Uno de los dos grandes conflictos que surcan este salvaje escenario mundial se encuentra en su segundo aniversario.
La operación militar especial desarrollada por la Federación de Rusia en territorio de la República de Ucrania, con el objetivo estratégico de desnazificar a esa Nación, entre otros elementos como la protección de pueblos asediados y bombardeados desde el año 2014 por las fuerzas ucranianas, se encuentra hoy en una fase de total estancamiento no producto precisamente del escenario proyectado por el denominado “occidente colectivo”, sino por razones muy diferentes.
De hecho las no tan alentadoras noticias sobre una “victoria ante Rusia en el campo de batalla”, llegaron en la forma de escenarios opuestos en la recién realizada Conferencia de Seguridad de Múnich, donde lacónicamente ya se afirma una derrota de Ucrania y la pérdida sustancial de apoyo del occidente colectivo, que ha gastado una fortuna sin ver avances sustanciales por parte de las fuerzas de Kiev.
Tanto es así que dicha sentencia se ha visto cuasi confirmada en la reciente huida del ejército ucraniano, dejando abandonada la ciudad de Avdiivka, una zona muy relevante en la provincia de Donetsk, cuestión que significa la noticia estratégica militar más importante en al menos el último año, sobre todo desde el inicio de la tan cacareada contraofensiva contra Rusia que sólo ha dejado derrotas para Kiev y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y los bolsillos de los perros de la guerra llenos hasta el hartazgo.
Uno de los momentos, en contexto de este conflicto que cumple dos años, vino de la entrevista realizada por Tucker Carlson al presidente de Rusia Vladimir Putin, pieza extraordinariamente útil para los conocedores, estudiosos y aprendices de comunicación política, ya que en ella se observa un análisis descarnado de todo el proceso que condujo a este conflicto y la determinación que en la Conferencia de Múnich se ha irradiado con claridad.
Allí también podríamos hallar explicaciones lógicas del porqué no culmina la guerra o se llega a un punto de cese o entendimiento, asunto que estratégicamente responde a la demencial visión de presionar, hostigar, derrotar a Rusia en todos los frentes posibles; como una manera de poner freno a un proceso de expansión de un Oriente pujante que ya forma parte real, concreta, tangible de un nuevo orden mundial; cuyo avance es indetenible y tiene al país eslavo como uno de sus principales exponentes, tal como lo evidencian hasta los centros de investigación económica del hemisferio occidental.
Cuatro aspectos extraemos de dicha entrevista que resultan claves para valorar la actual situación de esta operación militar especial:
- El incumplimiento constante por parte de occidente de no expandir a la OTAN hacia el Este de Europa, especialmente luego del fin de la guerra fría con la caída del bloque soviético, cuestión que hasta en cinco oportunidades han violado incorporando nuevos países y desarrollando planes abiertamente hostiles hacia Moscú.
- La OTAN no puede lograr una derrota de consideración en contra de la Federación de Rusia, que fue parte de la demencial decisión de violar los acuerdos de Minsk de 2014 – 2015 utilizando para ello al régimen nazi de Kiev instaurado luego del golpe de Estado de 2014; cuestión que impone la necesidad de llegar a puntos de acuerdo, a los cuales el occidente colectivo no está dispuesto.
- La absoluta necesidad de poner fin a la guerra a través del fin del suministro de armas al régimen ucraniano por parte de EEUU y sus socios, al tiempo de obligar a su gobierno a regresar a la mesa de negociación de la cual se levantaron en el momento que desarrollaban una fracasada contraofensiva.
- La total inconveniencia que tendría para el mundo que EEUU decida desplegar tropas en Ucrania, que abriría sin duda las puertas hacia una tercera guerra mundial. Esto ha sido reafirmado por el propio Presidente ruso al expresar: «¿Necesita esto Estados Unidos? ¿A miles de kilómetros de su territorio? ¿No tienen nada mejor que hacer? ¿Tienen problemas en su frontera, con la migración, con la deuda pública? ¿No sería mejor negociar con Rusia?»
Con estos elementos es bastante evidente que el fin de esta guerra no parece encontrarse a la vista. Menos siendo un tema de la élite política estadounidense en tiempos de elecciones y más cuando las grandes corporaciones de armas siguen encontrando fuentes de dinero importantes en su mantenimiento, sea cual sea el resultado.
En realidad no hay que ser muy estudioso, incluso en el proceso previo a esta acción provocada por los incumplimientos sucesivos de EEUU y la OTAN de los acuerdos que ellos mismos impulsaron, y la utilización de Ucrania como carnada para provocar un conflicto bélico, para observar que lo que hoy sucede era el escenario más previsible y se acerca hacia un punto de inflexión que, de acuerdo a su deriva, puede poner peor todo o desescalar la situación actual.
Por ende no albergamos mayor duda que esta tozudez del occidente colectivo, barnizado en graciosos discursos principistas, llenos de valores que violan todos los días en casi todas partes del planeta, responde a la necesidad de seguir ganando tiempo para tratar de afectar con sus medidas coercitivas unilaterales a Rusia, cosa que tampoco está sucediendo, mientras deciden algún tipo de operación que debe involucrar fuerzas de la OTAN, inmersa directamente en el conflicto; escenario que sería la tercera guerra mundial sin mucho palabrerío.
A esto debemos sumar que uno de los propósitos de la operación militar especial no es otro que desnazificar a Ucrania, Estado que ha sido catalogado por Putin como una creación artificial de Stalin que en su búsqueda de identidad nacional no encontró peor opción que exaltar al nazismo y exponentes que precisamente enfrentaron al país eslavo en la Gran Guerra Patria, al tiempo de pretender romantizar este pensamiento y acción que causó estragos a toda la humanidad en la mitad del siglo pasado.
De hecho hay dos grandes conclusiones en esta cohorte de guerra que parecen hasta el momento elementos inamovibles dentro de la racionalidad que debería afirmarse en el próximo tiempo, salvo que la guerra total sea la determinación con sus incalculables consecuencias.
Por un lado EEUU con el sabotaje del gasoducto Nord Stream y la absoluta sujeción de Europa Occidental a sus determinaciones, ha logrado ejercer su poder de imperio rompiendo la posibilidad de una relación armoniosa entre europeos y la Federación de Rusia, sin importar que ello contenga pagar el gas dos o tres veces más caro de aquello que representaba el suministro seguro desde el país eslavo. No faltarían estrategas estadounidenses que valoren tal cosa como una victoria.
Pero por otro lado, es evidente que la Federación de Rusia ha logrado expandir su espacio vital incorporando a su Estado espacios territoriales cuyas poblaciones no sólo clamaban la protección de ese país, sino que venían sufriendo la agresión sistemática, bombardeos, hostigamiento y muerte desde el año 2014 cuando el nazismo llegó formalmente al poder en Ucrania y estableció todo tipo de medidas violatorias de los derechos humanos que no retrocedieron ni con los acuerdos de Minsk.
Sobre este particular, sinceramente creer que un proceso de negociación racional puede incluir volver a la situación previa a 2022, es poco menos que risible en la realidad e inviable en lo político. Más aún, cuando la pretensión de destruir a la Federación de Rusia y además de incorporar a Ucrania a la OTAN no ha dejado los escenarios estratégicos de mediano y largo plazo, ambas cosas impracticables en la realidad, pero en la construcción de escenarios siempre una posibilidad.
Ello también es válido para los países que vienen coqueteando peligrosamente en un nuevo proceso expansivo de la alianza atlántica, como parte de un aumento de fuegos que tiene otros escenarios como la Franja de Gaza o el estrecho de Taiwán.
Cualquiera que pretenda sustituir en el terreno el papel actual de Ucrania sólo cae en el peligroso expediente de escalamiento de un conflicto donde finalmente los propósitos estadounidenses y europeo occidentales son tan demenciales que se convierten en proyección en sucesivas derrotas, sea que los políticos de Polonia, Letonia, Sucia o Finlandia, por ejemplo, les dé por querer emular el desastre de Kiev.
Lo más sensato en este punto es llegar a puntos de acuerdo realizables; pero esto básicamente depende de la prolongación de este conflicto por parte del occidente colectivo, suministrando fondos, armas y mercenarios a Ucrania, sin resultados sustanciales que no sean derrotas en el campo de batalla y estancamientos en lo estratégico.
Luego de dos años no sabemos aún si estarían dispuestos a racionalizar sus verdaderos objetivos luego del fracaso y la derrota en la guerra, o también asumirán las posiciones zigzagueantes de sus referentes históricos, como sucedió con Henry Kissinger quien al principio de esta operación militar espacial afirmó que la entrada de Ucrania en la OTAN era imposible, para luego afirmar lo contrario en una de sus últimas intervenciones públicas durante el Foro de Davos en 2023.
Más allá de todo esto la derrota de Ucrania, EEUU y la OTAN en este conflicto es un hecho. Prolongarlo es peligroso y demencial, y pretender torcer el avance inevitable de un nuevo orden mundial a partir de este hecho es poco menos que una quimera para quienes aún creen en la derrota militar de Rusia.