El poder de Estados Unidos y la vieja Europa se cae a pedazos
La farsa de la libertad económica
Cada día queda mejor demostrado que Estados Unidos vende al mundo el dogma de fe en el mercado y la libre competencia, pero no cree en nada de eso.
Las medidas coercitivas unilaterales (que ellos, imperialmente, llaman “sanciones”), los bloqueos y los chantajes y amenazas a los particulares y empresas son restricciones a la libertad económica ejecutadas por un poder estatal, flagrante contradicción con sus propias proclamas.
Esas malas artes, afortunadamente, están debilitándose aceleradamente con el surgimiento de potencias económicas medias que se resisten a seguir el juego desbalanceado de Estados Unidos y la Unión Europea. Al ver amenazada su hegemonía, el imperio y sus satélites se ponen más rudos, como en la clásica metáfora de la fiera acorralada.
A veces, ciertos voceros del sistema decadente pecan de sinceros y presentan la verdadera cara de la dominación que ha regido durante décadas (o siglos, según como se le vea) y que comienza a hacer aguas. Por ejemplo, el despreciable senador Marco Rubio, excelso representante de la mafia mayamera, ha advertido que si Estados Unidos permite el crecimiento de los BRICS, en menos de cinco años, las “sanciones” serán inoficiosas y los países castigados se burlarán de ellas. Una pequeña prueba de que es un imperio que sólo se mantiene como tal por la fuerza y la coerción.
La farsa de la libertad económica les permite a los gobernantes y las corporaciones estadounidenses robar, saquear, secuestrar y confiscar empresas, bienes, dinero en efectivo y otros activos pertenecientes a otros países o a particulares. En Venezuela tenemos una larga lista de esos actos delictivos. El más reciente es el robo del avión de Emtrasur, del que se apropiaron indebidamente con la complicidad de las mafias judiciales de Argentina.
La mentira de la democracia y los derechos humanos
Las élites de Estados Unidos se han asumido por mucho tiempo como jueces del mundo entero en materia de ejercicio democrático y de los derechos humanos. Anualmente presentan informes calificando al resto de los países en estos dos terrenos. Pero ese no es más que otro gesto arrogante de un país imperialista.
Su democracia es un duopolio plutocrático con más de 200 años de reinado, en el que nadie que no pertenezca a los dos partidos mayoritarios y no cuente con el apoyo de las grandes corporaciones, del complejo industrial-militar, tiene el más mínimo chance de ser electo presidente.
Los hechos de cada día desmienten la pregonada vocación de las cúpulas del país norteamericano por los derechos humanos. Para tomar ejemplos de las últimas horas, los representantes de Washington en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas volvieron a levantar la mano para vetar una resolución de alto el fuego en Gaza.
No se estaba pidiendo un cese definitivo de la agresión armada contra civiles ni de una condena al genocidio. Era apenas una petición de alto el fuego. Pero esa nación que se arroga la condición de árbitro de los derechos humanos en el planeta, dijo que no.
El cuento de la libertad de expresión
En este mismo tono, Estados Unidos ha pretendido siempre ser la guía a seguir en materia de libertad de expresión, pero sus conductas cotidianas son un permanente y vergonzoso desmentido.
Mientras reclama las supuestas violaciones a la libertad de prensa en países como China, Rusia, Irán, Nicaragua, Cuba y Venezuela; la camarilla estadounidense presiona para que se concrete la extradición de Julián Assange, y poder meterle 175 años de cárcel por el delito de haber mostrado al mundo, entre otros horrores, cómo las tropas de Estados Unidos mataban civiles en Irak sólo por mantener la ficción de que allí había una guerra, cuando en realidad se trataba de una invasión genocida y un gran saqueo.
En ese mismo país, paradigma del periodismo moderno, un comunicador (de derecha, por cierto) ha sido cuestionado y tachado de traidor por haber hecho una entrevista a Vladímir Putin. La falta de libertad de expresión en Estados Unidos y Europa es tal, que ese diálogo se hizo viral debido a que Putin (y la parte rusa, en general) ha estado sometido a la más férrea de las censuras desde que se inició la operación militar en Ucrania.
La decrepitud cronológica y moral
Las caídas de los imperios, históricamente, han ido acompañadas de la degeneración personal de los líderes. Emperadores que se “pasaron de vueltas”, se enfermaron de poder o nacieron con taras mentales por la endogamia que ocurría en las familias de la nobleza, marcaron el principio del fin de sus períodos de hegemonía.
En Estados Unidos, en pleno año electoral, hay síntomas de este ocaso político marcado por las características de los dirigentes fundamentales. Todo indica que la confrontación por la Casa Blanca será entre Joe Biden, un anciano con evidentes señales de deterioro mental (demencia senil) y otro hombre de la tercera edad, en mejores condiciones fisiológicas, pero no morales.
Biden se presenta luego de cuatro años en los que ha apoyado la guerra proxy de Ucrania y el genocidio de Palestina, mientras tapareaba las fechorías y desmanes de su hijo, Hunter Biden. Trump, en tanto, busca volver a la presidencia vadeando demandas por mal comportamiento personal y por haber intentado retener el poder luego de las elecciones que perdió en 2020.
Así está el alma de esta gran superpotencia.