El discurso de Angostura fue pronunciado, el 15 de febrero de 1819, por el hombre que tiene plena convicción de que con su ejército de pueblo derrotará a Fernando VII. Sin embargo, su preocupación le agudiza la visión geopolítica; ya que tarde o temprano deberá enfrentarse al nuevo enemigo de la humanidad: Estados Unidos.
Por esta razón, Bolívar dirige su discurso en forma directa a los constituyentistas de 1811: Juan Germán Roscio, José España, Luis Tomás Peraza, Onofre Basalo y Francisco Antonio Zea, diputados de la Provincia de Caracas; a Diego Antonio Alcalá, Diego Bautista Urbaneja, Eduardo Hurtado, Francisco Parejo y Ramón García Cádiz, de la Provincia de Barcelona; a Santiago Mariño, Tomás Montilla, Juan Martínez y Diego Vallenilla de la Provincia de Cumaná; a Rafael Urdaneta, Ramón Ignacio Méndez, Miguel Guerrero y Antonio María Briceño de la Provincia de Barinas; a Fernando Peñalver, Eusebio Afanador, Juan Vicente Cardozo y Pedro León Torres de la Provincia de Guayana; y a Manuel Palacio Fajardo, José de Jesús Guevara, Gaspar Marcano y Domingo Alzuru de la Provincia de Margarita. A ellos les dice: “Nuestro código no es el de Washington”. ¿Por qué lo hace?
Las goletas Tigre y Libertad
En el año 1818, Estados Unidos violó el acuerdo de neutralidad y vendió armas a los realistas que las transportaban en las goletas Tigre y Libertad. El Ejército Libertador, al agarrarlas in fraganti, las confiscó. Entonces el presidente de Estados Unidos, James Monroe, envía a Angostura a su agente diplomático, John Baptist Irvine, quien con el tono característico de la “supremacía” angloamericana exigió que las naves le fueran devueltas. Bolívar le respondió categóricamente el 7 de octubre de 1818 desde Angostura: “No permitiré que se ultraje ni desprecie al Gobierno y los derechos de Venezuela. Defendiéndolos contra la España ha desaparecido una gran parte de nuestra población y el resto que queda ansía por merecer igual suerte. Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”.
Angostura, capital de Venezuela
Por razones estratégicas, Simón Bolívar convierte a Angostura en la capital de Venezuela el 15 de febrero de 1819 al instalar allí el Congreso, convirtiéndola en el centro de control para la movilización de grandes cantidades de alimentos, reses y pertrechos que necesitaba el Ejército Libertador para las campañas independentistas. Un año antes, el 27 de junio, sale a la luz pública desde Angostura el primer número del periódico El Correo del Orinoco que circularía hasta el 23 de marzo de 1822 y con el que Bolívar convierte a Angostura, además de trinchera, en tribuna de la Patria. Esta artillería del pensamiento escrita por espadas libertarias combate y derrota a la Gazeta de Caracas.
Discurso de Angostura
El contexto en el que Bolívar escribe su discurso es adverso. Arturo Uslar Pietri lo detalla: “El panorama no era favorable. La Nueva Granada parecía pacificada y asegurada por el poder español. En Caracas, el general Pablo Morillo representaba, con castellana sobriedad y energía, la autoridad de Fernando VII. Apenas les quedaban a los hombres de la revolución: Margarita, algunos pedazos de la costa oriental y cuerpos móviles en la inmensidad de la llanura. La República y el porvenir de la Independencia se han reducido a Simón Bolívar y su puñado de hombres”.
A pesar de esta adversidad, la visión de Bolívar está preñada de humildad y esperanza: “en medio de este piélago de angustias no he sido más que un vil juguete del huracán revolucionario que me arrebataba como una débil paja”. En esta alocución, brújula de la Revolución Bolivariana, Bolívar esboza el Proyecto de Constitución, define las bases de la República, critica la esclavitud, nos dice que no imitemos el código de Washington, nos define culturalmente “Nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del Norte”, delinea el sistema de gobierno más perfecto, recompensa a las mujeres y hombres que luchan contra el yugo español con “la Orden de los Libertadores” y de ellos dice: “nada ha podido llenar los nobles pechos de nuestros generosos guerreros, sino los honores sublimes que se tributan a los bienhechores del género humano”, habla del “equilibrio de los poderes”, vincula a la educación popular, dos pares de conceptos, “Moral y Luces” y “Saber y Trabajo”, diserta sobre el Poder moral, nos habla de “la historia de los helotas, de Espartaco y de Haití” y bosqueja su ideario libertario integracionista, anticapitalista, antieurocéntrico y socioproductivo con la creación de la República de Colombia que se concretará el 17 de diciembre de 1819 en Angostura. Allí vislumbra lo que debe ser la Colombia que el jesuita peruano Juan Pablo Viscardo y Guzmán (1748-1798) diseña en su «Carta a los españoles americanos«, documento publicado por primera vez en 1799 gracias a Francisco de Miranda (1750-1816) quien había delineado en 1798, una vez leída la carta de Viscardo, su “Proyecto de Constitución para las colonias hispanoamericanas”. Bolívar, seguro de hacer realidad su utopía, dice:
“Ya la veo servir de lazo, de centro, de emporio, a la familia humana; ya la veo enviando a todos los recintos de la tierra, los tesoros que abrigan sus montañas de plata y oro; ya la veo distribuyendo por sus divinas plantas la salud y la vida a los hombres dolientes del antiguo universo; ya la veo comunicando sus preciosos secretos a los sabios que ignoran cuan superior es la suma de las luces, a la suma de las riquezas, que le ha prodigado la naturaleza; ya la veo sentada sobre el Trono de la Libertad, empuñando el cetro de la justicia, coronada por la gloria, mostrar al mundo antiguo la majestad del mundo moderno”. Bolívar, en un acto de justicia para saldar una deuda histórica, propone que la capital de Colombia lleve el nombre de Bartolomé de Las Casas, para que su memoria siempre fuere enaltecida”.
La Gazeta de Caracas
Cuando el Libertador Simón Bolívar pronuncia el discurso, la Gazeta de Caracas calumniaba todas las acciones bolivarianas porque representaban un peligro para el gran capital europeo que; en manos de los Borbón, los Austria de la dinastía Habsburgo y demás oligopolios; seguían aferrados cual sanguijuelas a las venas abiertas que les proporcionaban los elementos de la tabla periódica en estas tierras.
Este periódico traía “Apertura de la imprenta” a manera de nota editorial, en la cual se lee: «se solicita la asistencia de todas las personas instruidas en las Ciencias y Artes, se da al público la seguridad de que nada saldrá de la prensa sin la previa inspección de las personas que al intento comisione el Gobierno, y que por consiguiente en nada de cuanto se publique se hallará la menor cosa ofensiva a la Santa Religión Católica, a las leyes que gobiernan al país, a las buenas costumbres, ni que pueda turbar el reposo o dañar la reputación de ningún individuo de la sociedad, a que los propietarios de la prensa tienen en el día el honor de pertenecer».
José Domingo Díaz, el redactor de la Gazeta de Caracas, semanario que habían fundado Mateo Gallagher y Jaime Lamb el 24 de octubre de 1808, al hablar del Libertador, confiesa con malevolencia y nerviosismo: “La imprenta es la primera arma de Simón Bolívar, de ella ha salido el incendio que devora a América, y por ella se ha comunicado con el extranjero”.
Bolívar descolonial
La definición cultural que maneja Bolívar en el plano geopolítico tiene la altura analítica de un hombre de sus dimensiones:
“Al desprenderse la América de la monarquía española, se ha encontrado semejante al imperio Romano, cuando aquella enorme masa cayó dispersa en medio del antiguo mundo. Cada desmembración formó entonces una nación independiente conforme a su situación o a sus intereses; pero con la diferencia de que aquellos miembros volvían a restablecer sus primeras asociaciones. Nosotros ni aun conservamos los vestigios de lo que fue en otro tiempo; no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado”.
Y es tal su concepción cultural, que el Libertador asume la emancipación desde una perspectiva antieurocéntrica: “Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte; que más bien es un compuesto de África y de América, que una emanación de la Europa (…) ¿No dice el Espíritu de las Leyes que éstas deben ser propias para el pueblo que se hacen? ¿Qué es una gran casualidad que las de una nación puedan convenir a otra? ¿Qué las leyes deben ser relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos? ¿Referirse al grado de libertad que la Constitución puede sufrir, a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su número, a su comercio, a sus costumbres, a sus modales? ¡He aquí el Código que debíamos consultar y no el de Washington! (…) Que los errores e infortunios del mundo antiguo enseñen la sabiduría y la felicidad al mundo nuevo. Que no se pierdan, pues, las lecciones de la experiencia; y que las escuelas de Grecia, de Roma, de Francia, de Inglaterra y de América nos instruyan en la difícil ciencia de crear y conservar las naciones con leyes propias, justas, legítimas y sobre todo útiles. No olvidando jamás que la excelencia de un gobierno no consiste en su teoría, en su forma, ni en su mecanismo, sino en ser apropiado a la naturaleza y al carácter de la nación para quien se instituye”.
Educación popular: moral y luces
Bolívar habla de la importancia de la educación popular ya que ésta “debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del congreso”. La educación popular para Bolívar gira en torno a dos conceptos, de los cuales dice: “Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Ambos conceptos van a cobrar significado dependiendo del lugar de enunciación. Desde el 12 de octubre de 1492 tanto la moral como las luces se sustentan en una economía esclavista. Desde la óptica del colonizador, moral es tener mujeres y hombres esclavizados, servir al rey, descuartizar a quienes luchen contra la corona, freír sus cabezas y exhibirlas en las entradas de las ciudades, empalar indios, mutilar esclavizados en la picota. A través de las luces se estudia teología para justificar que los blancos europeos son seres superiores, que las mujeres son seres inferiores al igual que los originarios y que los africanos no son personas. Desde esta óptica, inmoral es no ir a misa los domingos, ser bolivariano, abolir la esclavitud, acomunarse, colaborar con Gual y España, llorar el ahorcamiento de José Leonardo Chirino, formar parte del Ejército Libertador. La oscuridad, como antónimo de luces, para los colonizadores significa que los esclavizados y originarios se alfabetizaran, conocer el mundo a través de la lectura, ilustrarse a través de los libros que llegaban vía contrabando. El Consejo del rey Carlos IV del Reino de España habla por sí solo: «no conviene que se ilustre a los americanos».
El Libertador propone en su discurso otra moral y otras luces cónsonas con otro mundo posible. Su ejemplo es garantía impoluta de tal perspectiva: en 1816 decretó la libertad absoluta a todos los esclavos, primero el 2 de junio desde Carúpano y el luego el 6 de julio desde Ocumare de la Costa. No puede haber educación popular con la moral y las luces de la cultura colonial. La esclavitud es contraria a la educación popular, de hecho ésta la combate.
Bolívar en su discurso hablará en extenso de la esclavitud: “La esclavitud es la hija de las tinieblas”, dice en un primer momento. Luego concluye: “la esclavitud será el término de nuestra transformación”. Después explica que las bases de un gobierno republicano “deben ser la soberanía del pueblo: la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios”. Más adelante, en un análisis de la situación sociopolítica, habla que “la atroz e impía esclavitud cubría con su negro manto la tierra de Venezuela”. Por último, Bolívar, expresa a los legisladores: “yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República”.
Para Bolívar, “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción” porque “la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil”. Estas personas enajenadas “adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia”. Para Bolívar “un pueblo pervertido si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla” porque le es ajena la otra moral, es decir, “la práctica de la virtud”; “el imperio de las leyes”; “las buenas costumbres” y “el ejercicio de la justicia”.
Demos a nuestra República, pide Bolívar, una “potestad cuyo dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, el espíritu público, las buenas costumbres y la moral republicana”.
Educación popular: saber y trabajo
Simón Bolívar entiende que la educación popular, además de proponer una nueva moral y unas nuevas luces, debe vincular indivisiblemente el saber y el trabajo, es decir, debe ser socioproductiva. Sólo así garantiza el crecimiento moral, económico, cultural y social del pueblo: “He pretendido excitar la prosperidad nacional por las dos más grandes palancas de la industria: el trabajo y el saber. Estimulando estos dos poderosos resortes de la sociedad, se alcanza lo más difícil entre los hombres, hacerlos honrados y felices”.
Tales filosofías: pedagógica (moral y luces) y metodológica (saber y trabajo), son heredadas, sin duda, de su formador Simón Rodríguez, quien, al llegar a Bogotá en 1823 procedente de Europa, donde formó la conciencia de clase del adolescente mantuano entre 1804 y 1805, emprende la labor de organizar una Escuela Industrial Pública de Artes y Oficios en la que se formaba a las muchachas y muchachos humildes en y para el trabajo, en y para la ciudadanía.
En el proyecto invierte todo su dinero: los 64 mil duros que ha traído del viejo continente. Sobre esta experiencia pedagógica, Miguel Peña, quien fuera Ministro de la Alta Corte de Justicia en Bogotá y que había tenido una notable participación en la primera guerra independentista, le escribe a Simón Bolívar el 21 de marzo de 1824 esta carta:
“Ahora me mueve a escribirle otro asunto de importancia, y es la Casa de Industria Pública que se ha propuesto en esta ciudad el señor Simón Rodríguez o Carreño. Nada digo a usted de su persona, carácter o constancia y conocimiento para el caso, porque usted lo conoce bajo todos estos aspectos mejor que yo.
De lo que usted tal vez no está informado es que una Casa con ese fin, donde se da educación a los jóvenes y se les hace aprender un oficio mecánico, fuera de los primeros indispensables conocimientos para vivir en sociedad, como escribir, contar, la gramática de su lengua, etc., es todo el objeto de sus más ardientes deseos.
Mucho ha trabajado desde que llegó aquí para establecerla, y sólo a su infatigable constancia se debe el que le hayan concedido el edificio público comúnmente llamado Hospicio, donde ha hecho algunos reparos y tiene algunos muchachos; pero le faltan fondos para montar su proyecto como quisiera, y según tengo entendido, éstos no exceden de dos o tres mil pesos; él suspira constantemente por usted, persuadido de que si estuviera aquí, él llenaría su objeto. Tal vez sería una obra digna de usted el que tomase el establecimiento de esta Casa bajo su dirección. Si el señor Rodríguez hubiese querido escoger otro modo de vivir, le habrían sobrado acomodos de donde sacar utilidad; pero él quiere servir a la Patria con sus conocimientos que ha adquirido en Europa y cree que no puede aplicarlos mejor que empleándolos en instruir y formar miembros que después de algunos años sean útiles a la sociedad. Él goza de buena salud, tiene robustez y una actividad muy superior a sus años. Si este hombre se pierde por falta de protección, no hallaremos otro”.
Hoy, a 204 años del discurso de Angostura, en las universidades venezolanas se enseña la administración de Fayol y Taylor, un sector de la juventud celebra Haloween y compra los Black Friday, mientras Estados Unidos bloquea a Venezuela, mantiene preso al diplomático Alex Saab y aplica más de 900 medidas coercitivas unilaterales contra el pueblo.