, pero ese curso de acción no debería significar una exención absoluta y permanente de castigo para quienes, a la vista de todos, han expoliado los recursos del Estado.
Ahora, aparte de impunes, estos ladrones de siete suelas se atreven a rasgarse las vestiduras por los casos de corrupción denunciados recientemente. No tienen ni un gramo de vergüenza.
Desviaciones en el Poder Popular
La corrupción no ocurre solo en los altos niveles, aunque claro que son los funcionarios de máxima jerarquía los que marcan la pauta. Tristemente, el fenómeno del enriquecimiento personal a costa de recursos que pertenecen a todos se ha tornado transversal en la estructura del Estado: va desde las cúpulas hasta los niveles mismos del Poder Popular.
El efecto de imitación se convierte en este caso en una licencia para despojar a otros impunemente. Conciudadanos que han asumido cargos en los consejos comunales, comunas, mesas técnicas, comités locales de abastecimiento y producción y otras expresiones de la democracia participativa y protagónica, usan esas cuotas de poder para provecho individual, en detrimento de sus vecinos.
Esas desviaciones resultan especialmente perversas porque afectan las necesidades más inmediatas de la gente común, en sus propias comunidades.
El imperio siempre corrompe
Como suele ocurrir, el imperio estadounidense y sus socios europeos se llevan el premio principal en este terreno de los cómplices necesarios de la corrupción, pues siempre han tenido como estrategia la de socavar moralmente a los funcionarios, para apropiarse de los recursos naturales de los otros países o para imponer en ellos gobiernos peleles.
Estados Unidos y las otras potencias del mundo capitalista occidental tienen una doble acción corruptora en los países latinoamericanos y del sur global, en general.
Por un lado actúan sus agencias de inteligencia, como factores de perturbación e injerencia, comprando conciencias dentro de los gobiernos; y en la sociedad en general para que operen a favor de su hegemonía.
Por otro lado entran en juego las grandes corporaciones para conseguir materias primas baratas, mano de obra casi esclavizada y mercados cautivos para sus productos y servicios.
Paralelamente, y con el clásico descaro gringo, la élite gobernante de Estados Unidos y sus empresas, ambas raigalmente corruptas, se dedican a pontificar sobre buenas prácticas administrativas, emiten informes valorando la transparencia de otros países y financian falsas organizaciones no gubernamentales para que intenten erigirse en organismos supraestatales de controlaría en otras naciones.