Por: Federico Ruiz Tirado
(Bayer)
Osvaldo Soriano lanzó una vez la metáfora más revoltosa y contundente que habría de estallarle, un tiempo después, en plena cara a la perfumada y conveniente historia de la Conquista del Desierto.
Caravana ésta que lució la máscara de la muerte en comparsas y uniformes de Scream, full municiones, full rifles y arcabuces de la escarchada infantería española del S.XVI, desplegada a cielo abierto, a campo traviesa por la Pampa Húmeda, exhibiendo la más descarnada acción militar de Argentina en la Patagonia (1878-1875).
La metáfora de Soriano consistió en situar a Juan Domingo Perón como “el primer Perón”, “el muñeco deseado y doméstico”.
Es sabido que los dos Oswaldos fueron peronistas, así como Juan Domingo fue un maestro en retóricas varias, un as en la demagogia populista para “encarrilar” las veleidades anarquistas, marxistas y voces de todos los relatos circundantes del pensamiento libertario, proyectado hoy en el espejo del Milei llorón, arrodillado y pendejo frente a las deidades judías y católicas.
Bayer, el filósofo, el pacifista, el periodista, el refugiado; se convirtió en el metalenguaje de la Patagonia Rebelde. Escribió el guión, su autoría salió de la pantalla para plantarse al frente del despojo territorial, del acoso ético de los pueblos originarios y desposeídos, en lucha vital contra la clase terrateniente y fascista; que aún ostenta su impunidad como gata ladrona y descarada al mejor estilo yanqui.
(Milei)
Soriano, lírico, se ha instalado desde la Patagonia en el pensamiento argentino hasta las inmediaciones que guardan los más grandes misterios de la casa Rosada.
A ver: esa ácida incertidumbre José Emilio Pacheco, ob. cit. La presunta entelequia que escondes en la manta roja del gaucho y evoca un hombre llamado Domínguez, como Ernesto Sábato, quien como tú, surrealista y libertario, se encontrarán a las 3pm entre Callao y Corrientes y joderán hasta que el León se sienta acorralado.
Así, el estropajo de destinará a las últimas líneas del manuscrito contra el FMI y las otras garras del Halcón de mierda.
(Sábato)
En 1980, en el Palacio de Los Alcázares de Sevilla, vi por única vez a Ernesto Sábato con motivo de la creación de un Instituto de Cooperación Iberoamericano de Cultura. El protocolo que impuso la presencia del Rey y su corte, no me impidió divisar el rostro severo, fruncido, encajado en un cuerpo frágil y óseo que servía de armadura a aquel tormentoso, complejo y ficcional pensamiento de uno de los escritores más relevantes de esta época.
Para ese entonces, leía la trilogía novelística con la misma ansiedad con la que después abordé su ensayística.
Esta nota es una reescritura, como lo es y lo será todo texto entreverado en los tiempos de la memoria, porque lo escribí en el 2011 y con un título tan espontáneo, que sólo la labia de Miguel Márquez al teléfono, hizo imaginarme una involuntaria estampa de garbo que tenía, o tiene, porque en la red circula como nació: “Sábato y yo”. Pero ya no hay nada qué hacer, Miguel.
Decía allí que mi relación con El Túnel alcanzó ciertos visos patológicos desde que lo leí en Mérida, ciudad que se instaló en mi inconsciente como un mundo irreal, como algunos que pueblan su obra. Así, llegué a sentir la misma repugnancia que hizo sucumbir a Castell ante el ciego de la gran metáfora sabatiana, la ceguera, expresada en Allende, el marido de María Iribarne.
No se trató de una marca literaria. Fue una posesión psíquica de esos personajes que mostraban sus miserias, la duplicidad moral burguesa, su perversidad y la complejidad humana en su afán de hallar el absoluto en los predios donde el bien y el mal libran su batalla. Castell se fijó con tal fiereza en mi anhelo de escribir, que memoricé sus reflexiones y en un sentido “extraño” con la vida tal como lo hizo en la ficción: me costó desentrañar esa insólita frontera entre la vida y la literatura, mi vida, claro, de cara al espejismo de la adolescencia que Octavio Paz señala en El Laberinto de la Soledad.
Aquella vez, en Sevilla, habló como lo habría hecho Fernando Vidal sobre el sentido de la escritura. Contestó preguntas sobre Camus y nos hizo dudar a quienes allí lo vimos romper el protocolo un tanto enfadado y con la frente surcada por sus arrugas, si Alejandra había sido su amante. Balbuceé unas palabras, pero como un rayo, me lanzó una sentencia que me estremeció y no logré escuchar porque él iba muy cerca del doctor Rafael Caldera, invitado de honor, a quien un bojote de venezolanos querían verlo de cerca. Caldera los oyó, pero no les hizo el menor caso.
No lo vi más, a Sábato. En Argentina quise visitarlo en Santos Lugares, pero mis amigos decían que estaba huraño e impenetrable. Cuando le otorgaron el Cervantes escribí una nota y señalé que estaba siendo víctima de su propia metáfora, pues en esa ocasión dijo que sólo quería pintar.
Ya para entonces estaba encegueciendo.
Si Sábato y Cortázar vivieran, ya se hubiesen juntado con Bayer y Soriano para cortarle la cabeza a Milei.
(Borges)
No entrarás dócil a esa noche oscura, Dylan Thomas, ob. cit.
Todo el mundo lo sabe. A veces todo el mundo lo olvida. Aquí no nos olvidamos del 11 de abril del 2002, cuando apareciste con tus pegostes de cejas oscuras junto a los chicos fans del ku klux klan, retrato vivo con el santo varón de Gerardo Blyde y el santo cachón, santificado por el mismo Peña Esclusa, de Leopoldo López.
Entre ceja y ceja también está la imagen del niño asesinado y tu huida desvergonzada. Ahora vuelves con tu ladilla asesina, pidiendo más sanciones criminales contra nuestro país
(Bayer y Chávez)
Un recuerdo personal que quiero contar y que inquietó sobremanera al Presidente Hugo Chávez. En el 2012, cuando en Venezuela aterrizó el entonces Secretario de la OEA, José M. Insulza, a “mediar” en unas curiosas manifestaciones violentas ─llamadas en Venezuela “guarimbas”─, que sirvieron de escena en la sede de la OEA en Caracas, a un acto por lo demás gracioso: la costura de los tejidos labiales de unos muchachos tarifados por la derecha criolla para hacer obstinadamente visible la puesta en escena de una supuesta huelga de hambre y, de ese modo, Insulza no albergara dudas de esa extravagante decisión; como si no bastara con la voluntad de no ingerir alimento alguno, por voluntad y por principios “políticos”.
Fue también la época, en Chile, de la insurgencia de Camila Vallejo enfrentándose a los temibles Carabineros.
También, en Chile, cuando la clase política comandada por Piñera cargó con más de 75 millones de dólares de la nación, mientras la población moría de hambre y frío y los Mapuches comenzaban a ser cercados y masacrados, expulsados de sus tierras ancestrales.
Para entonces, en una breve conversación con el presidente Hugo Chávez, le dije: “Y ¿por qué Insulza, si se anima, no se echa una pasadita y observa la gracia de los Martínez de la OZ, socios de Videla y unos cuantos; y nos informa de lo que quieren hacer con Bayer y la película Awka Liwe, hablada en mapuche?” Parte de esta historia, la escribí en un libro de mi autoría de ese año, titulado, La patria está en otra parte, gente que no le gusta ver a nadie bien; dedicado a la exposición de los modales de la oposición venezolana, a la caracterización de sus principales protagonistas y a sus alianzas internacionales; libro editado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura de mi país.
El Comandante Chávez se quedó en silencio al escuchar mis palabras, pero poco después me pidió que le hablara del tema, y aunque lo hicimos brevemente y mencioné a Osvaldo Bayer, nunca logramos hacerlo en profundidad porque su muerte se interpuso.